Detrás del mercado de la pornografía se gesta todo un mundo paralelo relacionado con la explotación sexual, las drogas, la violencia, la delincuencia y el abuso sexual. Más allá de la moralidad, la pornografía requiere un análisis crítico de todo lo que se encuentra velado bajo la sombra de unos labios ardientes que evidencian el sexo de la manera más escueta.
El sexo que se muestra en la pornografía es absolutamente estereotipado, sobre dimensiona situaciones que se distancian de la vida sexual de una pareja normal, de aquellas parejas que toman café en la mañana y tienen malos días. A diferencia de personajes como la rubia Ginger Lee, las mujeres de comunes tienen vellos en las piernas, estornudan haciendo el amor y quedan embarazadas. A diferencia de Dick Ho, un actor porno asiático del los 70, los hombres de todos los días llegan del trabajo oliendo a sudor, no consiguen siempre la erección que quisieran y se les cae el cabello.
Si se concibe que lo erótico sólo está determinado por lo que lo mediático nos muestra, corremos el riesgo de sentirnos frustrados frente a nuestra propia sexualidad, a pesar de que siempre puede ser mucho más excitante que la que vive cualquier actor en un set de actuación. La pornografía puede ayudarnos a crear imágenes erróneas y distorsionadas de lo qué es la sexualidad humana.
Sin embargo, un tema que se ha hecho polémico, es la posibilidad de hacer videos íntimos caseros, con contenido sexual, en el que los actores son la misma pareja y ellos mismos son su único público. Una situación es la pornografía como un mercado y otra es lo que una pareja construye desde el ejercicio de sus juegos eróticos.
A través de lo audiovisual podemos emplear técnicas para capturar los momentos placenteros. La sexualidad produce un enorme goce estético, no sólo porque produce placer, sino porque el erotismo produce un caudal de sensaciones incontenibles. Lo que hace una pareja que decide fotografiarse o video grabarse haciendo el amor, es justamente capturar simbólicamente ese goce, y digo simbólicamente porque el goce sólo se sentirá en el momento mismo, pero la imagen no sólo permitirá la evocación y el recuerdo, sino que dará la sensación de tener en nuestras manos un pedacito de ese maravilloso momento que vivimos juntos.
Nuestro cuerpo sexual es un cuerpo que desconocemos, sobre todo las mujeres. Los hombres de alguna manera exploran ese cuerpo sexual a través de autoerotismo, pero el cuerpo femenino ha sido tan velado que incluso algunas mujeres no conocen su propio clítoris. Cuando una pareja decide grabar ese momento erótico de su sexualidad, les permite a ambos un reconocimiento de un cuerpo que resultaba ajeno. La vista y la audición, entonces, participan y responden generosas con la posibilidad de adornar con sensaciones innombrables el placer que se descubre a través de nuestra piel.
Una pareja que decide filmarse haciendo el amor y una tarde cualquiera deciden ver juntos aquellas imágenes, es una pareja que busca alternativas creativas para transformarse cada día. Sin embargo, el asunto peligroso es la idea de que uno de los dos, cuando las circunstancias cambien, se atreva a hacer uso indebido de este material, lo que pone en evidencia la intimidad frente a un mercado inescrupuloso que lo transforma en pornografía.
Los casos son numerosos y constituyen una vulneración de los derechos sexuales. Algunas veces lo que comienza como un juego sexual inocente, nos puede llevar a la desgracia, sobre todo cuando no respetamos unos mínimos códigos éticos para no hacernos más daño que aquel que el desamor ya nos trae.
La idea no es mala, ser estrella porno por una noche en la intimidad de la pareja, dos adultos que toman decisiones adultas y con el amor bendiciendo al placer, suena como un juego erótico apasionante. Siempre y cuando se cuente con la certeza absoluta de que la misma pareja se convierta en los mejores custodios para proteger aquello que han compartido y cuya evidencia trasciende los límites de la propia piel.
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