sábado, 20 de septiembre de 2008

ENTRE LO REPULSIVO Y LO DIVINO

“Sobre el piso discreto como dos ángeles desnudos
Lo recuerdo todo”
Iniciación, de José Ramón Mercado


Saliva, sudor, transpiración, lágrimas, más sudor. Humedad, grasa, flujos. Todo esto hace parte de una relación sexual coital, por no ser más explícitos al describir otro tipo de sustancias que pueden sumarse a los elementos viscosos del asqueroso ambiente. Todos los olores genitales, oscuros, agrios, fermentados, salitrosos y hasta marinos, pueden concentrarse en esa maraña que hace la unión de dos cuerpos desnudos que desean tocarse en medio de la noche.

Más allá de todas las perversiones que los seres aparentemente normales puedan tener, decidir tener sexo con alguien significa decidir compartir una cantidad importante de secreciones corporales de diferente origen. No hay nada que el perfume, los pétalos de rosas y las lociones importadas puedan hacer, por mucho que intentemos evitarlo, cuando se calienta la noche y el sudor recorre la piel, aquel aire perfecto de ángel recién bañado desaparecerá y nos convertiremos en simples seres humanos con cuerpos hediondos, vulgares y ordinarios.
El ser humano se ha esforzado por esconder sus imperfecciones y ha hecho esfuerzos insospechados por parecer una divinidad. En ocasiones algunos hombres y mujeres lo logran, por lo menos en apariencia, van caminando por allí en medio de una temperatura implacable y no sudan, el cabello no se les despeina y jamás les brilla el rostro, pero incluso estos falsos ángeles se pervierten y a la hora del sexo se saturan de olores cavernícolas, de loco callejero, detrás de su Chanel.
El uso del preservativo, que ha significado indudablemente un salvavidas en su sentido literal, también proporciona una connotación estéril en lo sexual. Dos sexos que se tocan a través de una membrana artificial, no se someten a compartir directamente sus fluidos. Sin embargo, cualquier nueva cercanía sexual implica, aún con preservativo, compartir centímetros cuadrados de babas, sudor y algunas otras secreciones.
Tan solo un beso, significa abrir una puerta nueva a todo un mundo de posibilidades para compartir saliva, restos de alimentos fermentados, bacterias, mocos, sarro y virus de nombre extraño como el Epstein Barr.
En realidad el sexo puede ser absolutamente asqueroso. Tal vez lo fascinante de todo esto, es que con la persona precisa y en el momento preciso, esta misma avalancha de estímulos repulsivos, puede significar justo lo más diáfano.
El sexo es fuente de placer e instrumento de expresión del amor. Una bola de carne con sudor acariciándose es lo que más nos acerca a nuestra propia divinidad, a la posibilidad de escuchar cantos paradisiacos, a olvidarnos del tiempo y el espacio y a sentirnos tan bellos como jamás podríamos ser, casi perfectos.
Nuestra verdadera esencia se deja ver en este momento en el que podemos ser tan libres, infinitamente libres, que nos damos el permiso de ser tan humanos como podemos ser. Es la revolución de dos personas que deciden apartarse de la civilización, que dejamos de ser una copia de un modelo construido, para ser subjetividades inalienables.
El neurótico difícilmente se libera con el sexo, sigue atrapado en una compulsión por la limpieza. Alguien que observo de cerca suele decir “es posible que para ser un buen amante, se deba ser un poco sucio y a veces un poco más”
Tal vez sea una de las magias más hermosas del Dios Eros, justamente cuando nos baja a nuestro estado más mundano, más vulgar, es cuando nos da la posibilidad de ser dioses en los brazos que nos aman, con la boca que nos canta y frente a los ojos que nos ruegan más de aquello que le damos.

domingo, 24 de agosto de 2008

LA ESCUELA: UN MONSTRUO QUE ROBA CUERPOS

Para Álvaro Restrepo,
por atreverse, por los cuerpos devueltos.

La niña le exige a su madre una cebolla para su examen de ciencias. La madre convencida de que se trata de algún experimento que realizarán para la clase, se la compra donde la señora Clemencia, la de la tienda. La niña impaciente le dice a su madre que no ha entendido, que esa no es la cebolla que pide su maestra. Lo que le han exigido es que para su examen de ciencias lleve una cebolla en su cabeza, es la condición para presentarlo, un peinado en el que se recoge todo su cabello en un moño que se irgue como una cebolla a pocos centímetros de la mollera.

La niña era mi hija. La maestra una mujer que apenas atropellaba el español y vivía con tres perros. La madre indignada, yo, quien ahora escribe con la misma indignación sobre la manera como la escuela toma forma de monstruo que se chupa la libertad de los cuerpos de los niños y las niñas, que succiona su alegría, sus ganas de ser uno cada uno, de mojarse en la lluvia y llenarse las uñas de tierra.
La profesora pretendía que todas las niñas fueran con la cabeza peinada al estilo de disciplinadas bailarinas de ballet, esta era su estrategia para evitar que las niñas tuvieran la posibilidad de copiarse ocultándose detrás de sus cabellos. La dominación de los cuerpos es la manera más apropiada de explicar restas en matemáticas, se les resta libertad, se les resta expresión, se les resta identidad, se les resta felicidad. A esta profesora no se le ocurría promover la conciencia moral de sus estudiantes, no, ella les mandaba a hacerse cebollas.
No identifico el grado de optimismo que tendría Foucault al escribir el capítulo de Vigilar y Castigar, llamado Los cuerpos dóciles. Si Foucault pensó que al escribirlo iba a cambiar en algo al mundo, me da tanta pena por él cuando veo a las escuelas dominando cuerpos, adueñándose de ellos.
No sé si la Secretaría de Educación de esta ciudad lo sabe, pero en Cartagena aún se educa a golpes a los niños y niñas en las escuelas. Mi madre siempre me decía que en su época de estudiante las monjas pellizcaban. Yo me he encontrado con niños que han sido cacheteados por sus maestras, en medio de la clase y con la amenaza de volverlo a hacer si es necesario.
Hace algunos años tuve la desgracia de conocer en un hospital a un niño al que la maestra le había cercenado el dedo con la puerta del salón de clase. Ella lo obligaba a salir y él insistía en entrar, en el forcejeo la maestra cerró la puerta con tal tino que le cortó de tajo una falange a un niño que no superaba los 10 años. A este niño le robaron su dedo, al resto se les sigue robando la posibilidad de ser dueños de su propio cuerpo.
Encuentro asquerosamente irónico que después en las mismas escuelas se juzguen como problemáticos casos de niños y niñas violentos, que consumen drogas o tienen embarazos a temprana edad. Nadie puede cuidar un cuerpo que no le pertenece y las escuelas no han enseñado a los niños y a las niñas a amar su cuerpo, no les han enseñado sentido de pertenencia, responsabilidad y autonomía sobre él, ha sido más importante exigir que los ganchos para el pelo tengan el mismo color de la falda, o que los zapatos tenis sean 100% blancos o que lleven los niños el cabello corto.
Nada de esto guarda ningún sentido con la educación. Las prohibiciones no fomentan para nada el pensamiento crítico. La escuela pública o privada se olvida que el sujeto es cuerpo al mismo tiempo y genera unos discursos que nada tienen que ver con la manera como se restringe ese cuerpo, se gastan horas de clases hablando sobre los derechos humanos y kilos de tiza repasando sobre los derechos de la infancia
Si los adultos que somos ahora tenemos una sexualidad triste y fastidiosa, si somos de aquellos que andamos por la vida poniéndonos aburridos horarios para hacer el amor, si se nos olvida que sentimos placer y actuamos como unos robots, deberíamos con toda firmeza ir hasta la escuela en la que nos educamos, pasar por las mismas puertas que pasamos cada mañana con nuestro uniformito bien planchado y con el susto de haber olvidado en casa alguna tarea, entonces, debemos ir a buscar al rector o al maestro si no se han muerto ya o están retirados en una mecedora de algún patio, aunque sea debemos ir a reclamarles a las paredes, a las sillas donde nos sentamos, al tablero, a la tiza, a lo que sea, y exigirles que nos devuelva nuestros cuerpos con la agonía de saber que eso ya nunca pasará.

