miércoles, 31 de enero de 2007

EL AMOR Y EL FIN


“Ves, esa es la diferencia, —anuncia ella— sentir que uno ama es como estar dormido, y decir te amo, es como estar muerto, es para siempre”
Antología del amor y el desamor, Nahuel Larraqui


¿Cómo se niega a un ser humano? ¿Cómo se niega la historia? Esta tarde vi dos tijeretas volando juntas, casi nunca ocurre. Son aves solitarias, pero de vez en cuando se acompañan. Mientras intentaba seguir su vuelo, pensé en estas aves sin alas que somos todos nosotros, que anhelamos y soñamos sueños que no llegan. Tan atribulados, tan encerrados en nuestro propio mundo inventado para sufrir. Hoy escribo sobre el fin.

Hay amores que se acaban porque se acaba el amor y otros porque se acaba la vida, no lo he dicho yo, lo escuché maravillada de unos atrevidos escritores que en el Hay Festival discutían sobre el amor y el desamor. Vaya que son locos y atrevidos, pero así son los escritores, ellos sí saben de estas cosas, saben que no saben nada. Los demás creemos que sabemos algo, pero no tenemos la menor idea.

Yo agregaría que hay amores que no se acaban ni cuando se acaba el amor, ni cuando se acaba la vida. Subiela lo presiente en “No te mueras sin decirme a dónde vas”, hay amores que no se acaban ni cuando la despiadada muerte llega. Esos amores se burlan de la muerte, se le ríen en la cara y aunque esta desalmada se lleva la vida de uno de los amantes, el amor se queda.

El desamor produce tanto dolor, que son momentos en los que uno alcanza a envidiar a los muertos, esos muertos con sus caras de muertos, que se salvan del dolor en el pecho y de la agonía de ser olvidados. Se mueren riéndose de salvarse de estos dolores humanos, incompresibles y ensordecedores.

A esos amores que no se acaban ni porque se acaba el amor ni porque se acaba la vida, a esos amores el fin los desconoce. Y el fin llega con su cara de fin, que seguramente debe llevar una corbata y un vestido oscuro, porque el fin es circunspecto, arrasador, con manos de fin y con la mirada vacía, porque el fin no tiene fondo en sus ojos. Y llega tan serio, creyéndose ser fin siempre, exigido por la vida, con su porte de necesario y saludable, con su actitud de “esto es lo mejor” y no reconoce a estos amores. Y estos amores de los que hablo, se pueden sentar a conversar cerca al fin, servirse una copa de vino y hasta brindar con él y pasar inadvertidos.

Porque lo que se ama siempre se ama siempre. Lo que se ama siempre sale a bailar con la muerte, se toma un trago con el fin, se embriaga con “el deber ser” y conversa con “lo que diga la gente” y a la final sólo reconoce al amor, y sale del lugar con el amor, y es al amor al que le hace el amor.

Y el amor no es una sola persona, el amor es el amor, y en ocasiones son varias personas. Porque fuimos los seres humanos los que nos inventamos que Dios había dicho que sólo podíamos amar a alguien, cuando la versión más hermosa de Dios es un Dios que nos ama a todos. Pero nos los inventamos duro, lo inventamos exigente y con condenas, para garantizar nuestro sufrimiento y para que el amor se las vea mal y a veces se convierta en odio.

Las historias humanas no tienen fin. Se acabó la II Guerra Mundial y llegó la destrucción de Hiroshima y Nagasaki, y la guerra entre palestinos e israelíes que parece no acabarse jamás. Una película sobre el desastre del 11 de septiembre se acaba, pero en la vida real sabemos que la masacre más grande apenas comenzaba. Y ocurrió lo de Afganistán y ciudadanos de todo el mundo viven con miedo de que el monstruo aparezca en el momento más inesperado.

Nuestras vidas no se acaban cuando se cierra el libro o cuando se enciende la luz en la sala de cine. La vida sigue y el amor verdadero sigue con ella. El escenario puede cambiar, el atardecer ser más tenue, llegar la época de lluvia y la de cosecha, la temporada de pesca, la sequía, pero el amor que es para siempre sobrevive transformándose en atardecer, lluvia, cosecha, pesca, sequía, sobrevive con la calma profunda de alguna vez haber sido siempre.

lunes, 22 de enero de 2007

LA MUJER ENTRE LA EVA Y LA MARÍA


“Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomo de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella”
Génesis 3, 6

La subjetividad femenina se construye a partir de relaciones con la sociedad, la cultura, la familia y la historia. Nos configuramos como mujeres de acuerdo a una constante conversación entre nuestro legado cultural, nuestro momento actual como sociedad y las expectativas que desde allí se generan. Somos mujeres de acuerdo a la crianza que hemos recibido y la inevitable historia de sometimiento que tenemos en la espalda.

