domingo, 27 de julio de 2008

LA CAUTIVANTE BELLEZA DE UNA FEA

Juan Martín es un perfecto reconocedor de la belleza femenina, la huele en la distancia y aprecia infinitamente esas mujeres de largas piernas robustecidas, bronceadas como un mármol. Lo cautiva el rostro de una mujer bella, de esas que entran a un lugar con unas tetas dibujadas, absolutamente seductoras. Juan Martín no se rodea de feas, sale con mujeres bonitas, estilizadas, que parecen sacadas de las revistas.
Por circunstancias laborales debe reunirse con una mujer que resulta ser tan poco atractiva que ni siquiera puede pretender un espacio en la memoria para ser recordada como fea. Un cuerpo que a simple vista no dice nada, un rostro escondido detrás de nada, rellena, de gafas y un pelo corto que parece estar puesto allí por obligación. Más que horrible es una mujer insignificante. Juan Martín y ella trabajan revisando un documento. Él casi no la mira, no podrá recordarla al día siguiente. Concentrados exclusivamente en el trabajo, ella empieza a dar argumentos sobre uno de los tópicos que analizan. Él sólo la escucha. Poco a poco mientras ella habla, él empieza a sentir un extraño interés en sus palabras. Tan coherentes, tan suaves y firmes. Repentinamente Juan Martín desea saber quién es la mujer que habla y desprende su mirada del documento y la mira, la mira mientras ella habla.
Algo se empieza a transformar frente a sus ojos. Todas las palabras que ella argumenta empiezan a escucharse melodiosas y le permiten descubrir a una mujer, quizá la fea más bella que haya visto en su vida. Ella comprometida con cada una de sus palabras ignora que Juan Martín ha empezado a desearla. Él ya no la escucha, sólo ve su boca moverse y se imagina que la besa. Más allá de las gafas de marco azul hay unos ojos y Juan Martín sólo piensa en recorrerlos con la lengua.
Desconozco otros detalles. No sé si fueron a la cama. No puedo afirmarlo, ni tampoco negarlo. Pero ahora Juan Martín quiere renunciar a ser un hombre frívolo. Aquella tarde descubrió las infinitas posibilidades del encuentro con una mujer. Dice ahora que prefiere a las feas, dice que lo importante no es el cuerpo que una mujer tenga, sino lo que se hace con ese cuerpo. Dice que sigue buscando a la fea de su vida.
La última vez que lo vi estaba con una mujer tan bella que parecía famosa. Vestía con un profundo escote y su cabello largo parecía de mentiras. Se movía perfecta con su perfume Chanel. Le pregunté por la fea y me dijo “La sigo buscando” Fue difícil creerle, pero lo hice.
Es posible que todos podamos reconocer lo que es la belleza femenina, que todos como Juan Martín sepamos exactamente dónde está. Pero de manera paradójica, en la vida real, hay casos de mujeres no tan agraciadas que tienen sorprendentes resultados cuando de conquistar hombres se trata, y hay otras que con todos los atributos físicos a su favor no tienen la misma suerte.
La belleza es también cuestión de actitud, cuestión de encanto. Un terrateniente podrá ser dueño de mil hectáreas, pero si sólo es capaz de reconocer como suya una de ellas, jamás podría compartir con otra persona más allá de esa única hectárea. Puede ser la tierra más bella, más generosa, pero él sólo tendrá para mostrar un miserable terruño del que se cree dueño.
Pero si otro campesino, es sólo dueño de tres hectáreas, quizá más áridas y menos fértiles, pero se reconoce como dueño y señor de su pequeña tierra, podrá disponer absolutamente de ella y compartirla de la manera que le apetezca. Aunque el primer hombre tenga más, en la medida que no sea capaz de reconocer lo suyo como suyo, siempre tendrá menos que el segundo, menos para mostrar, menos para compartir.
La seducción femenina no requiere exclusivamente la belleza, en realidad puede prescindir de ella, lo fundamental es reconocer nuestro cuerpo como nuestro, hacernos dueñas de las hectáreas que nos pertenezcan. Algunas mujeres que acuden a un encuentro con el bisturí, deben comprender que el verdadero cambio en sus vidas tendrá lugar el día que redefinan su cuerpo, que se apropien de él. La cirugía plástica sólo tendrá los efectos deseados cuando somos capaces de descubrirnos a sí mismos como un cuerpo erótico y sensual.
Esa comunión con la sensualidad de nuestro cuerpo no depende de las formas que tenga nuestro cuerpo – y nuestro rostro-, depende del descubrimiento de nuestras posibilidades eróticas más allá de cualquier patrón de belleza. Probablemente Juan Martín lo descubrió en aquella mujer de las gafas del marco azul. Tal vez fue tan fascinante que él insiste en encontrar una mujer no más belle, sino una mujer que sea dueña de la belleza que tenga, una fea que le haga sentir que es la mujer más cautivante del mundo.