martes, 19 de agosto de 2008

MARCAS DE PASIÓN O CONTROL

“-No, no soy Dios, pero sí lo conozco.
-¿Cómo es él? —le pregunto.
Y él me responde:
-Es así.
Y me da su tamaño, su peso, sus medidas”

Fragmento de Un agujero, de Héctor Rojas Herazo.

Cuando Rosa está celosa no encuentra qué hacer. .., del desespero empieza a morder. Pobre Rosa, desgastando sus labios y sus dientes marcando al ganado con el que duerme cada noche. Ella como muchos otros seres humanos cree que las relaciones de pareja son una manera de comprar un terrenito, se compra la piel del otro, medida y pesada como en un cuento de Héctor Rojas Herazo. Así, esa piel poseída, se transforma en cuerpo marcado que carga un mensaje, el mensaje de la escritura pública que anuncia la posesión.
Uñas, dientes, labios que succionan, garras que se entierran, escritos en el cuerpo que anuncian en una valla grande: Propiedad privada, este terreno no se vende, ni se alquila, ni se permuta. Los perros orinan a los postes marcando la misma territorialidad que los seres humanos marcamos sobre la piel que consideramos nuestra.
Versiones capitalistas del amor, manifestaciones posesivas en las que todo lo que hace parte del patrimonio materialista, tarde o temprano, también es susceptible de tener precio. Cuando el cuerpo se posee como cosa material, el cuerpo se desprende de su propia subjetividad y se convierte en un pedazo de carne con tripas y huesos, algo que cabe en una bolsa del mercado y en una caja de tomates.
Dejamos de ser sujetos para convertirnos en objetos, en cosas que andan por allí, y nuestra alma pasa a ser un contenido preso en el terreno de otro y las relaciones empiezan a ser nuestras cárceles.
Sin embargos existen otras formas de relacionarse con el cuerpo del otro, en el que las marcas no son otra cosa que recuerdos, huellas fantásticas de los caminos recorridos por la intensidad de cada caricia. Todo rastro que dejamos en el cuerpo del otro, sólo debe ser el rastro de nuestra cercanía, de aquella proximidad alucinante en la que deseamos tanto al otro que lo queremos hacer parte de nuestro propio cuerpo sin dejar de ser nosotros lo que somos y sin robarle la esencia a ese otro.
Así, cada marca se vuelve recuerdo de aquel momento en el que fuimos uno solo en el mismo abrazo para luego, cuando nos soltamos, nos hacemos cada uno más sí mismo. Un abrazo en el que no perdimos nada, un abrazo del que al separarlo nos quedamos serenos, reconociéndonos juntos, reconociéndonos separados.
Los rastros del deseo no deben confundirse con la pata que levanta un perro al orinar el viejo hidrante. Sería un caso de suplantación, en el que se confunde un amante con un carcelero, con un dueño, con un amo, con un perro, con un propietario.
El sentido de la escritura sobre el cuerpo del amante depende del mensaje, del fin, de la pretensión, de la intencionalidad y de las razones que tenemos, así los grafemas parezcan los mismos labios, hay marcas que son de infinito deseo y otras simplemente de egoísta posesión.
Qué es lo que quiere de mi cuerpo. Qué mensaje escribe en él. Me muerde como una manzana cuando arde del deseo o sólo ejerce el derecho del poseedor. Qué es lo que dejo en su cuerpo. Son las ganas de amarlo o de dominarlo. Una delgada línea de cuestionamientos se traza entre los cuerpos que son amados con pasión y aquellos sobre los que se impone control.

lunes, 4 de agosto de 2008

LA CEGUERA BESANTE QUE APRENDIMOS

Para aquel que siempre es una luz en mis tinieblas.

Cuando era niña me sentaba frente al televisor a ver novelas. Casi todas eran mexicanas. A mi abuela le gustaban tanto que alquilaba videos de varios capítulos de una misma novela y en las noches, con un vaso de avena fría que ella misma preparaba, hacía un maratón de Los ricos también lloran, La Fierecita, La esclava Isaura y Bianca Vidal.
Me sentaba a su lado, a pesar de que mi padre estaba convencido de que ver novelas a mi edad podía embrutecerme. Ahora pienso como él. Es posible que mi porcentaje de embrutecimiento se explique por aquellas noches a media luz, con mi abuela en la mecedora de al lado y con el reflejo centelleante de la imagen del televisor que presentaba circunstancias que a mi corta edad no lograba comprender.
Allí aprendí a besar. Recibí ilustraciones protagonizadas por personajes que creía conocer realmente. Las malas, esos personajes antagónicos de las novelas, eran bellas, pérfidas y sobre todo brillantes. Las buenas, eran tontas, aburridas y lloronas. Los besos de las buenas y las malas tenían algo en común, todas besaban con los ojos cerrados.
Muchas mujeres de mi generación recibieron sus primeras clases de besos sentadas frente al televisor, suspirando por amores que parecían propios. Ahora creo que son las novelas las causantes de nuestra ceguera besante, esa negación a verle la cara de placer al prójimo cuando lo tenemos pegado a la boca.
Se supone que cerramos los ojos para concentrarnos más en lo que justamente se siente en la boca y no es una mala idea, pero la verdadera fatalidad es que creamos inconcebibles acercamientos con los ojos abiertos. En el sexo nos privamos con frecuencia de infinitos estímulos visuales que lastimeramente pasan frente a nuestros ojos cerrados.
La sexualidad está aún muy teñida de culpas católicas y no ver es la elección propia del camino de la vergüenza. Los hombres, menos culpabilizados, se atreven a descubrir la imagen erótica de la pareja, pero las mujeres nos negamos con frecuencia a descubrir al otro y a descubrirnos a nosotras mismas. Somos una especie de avestruz sexual, creyendo que si cerramos los ojos nada estaría pasando.
Detrás del pudor ciego de la sexualidad, a la final lo que se siente es miedo de quedar atrapados entre la mirada que nos devora y nuestros propios deseos. La mojigatería invidente es de tal tamaño, que muchas personas cierran los ojos desde el cortejo sexual y no los vuelven a abrir hasta que todo se ha acabado. Es una tristeza, pero muchos ni siquiera sospechan cómo es la cara de su pareja cuando llega al orgasmo, ni cómo sus labios entre abiertos forman ángulos perfectos cuando se encuentran en exquisito deleite por nosotros mismos.
La claridad y la oscuridad son opciones maravillosas para darle grados de luminosidad al amor, pero apagar la luz es una estrategia infame cuando tiene como pretensión aumentar nuestra ceguera, la negación de nuestro propio cuerpo y la negación de otro. Una cosa es jugar a encontrar nuestra piel en medio de una espesa oscuridad y otra distinta es huir del encuentro en medio del pretexto de las tinieblas.
Cuando el sexo usa los ojos descubre infinitas posibilidades que alimentan nuestros sentidos y lo que vemos se vuelve música que se atrapa por los ojos, descubrir la generoso paisaje del pecho que nos abraza, la locura de sus ojos agónicos y cada giro que dibuja la forma de su cuerpo, se suma a un éxtasis fantástico en el que la realidad que tenemos al frente supera cualquier ceguera imaginable. Ver o no ver, ese también es el dilema. Si cerramos los ojos lo imaginamos, si los abrimos allí estaremos, entregados, desnudos y hallados.
Culpo todas esas novelas de los años 80, las culpo a todas. Infames, nos educaron en la represión del voyerismo de nuestra propia intimidad. En algún lugar leí que la rana es el único animal que cierra los ojos cuando traga para no ver lo que se come, lo que me parece un acto de irresponsabilidad y poca cortesía de su parte. Podemos atrevernos a abrir los ojos, pero con el corazón entre las manos, porque de cualquier manera como en Ensayo sobre la ceguera de Saramago, es macabro ser vidente en un mundo de tantos ciegos.