El marco de la cultura Judea-hebreo-cristiana ha proporcionado insumos interesantes en los que se considera debe o no debe ser una mujer. Desde aquí vale la pena revisar dos importantes personajes en esta historia que responden a íconos polarizados de la subjetividad femenina.

El más importante es María, quien representa todo lo que se espera de una mujer dentro del imaginario de nuestra cultura. María, mujer abnegada, buena, prudente, fiel, la virgen. Y el segundo personaje, al parecer menos importante, Eva, mujer desobediente, mala, ambiciosa, pecadora, la puta.

La María, la madre. Eva, la hembra. La visión cristiana patriarcal condena la relación mujer-sexualidad, la teología cristiana medieval consideraba un pecado contra natura la posibilidad de que la mujer sintiera placer en sus relaciones sexuales y estas sólo podían justificarse por propósitos reproductivos, única y exclusivamente para tener hijos.

La mujer buena es imagen de la madre abnegada y virtuosa que sufre. Incluso en el Libro de Génesis, se descubre el castigo impuesto a Eva por su desobediencia que implica parir los hijos con dolor. De esta manera la representación social de la mujer lleva a cuestas un legado de sufrimientos relacionados con la condición de ser mujer: Los dolores del parto y los menstruales, y toda una carga de dolores asociados a sentimientos de culpa.

La María, la virgen, la madre. Eva, la puta, la hembra. Son dos polaridades que sin duda muestran un deber ser deseable en la configuración de cada subjetividad femenina. Una virtuosa, la otra sexual. También, sin duda alguna, le restan a cada subjetividad femenina la posibilidad de descubrirse a sí misma en su total complejidad.

En el trasfondo de esta dicotomía se gesta el sistema de contrarios aprendido como constitutivo de la identidad social femenina. Buena/mala, luz/oscuridad, respetable/prostituta, esposa/amante, virtud/pecado, vida/muerte.

Lo cierto es que pesar de todas las formas limitadas de comprensión de la realidad que se evidencian en rótulos, estereotipos y prejuicios, ser mujer hace parte de un sinnúmero de posibilidades, en el que bien podemos tener un poco de María y un poco de Eva, cada quien en la dosis que considere necesario, o en la que le corresponda. Incluso, no sólo de dos personajes tan polarizados, si no de muchos otros arquetipos válidos.

Sin duda alguna, en la historia de la humanidad, las mujeres que se han atrevido a formular otras representaciones menos virtuosas, pero menos reprimidas, han tenido que pagar el duro precio de la censura y la estigmatización. Sin embargo, siempre será un desafío que cada mujer podrá asumir en el intento por no negarse a sí misma.

lunes, 15 de enero de 2007

Mitos sobre lo que nadie quiere hablar

Si hablar de sexo aún escandaliza y ruboriza, hablar de sexo anal es todo un tabú. Algunas personas evitan el tema por franca oposición, por temor o vergüenza, y ni siquiera es considerado un tema estéticamente aceptable. La poesía erótica que parece atreverse a tanto, tendría que estar escrita por un irreverente como Gómez Jattin para atreverse a mencionarlo. Sin embargo, aunque este autor resolvió plasmar con dulzura relaciones sexuales con animales, en lo personal no conozco un texto suyo que se refiriera al sexo anal. Es probable que sea por mi limitado conocimiento sobre el trabajo del poeta o simplemente sea un tema que ni siquiera tan desparpajado y descarnado escritor se atrevió a mencionar.

En el imaginario colectivo, el sexo anal está asociado a relaciones homosexuales, dolor, suciedad e inmoralidad. Hace uno o dos años, cuando me atreví por primera vez a publicar un escrito sobre las precauciones que se deben tener en las relaciones sexuales por vía anal, un fundamentalista lector me censuró citando fragmentos de textos bíblicos e indignado porque una mujer se atreviera a escribir sobre este tema.