miércoles, 16 de julio de 2008

LA DESNUDEZ DEL VESTIDO


“…una mujer extendida a su lado, la cabeza apoyada en su regazo, los ojos cerrados, los brazos escondidos en el amplio vestido rojo que se extendía alrededor, como una llama, sobre la estera color ceniza”
Fragmento de Seda, de Alessandro Baricco


Cada mañana lo mismo. Qué me pongo. Todo depende de para dónde voy. De cómo me siento. De quién me verá. La decisión del qué me pongo puede ser absolutamente complicada para algunos. Pantalón o falda. Corta o larga. Hasta la ropa interior resulta compleja.
María ha empezado a salir con su profesor de fisiología. Le gusta. Han ido a almorzar tacos, han ido al cine. Ahora él la ha invitado a cenar a su apartamento. Vive solo. Ella quiere ir, pero piensa que es demasiado pronto para acostarse con él. Quiere sólo besos contundentes y caricias. Se imagina revolcándose en el sofá de su profesor. Pero María dice que “no quiere dárselo”. Comete el error de muchas mujeres que creemos que en el sexo entregamos algo, pero en el sentido más estricto somos receptoras.
Quiere ir, pero se ha inventado un mecanismo de control. Como a María le importa excesivamente el qué dirán, sabe que jamás dejaría verse de un hombre si no está “presentable”. Ha decido ponerse sus calzones rotos. Son de florecitas. De un algodón que con el paso del tiempo ha empezado a exhibir unas transparencias en aquellas zonas en las que seguramente se ha restregado durante el lavado. Los elásticos se han empezado a aflojar y de algunos salen unos hilos desflecados, de esos que si uno jala no sabe cuándo va a terminar, ni dónde. Son grandes, imperfectos y sobre todo están rotos. Ventilan en la parte de adelante, en un huequito en el que se asoma tímidamente el vello púbico de María. Ella ha sido clara en su decisión de portarlos esa noche, los calzones rotos tienen un objetivo en su vida: Limitar cualquier fragilidad en la carne de María. Ser el obstáculo perfecto que evitará que ella se deje llevar por sus pasiones y termine haciendo el amor precozmente con su profesor de fisiología.
María ha sido enfática y ayuda su estrategia dejando sus piernas sin depilar. Se pone unos pantalones justos y se presenta en el apartamento del hombre. Un par de días después María confiesa su hazaña. Todo estaba controlado, hasta que se dejó llevar por la excitación y simplemente olvido sus calzones rotos. La fragilidad de su carne joven fue mayor y quedó expuesta a la vergüenza de aquellos inolvidables calzones rotos de florecitas.
Quisiera decir que esta historia termino mejor, que ahora están casados y tienen dos hijos, y que en las reuniones con sus amistades cuentan aquella anécdota. Pero no ocurrió. Tal vez él la ha olvidado y ella sólo lo recuerde por la vergüenza que sintió. Por retaliación configuró una burla sobre el tamaño de los testículos del profesor, pero en el fondo de su alma sólo quería estar a mano.
La ropa es sexo también. Siempre es prenda al servicio del erotismo y toma la connotación de fetiche. La desnudez es la exposición del cuerpo, tan violento, tan vulnerable. La ropa, sin embargo, obedece a mecanismos de seducción más elaborados. La transparencia seduce. Seduce ver desvestir, quitar una prenda tras otra como camino al encuentro visual con la piel. La ropa interior seduce, es la máscara de la genitalidad, el antifaz que oculta la culpa del deseo.
Las prendas tienen su propio espíritu, se impregnan de quién las viste. Se roban el olor de la piel. En una tienda de ropa para hombre, las camisas están allí esperando, tan parecidas a la espalda de aquel que las llevará. Están allí todos, colgados en un gancho. Tan serios los de manga larga. Tan atrevidos algunos. Son pedazos de esencias de hombres como un pinocho de madera que sólo espera un soplo de vida. Pero ligeramente, desde que las crean, sutilmente empiezan a tener carácter.
La ropa no es nada, son trapos. Trapos sobre trapos todos cosidos. La gente mata animales, los caza y los destripa para hacerlos zapatos o abrigos. La aventura insospechada de la ruta de la seda, dejaba expuesto el poder cautivador de una textura. Cruzar medio planeta sólo por seda. Trapos sobre trapos, todos finalmente elementos de seducción. Antes de quitarse la ropa, es mejor pensarlo dos veces. El desnudo es indiscutiblemente bello, pero la ropa es el juego erótico de lo imaginable, de lo posible. Una mujer se mueve diferente cuando lleva un pequeño interior de encaje rojo, aunque sólo ella sepa que lo lleva puesto. Determinamos nuestra ropa, pero también lo que usamos nos determina y nos seduce primero a nosotros mismos y después a los otros. En ocasiones, no hay mayor desnudo que seguir vestidos.