domingo, 27 de julio de 2008

LA CAUTIVANTE BELLEZA DE UNA FEA

Juan Martín es un perfecto reconocedor de la belleza femenina, la huele en la distancia y aprecia infinitamente esas mujeres de largas piernas robustecidas, bronceadas como un mármol. Lo cautiva el rostro de una mujer bella, de esas que entran a un lugar con unas tetas dibujadas, absolutamente seductoras. Juan Martín no se rodea de feas, sale con mujeres bonitas, estilizadas, que parecen sacadas de las revistas.
Por circunstancias laborales debe reunirse con una mujer que resulta ser tan poco atractiva que ni siquiera puede pretender un espacio en la memoria para ser recordada como fea. Un cuerpo que a simple vista no dice nada, un rostro escondido detrás de nada, rellena, de gafas y un pelo corto que parece estar puesto allí por obligación. Más que horrible es una mujer insignificante. Juan Martín y ella trabajan revisando un documento. Él casi no la mira, no podrá recordarla al día siguiente. Concentrados exclusivamente en el trabajo, ella empieza a dar argumentos sobre uno de los tópicos que analizan. Él sólo la escucha. Poco a poco mientras ella habla, él empieza a sentir un extraño interés en sus palabras. Tan coherentes, tan suaves y firmes. Repentinamente Juan Martín desea saber quién es la mujer que habla y desprende su mirada del documento y la mira, la mira mientras ella habla.
Algo se empieza a transformar frente a sus ojos. Todas las palabras que ella argumenta empiezan a escucharse melodiosas y le permiten descubrir a una mujer, quizá la fea más bella que haya visto en su vida. Ella comprometida con cada una de sus palabras ignora que Juan Martín ha empezado a desearla. Él ya no la escucha, sólo ve su boca moverse y se imagina que la besa. Más allá de las gafas de marco azul hay unos ojos y Juan Martín sólo piensa en recorrerlos con la lengua.
Desconozco otros detalles. No sé si fueron a la cama. No puedo afirmarlo, ni tampoco negarlo. Pero ahora Juan Martín quiere renunciar a ser un hombre frívolo. Aquella tarde descubrió las infinitas posibilidades del encuentro con una mujer. Dice ahora que prefiere a las feas, dice que lo importante no es el cuerpo que una mujer tenga, sino lo que se hace con ese cuerpo. Dice que sigue buscando a la fea de su vida.
La última vez que lo vi estaba con una mujer tan bella que parecía famosa. Vestía con un profundo escote y su cabello largo parecía de mentiras. Se movía perfecta con su perfume Chanel. Le pregunté por la fea y me dijo “La sigo buscando” Fue difícil creerle, pero lo hice.
Es posible que todos podamos reconocer lo que es la belleza femenina, que todos como Juan Martín sepamos exactamente dónde está. Pero de manera paradójica, en la vida real, hay casos de mujeres no tan agraciadas que tienen sorprendentes resultados cuando de conquistar hombres se trata, y hay otras que con todos los atributos físicos a su favor no tienen la misma suerte.
La belleza es también cuestión de actitud, cuestión de encanto. Un terrateniente podrá ser dueño de mil hectáreas, pero si sólo es capaz de reconocer como suya una de ellas, jamás podría compartir con otra persona más allá de esa única hectárea. Puede ser la tierra más bella, más generosa, pero él sólo tendrá para mostrar un miserable terruño del que se cree dueño.
Pero si otro campesino, es sólo dueño de tres hectáreas, quizá más áridas y menos fértiles, pero se reconoce como dueño y señor de su pequeña tierra, podrá disponer absolutamente de ella y compartirla de la manera que le apetezca. Aunque el primer hombre tenga más, en la medida que no sea capaz de reconocer lo suyo como suyo, siempre tendrá menos que el segundo, menos para mostrar, menos para compartir.
La seducción femenina no requiere exclusivamente la belleza, en realidad puede prescindir de ella, lo fundamental es reconocer nuestro cuerpo como nuestro, hacernos dueñas de las hectáreas que nos pertenezcan. Algunas mujeres que acuden a un encuentro con el bisturí, deben comprender que el verdadero cambio en sus vidas tendrá lugar el día que redefinan su cuerpo, que se apropien de él. La cirugía plástica sólo tendrá los efectos deseados cuando somos capaces de descubrirnos a sí mismos como un cuerpo erótico y sensual.
Esa comunión con la sensualidad de nuestro cuerpo no depende de las formas que tenga nuestro cuerpo – y nuestro rostro-, depende del descubrimiento de nuestras posibilidades eróticas más allá de cualquier patrón de belleza. Probablemente Juan Martín lo descubrió en aquella mujer de las gafas del marco azul. Tal vez fue tan fascinante que él insiste en encontrar una mujer no más belle, sino una mujer que sea dueña de la belleza que tenga, una fea que le haga sentir que es la mujer más cautivante del mundo.

miércoles, 16 de julio de 2008

LA DESNUDEZ DEL VESTIDO


“…una mujer extendida a su lado, la cabeza apoyada en su regazo, los ojos cerrados, los brazos escondidos en el amplio vestido rojo que se extendía alrededor, como una llama, sobre la estera color ceniza”
Fragmento de Seda, de Alessandro Baricco


