miércoles, 3 de junio de 2009

LOS SECRETOS DE LA CENICIENTA Y BENEDETTI


Hace algún tiempo una mujer me preguntó qué podía hacer para atrapar a un hombre casado. Recuerdo mucho su inquietud, aunque no recuerdo mi respuesta.
Sin embargo, al paso de los años, he pensando nuevamente en la pregunta de aquella mujer. Justamente la recordé mientras veía un documental en el que mostraban la maravillosa estrategia con la que se alimentan las ballenas jorobadas. Estos cetáceos ubicados en círculos alrededor de unos pequeños animales parecidos a los camarones, botan el suficiente aire para hacer canales que les rodean y obligan a la presa a mantenerse en un solo lugar. Luego abren sus fauces y atrapan toneladas de alimento.
Las ballenas jorobadas desarrollaron una técnica para atrapar su comida en medio del océano, más o menos ciernen el mar. Esta mujer me preguntaba por una estrategia para atrapar a un hombre, por cierto, casado. Los seres humanos, por supuesto, no somos alimento para ballenas y el amor no es una cuestión de caza. Es posible que hasta el sexo lo sea, pero no el amor.
El arte de la conquista amorosa requiere estrategias complejas. Lo que para mí resulta bastante distante de atrapar, pues atrapar no requiere mayor oficio que tender una trampa. La conquista, sin embargo, requiere un artificio más elaborado. Una puesta en escena mucho más fina, más meticulosa, de mayor maestría.
No se trata de un cazador atrapando a un ciervo ni un felino hambriento detrás de una presa. La conquista es todo lo contrario. En la conquista no se va detrás del objeto del deseo, no se persigue, no se asedia; en la conquista se crean las condiciones para que el sujeto del deseo venga hasta nuestros brazos, para que en lugar de huir, sea quien también nos busque. La conquista, más que de un cazador, requiere de un artista. Un creador del escenario perfecto para el amor.
En la conquista no hay trampas ni carnadas, porque en la conquista nos proponemos cautivar a quien deseamos.
Pero si insistimos en conocer una estrategia para esta empresa, la respuesta está en un cuento infantil conocido como La Cenicienta. Aquellos que no lo recuerden, la protagonista de esta historia no tenía la más mínima posibilidad de conquistar al príncipe, pero con ayuda del hada madrina logra asistir a la fiesta del palacio. Cenicienta puede llamar la atención del príncipe, pero la noche se acaba y ante la reducida probabilidad de volverse a encontrar, deja su zapatilla de cristal “olvidada”. Estrategia perfecta para darle al príncipe el motivo de otro encuentro…, ahora, él la buscará a ella.
Cenicienta no es propiamente una arpía, pero tampoco resultó ser una tonta. La mujer sabía del arte de la conquista, que como ya he mencionado, no es tan simple como atrapar una presa.
En la conquista, lo principal, es dejar cabos sueltos, cabos que siempre tengamos que volvernos a amarrar, razones para el encuentro, pretextos para otro abrazo. Cenicienta dejó su zapatilla de cristal. La conquista requiere que dejemos siempre la provocación para el próximo encuentro. La conquista no es otra cosa que un texto con puntos suspensivos, de esos que uno espera con ansias la próxima página para volver a descubrir aquello que no se descubre aún totalmente.
Mario Benedetti lo sabía, en su poema Táctica y Estrategia mencionó dos reglas de oro: “mi táctica es quedarme en tu recuerdo, no sé cómo ni sé con qué pretexto, pero quedarme en vos” y luego finaliza diciendo “mi estrategia es que un día cualquiera, no sé cómo ni sé con qué pretexto, por fin me necesites”
Como siempre, son los poetas los que saben más del amor y de las pasiones humanas. Las tácticas y las estrategias de la conquista amorosa tienen como objeto hacer que el otro se sienta invadido por unas incontenibles ganas ser hallado. A diferencia de la presa, no se siente perseguido, simplemente se descubre en silencio buscándonos con la mirada, esperando el momento en el que crucemos el umbral de su puerta.