sábado, 3 de mayo de 2008

VIAJANDO EN PRIMERA CLASE

“Tu aliento es mi única vida, y son tus ojos mi luz; mi alma está donde tu pecho, mi patria donde estás tú”
Augusto Ferrán

Rolando estaba vestido de negro, pero bailaba feliz. Yo lo contemplaba y me alegraba de verlo, pero no podía contener las lágrimas. Sin detener su baile, él me preguntaba por qué lloraba. Yo le explicaba con calma y le decía “lloro porque te estoy viendo y tú estás muerto” Rolando levantaba sus hombros en un gesto despreocupado y me hablaba con ternura y firmeza “yo sé que estoy muerto, pero no llores. Más bien recuerda algo, lo importante es lo esencial, si uno tiene amor lo tiene todo”

Hace algunos años Rolando me hablaba de lo que era vital, me hablaba de la compañía y del amor. Me enseñó un día, que en ocasiones el sólo roce de las manos entre dos personas que se aman, es todo, absolutamente todo. Y ese roce puede ser en cualquier lugar y bajo las circunstancias más simples.

Sin embargo, pocas personas tienen la posibilidad de dibujar el amor como lo hacía mi amigo. La mayoría de las veces estamos preocupados por construir un amor de escenarios. Parejas que pasan la vida buscando el siguiente camino excitante, el siguiente crucero, el siguiente viaje de yajé, el siguiente restaurante de lujo, la siguiente suite en la playa, como si cada una de esas circunstancias fuesen la tierra fértil que permite un amor que no encuentra lecho en los brazos de quienes lo viven.

Cuando el amor se apropia de sí mismo, cuando se siembra en las bocas que se besan, no necesita un lugar para existir más lejano que el propio abrazo. Y el cuerpo del amado es todo el territorio que nos interesa, y preferimos acariciar algún otro rincón secreto de su piel que viajar por el mediterráneo.

Cuando el amor se apropia de sí mismo, no necesita visa para nada, no paga peaje, no reserva ni discute con servicio al cliente. No carga nada a la tarjeta, no financia, no pide la cuenta, no regresa a casa, porque jamás sale de ella. No presume fotos de fin de semana ni se anuncia en la página de sociales.

Los lugares que recorremos son sólo pretextos para construir una historia. El palo de caucho que nos cobijó aquella noche de lluvia, la banca del parque en la que vimos el amanecer, el hotel de mala muerte en el que pasamos aquellos días intensos, la iglesia aquella en la que nos juramos amor por vez primera, la orilla del río en la que nos contamos nuestros secretos, el barcito aquel en el que bailamos nuestra canción….

Los lugares se convierten en pretextos simbólicos, pero lo imprescindible es lo que habita en esa relación, que se atreva a ser un amor de parque, que pueda construirse desde lo simple, aunque tengamos la posibilidad de viajar en primera clase. Si un amor no se encanta viendo un atardecer desde su propia ventana, es un amor tan perezoso y esnobista que tampoco merece que lo saquen de paseo.

Se evidencia casi una competencia absurda. La gente tiene conversaciones en las que ostenta el nuevo destino, aquellos que estuvieron en Aruba le ganan a los que estuvieron en Mendihuaca, los que estuvieron en Mendihuaca están por encima de los que fueron a La Boquilla, pero los que fueron a París, les ganan a todos los demás. Es un amor consumista, que se engaña, creyendo que son más felices aquellas parejas que tienen dinero para viajar.

Nadie tiene mayor cara de felicidad que los noviecitos de los pueblos, que se reúnen en la plaza central, tomados de la mano. No podemos estar seguros de que seamos más felices en un spa en Grecia que en una hamaca en el patio de la casa. De cualquier manera, cuando uno está enamorado, el lugar más exquisito es el pecho de la persona que amamos.