Cada mañana lo mismo. Qué me pongo. Todo depende de para dónde voy. De cómo me siento. De quién me verá. La decisión del qué me pongo puede ser absolutamente complicada para algunos. Pantalón o falda. Corta o larga. Hasta la ropa interior resulta compleja.
María ha empezado a salir con su profesor de fisiología. Le gusta. Han ido a almorzar tacos, han ido al cine. Ahora él la ha invitado a cenar a su apartamento. Vive solo. Ella quiere ir, pero piensa que es demasiado pronto para acostarse con él. Quiere sólo besos contundentes y caricias. Se imagina revolcándose en el sofá de su profesor. Pero María dice que “no quiere dárselo”. Comete el error de muchas mujeres que creemos que en el sexo entregamos algo, pero en el sentido más estricto somos receptoras.
Quiere ir, pero se ha inventado un mecanismo de control. Como a María le importa excesivamente el qué dirán, sabe que jamás dejaría verse de un hombre si no está “presentable”. Ha decido ponerse sus calzones rotos. Son de florecitas. De un algodón que con el paso del tiempo ha empezado a exhibir unas transparencias en aquellas zonas en las que seguramente se ha restregado durante el lavado. Los elásticos se han empezado a aflojar y de algunos salen unos hilos desflecados, de esos que si uno jala no sabe cuándo va a terminar, ni dónde. Son grandes, imperfectos y sobre todo están rotos. Ventilan en la parte de adelante, en un huequito en el que se asoma tímidamente el vello púbico de María. Ella ha sido clara en su decisión de portarlos esa noche, los calzones rotos tienen un objetivo en su vida: Limitar cualquier fragilidad en la carne de María. Ser el obstáculo perfecto que evitará que ella se deje llevar por sus pasiones y termine haciendo el amor precozmente con su profesor de fisiología.
María ha sido enfática y ayuda su estrategia dejando sus piernas sin depilar. Se pone unos pantalones justos y se presenta en el apartamento del hombre. Un par de días después María confiesa su hazaña. Todo estaba controlado, hasta que se dejó llevar por la excitación y simplemente olvido sus calzones rotos. La fragilidad de su carne joven fue mayor y quedó expuesta a la vergüenza de aquellos inolvidables calzones rotos de florecitas.
Quisiera decir que esta historia termino mejor, que ahora están casados y tienen dos hijos, y que en las reuniones con sus amistades cuentan aquella anécdota. Pero no ocurrió. Tal vez él la ha olvidado y ella sólo lo recuerde por la vergüenza que sintió. Por retaliación configuró una burla sobre el tamaño de los testículos del profesor, pero en el fondo de su alma sólo quería estar a mano.
La ropa es sexo también. Siempre es prenda al servicio del erotismo y toma la connotación de fetiche. La desnudez es la exposición del cuerpo, tan violento, tan vulnerable. La ropa, sin embargo, obedece a mecanismos de seducción más elaborados. La transparencia seduce. Seduce ver desvestir, quitar una prenda tras otra como camino al encuentro visual con la piel. La ropa interior seduce, es la máscara de la genitalidad, el antifaz que oculta la culpa del deseo.
Las prendas tienen su propio espíritu, se impregnan de quién las viste. Se roban el olor de la piel. En una tienda de ropa para hombre, las camisas están allí esperando, tan parecidas a la espalda de aquel que las llevará. Están allí todos, colgados en un gancho. Tan serios los de manga larga. Tan atrevidos algunos. Son pedazos de esencias de hombres como un pinocho de madera que sólo espera un soplo de vida. Pero ligeramente, desde que las crean, sutilmente empiezan a tener carácter.
La ropa no es nada, son trapos. Trapos sobre trapos todos cosidos. La gente mata animales, los caza y los destripa para hacerlos zapatos o abrigos. La aventura insospechada de la ruta de la seda, dejaba expuesto el poder cautivador de una textura. Cruzar medio planeta sólo por seda. Trapos sobre trapos, todos finalmente elementos de seducción. Antes de quitarse la ropa, es mejor pensarlo dos veces. El desnudo es indiscutiblemente bello, pero la ropa es el juego erótico de lo imaginable, de lo posible. Una mujer se mueve diferente cuando lleva un pequeño interior de encaje rojo, aunque sólo ella sepa que lo lleva puesto. Determinamos nuestra ropa, pero también lo que usamos nos determina y nos seduce primero a nosotros mismos y después a los otros. En ocasiones, no hay mayor desnudo que seguir vestidos.

sábado, 3 de mayo de 2008

VIAJANDO EN PRIMERA CLASE

“Tu aliento es mi única vida, y son tus ojos mi luz; mi alma está donde tu pecho, mi patria donde estás tú”
Augusto Ferrán

Rolando estaba vestido de negro, pero bailaba feliz. Yo lo contemplaba y me alegraba de verlo, pero no podía contener las lágrimas. Sin detener su baile, él me preguntaba por qué lloraba. Yo le explicaba con calma y le decía “lloro porque te estoy viendo y tú estás muerto” Rolando levantaba sus hombros en un gesto despreocupado y me hablaba con ternura y firmeza “yo sé que estoy muerto, pero no llores. Más bien recuerda algo, lo importante es lo esencial, si uno tiene amor lo tiene todo”

Hace algunos años Rolando me hablaba de lo que era vital, me hablaba de la compañía y del amor. Me enseñó un día, que en ocasiones el sólo roce de las manos entre dos personas que se aman, es todo, absolutamente todo. Y ese roce puede ser en cualquier lugar y bajo las circunstancias más simples.

Sin embargo, pocas personas tienen la posibilidad de dibujar el amor como lo hacía mi amigo. La mayoría de las veces estamos preocupados por construir un amor de escenarios. Parejas que pasan la vida buscando el siguiente camino excitante, el siguiente crucero, el siguiente viaje de yajé, el siguiente restaurante de lujo, la siguiente suite en la playa, como si cada una de esas circunstancias fuesen la tierra fértil que permite un amor que no encuentra lecho en los brazos de quienes lo viven.

Cuando el amor se apropia de sí mismo, cuando se siembra en las bocas que se besan, no necesita un lugar para existir más lejano que el propio abrazo. Y el cuerpo del amado es todo el territorio que nos interesa, y preferimos acariciar algún otro rincón secreto de su piel que viajar por el mediterráneo.

Cuando el amor se apropia de sí mismo, no necesita visa para nada, no paga peaje, no reserva ni discute con servicio al cliente. No carga nada a la tarjeta, no financia, no pide la cuenta, no regresa a casa, porque jamás sale de ella. No presume fotos de fin de semana ni se anuncia en la página de sociales.

Los lugares que recorremos son sólo pretextos para construir una historia. El palo de caucho que nos cobijó aquella noche de lluvia, la banca del parque en la que vimos el amanecer, el hotel de mala muerte en el que pasamos aquellos días intensos, la iglesia aquella en la que nos juramos amor por vez primera, la orilla del río en la que nos contamos nuestros secretos, el barcito aquel en el que bailamos nuestra canción….

Los lugares se convierten en pretextos simbólicos, pero lo imprescindible es lo que habita en esa relación, que se atreva a ser un amor de parque, que pueda construirse desde lo simple, aunque tengamos la posibilidad de viajar en primera clase. Si un amor no se encanta viendo un atardecer desde su propia ventana, es un amor tan perezoso y esnobista que tampoco merece que lo saquen de paseo.

Se evidencia casi una competencia absurda. La gente tiene conversaciones en las que ostenta el nuevo destino, aquellos que estuvieron en Aruba le ganan a los que estuvieron en Mendihuaca, los que estuvieron en Mendihuaca están por encima de los que fueron a La Boquilla, pero los que fueron a París, les ganan a todos los demás. Es un amor consumista, que se engaña, creyendo que son más felices aquellas parejas que tienen dinero para viajar.

Nadie tiene mayor cara de felicidad que los noviecitos de los pueblos, que se reúnen en la plaza central, tomados de la mano. No podemos estar seguros de que seamos más felices en un spa en Grecia que en una hamaca en el patio de la casa. De cualquier manera, cuando uno está enamorado, el lugar más exquisito es el pecho de la persona que amamos.

viernes, 11 de abril de 2008

ENTRE LA OSCURIDAD Y LA TRANSPARENCIA

“Un hombre y una mujer que no se mintieran nunca y se confesaran inmediatamente todas sus traiciones no se engañarían nunca”
Michel Tournier

Para aquellos amores valientes
que intentan amarse tal como son,
esos que no se venden simulacros.


Es la primera vez que tengo decidido mi epígrafe antes de empezar a escribir. Lo encontré en un libro maravilloso, que fue un hallazgo sorprendente, de esos que se presentan cuando no los estamos buscando.

El personaje de la novela de Tournier, Yves Oudalle, le pregunta a Nadège, su mujer, si cree que es necesario mentir. Ella le responde diciéndole que “entre la oscuridad de la mentira y el cinismo de la transparencia hay lugar para toda una gama de claroscuros en que la verdad es conocida, pero callada, o voluntariamente ignorada”. Para Nadège, la buena intimidad debe estar en la luz crepuscular, no debe ser total transparencia, no debe ser total oscuridad, y agrega “Tú me engañas, yo te engaño, pero no queremos saberlo”

Mentir es casi un arte. La mentira perfecta es aquella que ocurre en medio de verdades, que le roba la dignidad a la verdad y se viste de ella, sólo de esta manera se vuelve creíble. Es pecado y hasta delito. Pero todos mentimos alguna vez…, todos. Como aquel que roba para comer es un ladrón, aquel que miente piadosamente es un mentiroso.

Las relaciones de pareja son el terreno de las mentiras. Existe una diferencia entre lo discursivo y lo real. El primer gran engaño de una pareja es el enamoramiento inicial que se da en el cortejo. Dos personas que se muestran con su mejor máscara, velados, con el mejor vestido para cautivarse mutuamente.

Jamás verán a un par de enamorados, durante sus primeras citas, hurgándose la nariz. Cómo pueden saber si en realidad aman lo que son, si no se muestran como son. La primera tragedia comienza cuando se evidencian humanos, entonces la doncella tiene mal aliento y el príncipe encantado muy mal humor. Se encuentran con sus malos olores, sus malos hábitos y sus neurosis. Se han mentido ambos. Sus vestidos principescos se vienen abajo y quedan al descubierto los vasallos que somos. Si para entonces, el amor se ha sembrado realmente, se seguirán amando a pesar de encontrase mortales, vulgares, humanos.

Las otras mentiras vienen después. La construcción de la pareja no sólo idealiza a los personajes, sino que también idealiza lo que se edifica entre ellos. Cualquier error es motivo suficiente para convertirnos en ángeles caídos frente a los ojos de aquella persona con quien compartimos la vida.

El juicio y la condena deben venir sobre el mentiroso, pero de la mentira también hace parte aquel que no puede con las verdades. Nadie quiere ser engañado. ¿Será eso cierto? ¿No queremos ser engañados? Cuántas veces no nos hacemos los tontos frente al engaño, por un lado tratando de descubrirlo, revisando llamadas telefónicas, abriendo sobres ajenos, invadiendo la privacidad del otro, pero por otro lado, petrificados, sin saber qué hacer con las verdades, actuando como si nada ocurriera, jugando al equilibrio patológico.

Conocí a una mujer que literalmente usaba mecanismos de tortura para que su pareja le confesara su infidelidad, harto de tantas presiones, un día él terminó admitiéndolo. Ella en medio de sentimientos de humillación, le reclamó el no haber “hecho bien las cosas”. “Haz lo que quieras, pero que yo no me entere”, ¿será este el claroscuro al que se refiere el personaje de Tournier?, hombres que dicen “En tantos años de casado, mi esposa jamás puede quejarse de que he tenido otra mujer” Y puede que haya tenido todas las del mundo, pero su orgullo no es la fidelidad, su orgullo es tener 20 años de inmaculada mentira.

Sufre el engañado y se engaña también aquel que crea la mentira. Pero podríamos rechazar ese sórdido panorama y abrirle paso a la luz de la transparencia de las verdades, de la crueldad de la verdad…, sólo si en realidad pudiéramos resistirlo. El que miente puede que sueñe con aquel día en el que se sepan todas las verdades y se haga libre, y el engañado puede que le tema a aquel día en que por fin deje de ser víctima de engaño y que la verdad se le ponga al frente de sus ojos y ya no sepa que hacer con ella.

De repente, prefiera el claroscuro, porque pueda que demasiada luz le deje ciego después de tanta oscuridad. Pero si en su relación quiere apostarle a la verdad, tendrán que redefinirlo todo, incluso dejar de mentirse a sí mismo. Tendrán que aceptarse humanos, amarse aún cuando sean ángeles caídos, quererse aún en las sombras, y preguntar sólo aquello que somos capaces de comprender. Difícil, imposible para muchos. En ocasiones, es mucho más cómodo quedarse en el discurso de la sinceridad y la confianza, mintiéndonos mutuamente y sobre todo mintiéndonos a nosotros mismos, exigiendo la verdad cuando no podemos con ella.


jueves, 20 de marzo de 2008

LO FÁCIL SERÁ PECAR



Cuando era niña, estudiaba en un colegio de religiosas. Recuerdo los amplios salones siempre limpios. Los bonches, los palos de tamarindo y guayaba. Era feliz. Las monjas con sus vestidos bien planchados, cariñosas. Las amigas, las convivencias, la banda de guerra, la tuna, la infancia misionera, la barra de animación y las clases de baloncesto, mecanografía y costura.

Con cierta regularidad, debíamos asistir a una misa obligatoria. De manera tan ordenada, disciplinadas, bien peinadas. Un día, en medio de la sagrada eucaristía, me dio un ataque de tos, y como ya me habían dicho que bostezar, comer chicle y toser estaba prohibido en la misa, empecé a hacer todos los movimientos posibles para aguantarme, contuve la respiración, carraspeé, respiré profundo, traté de toser suavemente, pero finalmente la tos estalló con toda la resonancia que aquel catarro que padecía me lo permitió…, quedé expuesta a la vista de todos, apenada, avergonzada.

No se espere que una niña que vive tan traumática situación a los 9 años de edad, sea una mujer que visite mucho la iglesia. Aquella represión exagerada que percibí, provocó posteriormente la risa de algunos adultos a los que les conté mi sufrida historia. Tan inocente era en pensar que en “la casa de Dios” se pudieran enfrentar semejantes prohibiciones.

Ahora vivo muy cerca de una iglesia. Me encanta escuchar sus campanadas de la misa de la tarde anunciando los tiznes anaranjados que se forman en el cielo. He vuelto a ella y he encontrado que en su puerta tiene un anuncio que reza “Tu forma de vestir al venir a la iglesia muestra el grado de tu fé”. En el espaldar de sus bancas dice “No caminar ni colocar los pies en el reclinatorio”, también dice: “Apagar el celular” y por último: “No consumir alimentos, agua, ni chicle” “…ni chicles”, vuelve aquella desesperada imagen de mi infancia, y me pregunto si debo esperar encontrar algún anuncio que diga “Prohibido toser”

Entendía que los pecados capitales señalados por el Papa Gregorio I en el siglo VI, son: la soberbia, la envidia, la gula, la lujuria, la ira, la avaricia y la pereza. Todas son palabras graves, con acento en la penúltima sílaba, y son pecados graves. Quince siglos más tarde, no podíamos terminar de aprendernos esta lista, cuando El Vaticano saca una nueva lista de pecados “sociales” que son: las violaciones bioéticas, como la anticoncepción; los experimentos moralmente dudosos, como la investigación con células madres; la drogadicción, contaminar el medio ambiente, contribuir a ampliar la brecha entre los ricos y los pobres, la riqueza excesiva y generar pobreza.

Creía que eran suficientes los 10 mandamientos, pero el Papa consideró que necesitábamos más prohibiciones. Sin embargo, ahora parece que con tantos pecados, cada vez nos está quedando más fácil el ingreso al infierno.

El Vaticano coincide con la Conferencia Internacional sobre Población y desarrollo, realizada en El cairo en 1994, que tiene como prioridad la reducción de la pobreza. Supongo que por algún lado, en letra menudita, se justificará que en ciudad de El Vaticano exista tanta riqueza.
Pero al parecer, La Iglesia, en su esfuerzo por hacer una lectura sobre los nuevos pecados que abaten nuestra sociedad, no es conciente de la necesidad de promocionar la salud sexual y reproductiva. Tener acceso a métodos de anticoncepción hace parte de nuestros derechos sexuales y reproductivos, nos permite planificar nuestros embarazos y disfrutar de nuestra sexualidad sin temor.

Sin embargo, somos las mujeres las que debemos decidir. Somos nosotras las que llevamos embarazos que no deseamos, con hombres que huyen. Somos nosotras las que somos víctimas de violencia sexual hasta por parte de nuestra propia pareja, las que morimos en las salas de parto y las que tenemos que dejar todos nuestros sueños cuando quedamos embarazadas en la adolescencia, y además tenemos que cargar con la mirada de censura. Somos nosotras las que tenemos que casarnos con el primer borracho para no llevar el estigma de ser madres solteras. Somos nosotras las que criamos hasta el cansancio a tres niños cuando llevamos otro en el vientre y aún así tenemos que traer los huesitos para las sopas.

Con una lista tan larga de pecados, que sumando entre los capitales, los sociales, los 10 mandamientos y cualquier otro que se inventa el párroco de mi barrio, lo fácil será pecar. La píldora anticonceptiva ha evitado que muchas mujeres vivamos infiernos en esta vida y que traigamos al mundo a niños y niñas a vivir vidas infernales al no ser deseados, ni amados, ni planeados. Usemos o no anticonceptivos, después de todo estaremos en pecado por no reciclar. De cualquier manera ya lo dice el refrán, el que peca y reza…



jueves, 21 de febrero de 2008

SOMOS UNA SUMA DE MIRADAS



“Esta vez, si me resbalo y me caigo no hay dolor, te ofrezco el corazón, rellenito de estrellas. Esta vez, en la cuenta del mundo somos dos…”
Huellas, Rolando Pérez

En los últimos días el país tiene ganas de marchar, algunos salen y se visten de blanco y en el fondo de su alma ni saben por qué están marchando, que si el sentido de la marcha era uno, que si la otra será por los otros, que si cierto grupo de reputación salvaje apoyó alguna, que unos que no marchan, pero se concentran…, la gente está que se marcha y sale a caminar y a gritar cosas, por indignación, por solidaridad, por repudio, por algo que sienten pero ni se explican, y a la final, más allá de las razones ideológicas, la verdadera razón para dejar lo que se está haciendo, ponerse una camiseta y someterse a un sol inclemente, es la alteridad.

El ser humano, que parece a veces de naturaleza perversa, se asume a sí mismo por la mirada amorosa de aquellos que lo rodean. Los bebés cuando nacen, creen que su madre y ellos son la misma entidad. Un bebé de apenas un mes de nacido, cree sin espacio a la duda, que él y su madre son una misma cosa, un mismo cuerpo…, y los bebés son sabios, tienen la razón. Cuando la madre está angustiada, el bebé con un llanto súbito de dolor se queja de cólico. Las abuelas decían que la leche se le agriaba, que “mija no le des la teta si estás peleando con tu marido”, pero lo cierto es que se sabe que la madre es la “psiquis” y el bebé es el “soma”. Aquello que la madre siente, que ocurre en su vida emocional, se evidencia en síntomas en el cuerpo de su bebé.

A medida que el tiempo pasa, el bebé empieza a darse cuenta de que son dos seres humanos diferentes, lo sabe tanto, que alrededor de los 9 meses presenta lo que se llama ansiedad por separación, y consiste en un horrible miedo a que la mamá se vaya y le abandone, a que no regrese, y ese miedo se va quitando a lo largo de la vida y en realidad no se termina de quitar nunca, porque aún, siendo adultos, nos sentimos inquietos cuando nuestra madre se va de viaje, ni hablar de la angustia cuando pensamos en la posibilidad de su muerte.

Pero el caso es que el bebé se empieza a enterar que es otra cosa, diferente a ese ser que le alimenta de su seno y eso es triste, pero también desafiante, porque representa el reto entonces de descubrir quién es. Y un bebé, digamos, cuando tiene 1 año, ya sabe que él no es su madre, y no sabe hablar, pero debe tener una idea de su existencia, una referencia de sí mismo, porque un bebé no sabe bien si es un pollo, o un pony, a un pequeño bebé ni siquiera se le ha dicho que pertenezca a la especie de los humanos. Pero empieza a intuir quién es a partir de la manera como lo miran.

Entonces siempre le explico a las mamás con las que trabajo, que los niños y niñas saben quiénes son, a través de los ojos de las personas cercanas, de las personas significativas. No es el reflejo en el espejo lo que define la configuración de la subjetividad de un niño pequeño, es el reflejo en los ojos de su madre, en los ojos de su padre, de su hermana mayor, de la abuelita…, si esos ojos lo miran con amor, el niño crecerá convencido de que es un ser de amor, y poco importa si es un gato, o una iguana, pero reconoce su valor…, pero si esos ojos lo miran con desprecio, el niño crecerá con la convicción de que es un ser despreciable.

Soy, gracias a los ojos de esos otros que me miran, que con su mirada revelan mi existencia y ellos son, gracias a la mirada que les devuelvo, y les revela su existencia. Esto es precisamente la alteridad, que a la final somos una suma de miradas que vienen de un lado para el otro.

Mañana, sábado 23 de febrero a las 6 de la tarde, en la Playa de la Artillería, en el bar de Eparquio Vega, estaremos reunidos intentando devolverle una miradita a Rolando Pérez, convoco a todos los que deseen acompañarnos, que ojalá donde quiera que esté le llegue una lucecita de nuestros ojos, que le recuerden lo que significó y lo que sigue siendo en nuestra memoria.

Cuando matan a alguien y no sucede nada, existe una expresión popular que dice “lo mataron como a un perro”, pobres perros, no creo que tengan la culpa de la desgracia humana. No hay que meter a los perros en esto, la impunidad necesita de la mirada de todos, el malestar ese que lo sigue levantando a uno a marchar por algo, la voz de protesta colectiva.

Ha pasado un año desde aquel horrible día en que encontré a mi amigo asesinado, quisiera saber un año más tarde qué se ha hecho, quisiera saber cuándo se hará justicia, quisiera saber cuáles son las respuestas de la fiscalía, quisiera saber qué ha hecho el Consulado de Cuba además de devolver el féretro a su país, quisiera saber qué ha hecho la Universidad Jorge Tadeo Lozano, en la que Rolando fue profesor de comunicación social por años y formó a muchos periodistas que ahora trabajan en los medios, cómo se han pronunciado los académicos, los intelectuales que creemos que tenemos parte en todos los debates sobre la violencia y otros asuntos.

La gente marcha, por una simple razón, porque necesita ir a algún lado que no sabe dónde queda. Porque en el mundo que estamos las cosas no van bien, y tenemos que caminar y no sabemos que no es desde la India Catalina hasta la Torre del Reloj, es caminar en la vida, es seguir espantándonos por la inmundicia de la maldad y seguir soñando, así sea en medio del delirio, que algún día tendremos un mundo diferente.

MÁS QUE DESNUDOS



“Tengo un terciopelo azul para ti,
tengo una imagen de una mujer que no soy,
de una mujer en la que me transformo sólo cuando estamos juntos”
Francesca Brango

A pesar de que la moda ha sido tildada por una connotación de frivolidad, en realidad es una de las muestras más contundentes de los cambios históricos y culturales de la humanidad. Las diversas formas de expresarse a través del vestuario, también han llegado al terreno de lo erótico y han vestido el desnudo de lo pornográfico.

En un mercado de la fantasía sexual se ofertan desde ropa interior comestible saborizada hasta una prenda para mujer que se inspira en una camisa de fuerza propia de un manicomio. Vestidos de atrevidas enfermeras, de desinhibidas colegialas, de miembro de la fuerza pública con tendencias sádicas, son todo un abanico de posibilidades en el que la ropa es el juguete sexual.

Sin embargo más allá de lo que ofrece el comercio, los cuerpos adquieren un sentido de moda para la intimidad. El vestuario ha caracterizado fotografías memorables que se constituyen modelos por lo que representan en la conciencia colectiva, y ha estado alimentado por las texturas, por la seda, por el encaje, por colores como el rojo y el negro, la postura, la insinuación carnosa de los labios, por las plumas, por las mallas en las piernas, por el liguero, los altos tacones, el terciopelo, todas, prendas que parecen conocer por sí solas el principio del placer.

El cine lo ha ilustrado en aquellas Inolvidables escenas de Sharon Stone, en la película Bajos instintos, con un cruce de piernas que dejaba ver un poco más allá de lo esperado, pero menos que lo deseado; o la inmortal escena de Marilyn Monroe con su falda al viento en "The Seven Year Itch". Cada elemento que acompaña a estas mujeres, desde el efecto de la luz hasta la expresión de los ojos, más que ser simples detalles, se conforman en un conjunto de representaciones simbólicas.

La moda en lo sexual, permite el juego de la transformación, de la reelaboración del cuerpo. El cuerpo no sólo es, el cuerpo también se construye y se reconstruye, asume formas, asume el desafío de representarnos. En lo sexual, los modelos, responden a la exigencia de multiplicar el cuerpo de la persona amada en diversas fotografías y esta transformación tiene lugar, justamente, en el juego erótico de la pareja. Es en ese maravilloso espacio de intimidad en la que somos capaces de construir todas esas imágenes, en las que nos volvemos muchas mujeres a la vez, muchos hombres a la vez, en la que somos personajes de otros tiempos.

En la plenitud de esta elaboración, el hombre que amamos es él y es todos los hombres a la vez, y podemos ser todas las mujeres posibles. Por eso dentro del juego erótico se intercambian las ropas, se adornan con lencería que simula pieles de felinos salvajes, se usan vendajes en los ojos, se atan…, por eso, no siempre la desnudez es la mejor alternativa, por eso, de manera deliberada, buscamos prendas que nos recrean, que nos simulan…, el uso de un antifaz, de un corsé, que nos permiten tener muchos nombres en nuestra intimidad.

Todo esto es posible en la medida que somos capaces de construir una relación que nos permita ser libres para ser nosotros mismos, una relación con aceptación, con la libertad de ser justo lo que somos, en la que no sea necesario reprimirnos, en las que el respeto y la libertad primen, en la que no sea necesario negarnos a nosotros mismos, sólo de esta manera podemos atrevernos a construir una sexualidad capaz de recrearnos, porque no podemos asumir otras construcciones y disfrutarlas, ni siquiera dentro del juego sexual, cuando no somos capaces de asumirnos a nosotros mismos dentro de la relación de pareja.

En ocasiones los prejuicios no nos permiten vivir experiencias desinhibidas, porque nuestros conceptos significan nuestra propia celda en la que se marcan los límites de lo probable. También, los prejuicios son una verdadera cárcel, cuando creemos que para ser felices sexualmente debemos cumplir con estereotipos creados por otros. La medida justa está en la entrega mutua, que nos lleva un poco más allá de nuestros prejuicios moralistas y un poco más acá de representaciones predecibles de la sociedad de consumo. Sólo si nuestras cercanías son auténticas, podremos ser lo que somos en realidad y darle paso a aquello que somos también en la fantasía.

EL EROTISMO DE LAS MUJERES GORDAS

Gracias a mi amiga Claudia,
Quien tiene el corazón mil veces más grande que su cuerpo.


Recuerdo en los últimos días haber visto a una mujer que vestía un pantalón hasta la media pierna, de lycra azul y completamente ajustado. Me llamó la atención porque era una mujer gorda, muy gorda, y la ropa que llevaba le dejaba ver con vital descaro cada uno de los pliegues de unas rollizas piernas y unas nalgas tan grandes como el planeta Tierra.

En principio, pensé que era conveniente para mí caminar al lado de ella, por comparaciones espontáneas, me sentiría un poco más delgada. Pero avanzando algunos pasos, me di cuenta de la manera como esta mujer movía su cuerpo. Cada paso que daba revestía una enorme sensualidad, más grande que el tamaño de su exagerada gordura. Su figura no era su defecto, era su gracia, y al parecer, ella lo sabía.

Una mujer gorda es considerada bella o fea de acuerdo a la cultura y al momento histórico. En Europa, durante el siglo XIV, en medio de la inmundicia de una peste negra que acababa con la especie humana, una mujer delgada era sinónimo de fragilidad y posiblemente de enfermedad. Las mujeres gordas eran atractivas porque eran consideradas sanas y fuertes.

En Cuba, durante el periodo especial y con las más grandes dificultades económicas, cada kilo de más en las caderas de una mujer, eran la representación de la abundancia, en medio de todas las restricciones que adelgazaban a algunos.

Esto quiere decir, mientras algunas modelos intentan matarse del hambre, la gordura femenina también tiene su valor erótico. Aquella mujer que caminaba con su lycra azul lo sabía. Más allá de los gustos particulares, la gordura no es ni un pecado, ni un delito, ni debe ser considerada un castigo. Si bien es cierto todos los problemas asociados al sobrepeso, que todos debemos pensar en un peso ideal por razones de salud, lo estético no está necesariamente en ese cuerpo egoísta en sus carnes.

En ocasiones, mujeres gordas tienen dificultad en su vida sexual, porque se sienten inseguras y perciben su cuerpo como indeseado. Es importante comprender que en el ejercicio íntimo de la sexualidad, el valor del cuerpo está dado en la manera como nosotros nos entregamos generosamente, y esa entrega no depende de cuánto pesamos.

La primera conquista para satisfacernos sexualmente, es la conquista de nuestro propio cuerpo. Reconocerlo como nuestro y quererlo. Una mujer gorda que se apropia de su cuerpo como su territorio, será una mujer que de manera generosa tendrá un cuerpo voluptuoso para entregarse a sí misma en el encuentro sexual.

Para el sexo, el problema no está en ser gorda, está en desconocer nosotras mismas lo que tenemos, está en sentirnos inhibidas. De hecho, hay mujeres delgadas con cuerpos parecidos a los cánones de belleza actuales, que están absolutamente disminuidas porque no se han apropiado de su propio cuerpo como una posibilidad erótica. Un cuerpo perfecto no es la clave para una sexualidad plena.

En los casos en los que el sobrepeso es elevado, algunas posiciones sexuales pueden facilitar el acoplamiento de los cuerpos en la relación coital, pero la riqueza del encuentro sexual no está dada en la técnica, está dada en el arte. En realidad, el acoplamiento de los cuerpos se da en la medida que también los seres que representan esos cuerpos puedan acoplar, por decirlo así, sus almas.

Algunas veces el sobrepeso influye negativamente en la autoestima, porque una mujer gorda puede sentirse despreciada, porque no encaja en los patrones de belleza, porque tiene que enfrentar comentarios desagradables y en ocasiones, hasta burlas. El ser humano puede ser también cretino por naturaleza y de manera muy estúpida llevar a una mujer al sufrimiento por sentirse menos valiosa. De hecho, algunas, soportan relaciones desequilibradas, violentas y asimétricas, con la sensación de que si terminan esa relación, será muy difícil que otro hombre se fije en ellas. Nada tan mentiroso. Ningún ser humano que nos desprecie merece ser el último nombre que nombren nuestras bocas.

Si bien, algunos hombres desestiman a las mujeres por unos gorditos de más y consideran que el único atractivo posible está en una mujer de magra figura, otros se sienten atraídos por estos cuerpos voluminosos y de abrazos generosos. De cualquier modo, cuando se piensa en una relación amorosa que dure siempre, al cuerpo de las gordas y de las flacas, algún día se lo comerán los gusanos y dejaremos de existir sobre esta tierra, envejeceremos hasta transformarnos en abono para las plantas y en ese camino que le llamamos vida, que no es tan largo como creemos, sólo seremos felices si aprendemos a valorar lo esencial de nosotros y sólo disfrutaremos nuestra sexualidad si aceptamos y valoramos nuestros cuerpos, tengan la forma que tengan.





domingo, 3 de febrero de 2008

JUGANDO EN SERIO

Por nuestros juegos,
por las velas, por la risa,
por el canto.

Cuando en el motor de búsqueda de Internet intento indagar sobre “juegos sexuales”, la pantalla arroja 139.000 resultados. Los contenidos de cada página resultan similares y con frecuencia repiten técnicas de juego, algo así como un listado de buenas ideas para aprender a jugar.

Uno de estos sitios web anuncia: “…te damos un par de ideas para que pongas en practica y condimentes un poco los aspectos de tu vida sexual, renuévate, experimenta y disfruta con cualquiera de estos Juegos Sexuales”, en otro espacio me llamó la atención: “Las puertas del placer no se abren de repente”, me pregunté a qué puertas se refería, pero la propuesta indicaba que los juegos sexuales eran la llave para abrirlas. Más adelante leí: “Personalidades sexuales para darle variedad a la vida sexual”, y animaban a los lectores a usar disfraces.

Entre los hallazgos de las listas de juegos sexuales, hay uno que pondré a consideración: “Comerte un yogurt con tu pareja puede convertirse en todo un placer. Retira muy lentamente la tapa, mientras recuerdas a tu pareja que no tienes cuchara para comerte el yogurt, desnúdala, y utiliza su cuerpo como receptor de pequeñas cantidades de yogurt que irás comiéndote poco a poco” Intento imaginarlo todo y por supuesto uno se puede preguntar cosas concretas como ¿Qué tipo de yogurt debemos usar? ¿Con Bacilos Búlgaros? ¿Con dulce? ¿Y si llegan hormigas? ¿Y si la pareja tiene una intolerancia a la lactosa? Francamente no sé porqué yogurt. Siempre recuerdo mis clases en primaria en las que me enseñaban que el yogurt viene de la vaca, hasta el momento no es una sustancia que encuentro del todo erótica. Su olor tiene cierta acidez de la leche vieja, aroma con la que realmente me cuesta asociar un orgasmo.

Lo interesante es que el tema de los juegos sexuales puede ser tan estereotipado como patético, en la formulación de técnicas para saber jugar, podemos perdernos de lo que es realmente erótico, con el afán de seguir un guión que no es nuestro.

Cuando decimos “No estoy jugando, es en serio”, ponemos en escena la creencia existente de que el juego es lo opuesto a la seriedad. Pensamos que si queremos demostrar que una relación es comprometida y seria, no es una relación en la que se juega y mucho menos en el terreno de lo sexual. Sin embargo, en ocasiones, nada es más serio que un juego y atrevernos a jugar en pareja es una forma de comprometernos más con el otro.

Para los juegos sexuales no hay que seguir libretos en los que se indica como usar un vaso de yogurt, o como vestirse de colegiala, o como cubrirle los ojos a la pareja, mientras se le lleva a la boca pedacitos del mercado, una escena que en la película “Nueve semanas y media” se reveló toda. Para jugar hay que entender el juego como una posibilidad de lo erótico y tener la disposición para adentrarse a un mundo de la sensualidad, en el que la diversión y el amor van de la mano.

La lectura del propio cuerpo y la lectura del cuerpo del otro, será la carta de navegación para saber hasta dónde llegar. El juego debe dar lugar para lo fantástico, para lo impredecible, para cruzar los límites de lo cotidiano. Los juegos eróticos se atreven a bajarse de la cama, a buscar rincones insospechados y a recrear personajes que no somos.

En las tiendas especializadas podemos encontrar una larga lista de juguetes sexuales, extraños artefactos hacen parte de toda una industria que nos sugiere distintos caminos para explorar el placer. Sin embargo para jugar no se necesitan juguetes, y el uso de los juguetes no implica necesariamente que exista un juego. Para jugar se requiere la confianza, se requiere desinhibirse y dejar la inseguridad de nuestra sexualidad a un lado, para dejarse caer en los ojos de quien nos ama. Sólo así, los juguetes sexuales cobrarán algún sentido, pues son ayudas para la fantasía, pero sólo nosotros somos los que podemos imaginarla y hacerla posible en nuestra piel.

Un juguete sexual sólo es erótico cuando alguien es capaz de descubrir su propio erotismo a través de él. Si lo descubrimos en unos sorbos de yogurt estará bien, pero lo importante es saber que el juego lo inventamos nosotros mismos y nos reinventamos a nosotros mismos cuando jugamos. La próxima vez que nos pregunten si es jugando o es en serio, puede que jugando sea la mejor opción.