Francamente no sé si hay alguna religiosidad que impida hablar sobre el sexo anal, lo cierto es que es uno de los temas sobre los que se guarda mayor silencio y desconocimiento. La primera discusión que obligatoriamente se tiene, es precisar si biológicamente el ano es una alternativa válida en una relación sexual. La finalidad de la sexualidad, desde la biología, es la reproducción, en este sentido sólo las relaciones pene-vagina tienen lógica. Sin embargo es importante recordar que no tenemos relaciones sexuales con una finalidad reproductiva exclusivamente, también tenemos relaciones sexuales para sentir placer y para hacer del sexo un instrumento de expresión del amor.

Queda claro que aunque la finalidad biológica de la sexualidad es la reproducción, la búsqueda de placer y la expresión de amor son aspectos fundamentales en las relaciones sexuales. Por esta razón las partes del cuerpo implicadas, no son solamente aquellas que pueden garantizar la reproducción, sino aquellas partes del cuerpo que se relacionan con las sensaciones placenteras y que pueden ser instrumentos para expresar lo que sentimos.

Estas partes del cuerpo no son otras que el mismo cuerpo, todo el cuerpo. Todas las zonas erógenas, toda la piel, todos los besos y todas las caricias. Siempre y cuando, claro está, nosotros lo decidamos. Sin embargo, existen algunos mitos que debemos aclarar.

Mito: El sexo anal es sólo para parejas homosexuales. Realidad: El sexo anal es una práctica sexual de algunas parejas heterosexuales y homosexuales.

Mito: El sexo anal es una práctica sexual que evita el embarazo. Realidad: Aunque no es posible un embarazo vía anal, esta práctica no es una garantía para prevenir embarazos. Parte del semen puede entrar en contacto con los genitales femeninos.

Mito: El sexo anal es una práctica sádica y dolorosa. Realidad: Si bien las estructuras del ano pueden lesionarse, no tiene porqué ser dolorosa. En el mercado existen lubricantes especializados que pueden ayudar. Además, el amor es la mejor formula para no lastimar a la pareja.

Mito: No es necesario usar preservativos en una penetración anal. Realidad: La penetración anal representa mayores riesgos para la transmisión de VIH, siempre se debe usar preservativo. Las laceraciones en la mucosa son frecuentes, aumentando la probabilidad de contagio.

Mito: El sexo anal es sucio y asqueroso. Realidad: Toda la sexualidad puede resultar asquerosa si no es consentida y con sentido. Sin embargo, es importante que después de la penetración anal no se penetre la vagina porque bacterias que están en el ano pueden producir infecciones.

Mito: El sexo anal es una alternativa para no perder la virginidad. Realidad: Muchas parejas jóvenes así lo creen y para rendirle tributo al himen tienen relaciones anales. La virginidad, concepto que hay que discutir, debe ser mucho más que mantener un himen intacto.

El ano es una zona erógena para hombres y mujeres, es parte de nuestro cuerpo y es susceptible de responder a los estímulos placenteros. Sin embargo involucrar esta zona del cuerpo en nuestras relaciones sexuales, debe ser una decisión autónoma y personal. Si una persona siente asco, temor o dolor, o si simplemente sus creencias se lo impiden, no debe verse obligada a tener sexo anal. Pero sí es importante que personas que lo decidan, conozcan información que pueda hacer su vida sexual más sana, responsable y placentera.

miércoles, 10 de enero de 2007

LA RENUNCIA AL OLVIDO

Confieso que la semana pasada cometí un error y sólo me di cuenta cuando leí la columna ya publicada. Confieso que sentí vergüenza y luego me dio risa, tuve la fantasía de que nadie lo notara. Luego, en un arranque violento de responsabilidad, entendí que debía hacer la corrección, entregarme como esperando una rebaja de pena y confesar.

Sugerí regalar un libro en navidad y me atreví a hacer algunas recomendaciones de los que he considerado verdaderas obras maestras para reflexionar sobre temas de sexualidad, relaciones de pareja y género, señalé la urgencia de hacerlo este año, con el temor de que aprueben ese absurdo impuesto del 10% sobre cada libro que se compre.

En mi confesión debo decir que mencioné un texto maravilloso que se llama Fragmentos de amor furtivo, sólo que por un lapsus lingüis, dije que su autor era Héctor Abad Gómez, cuando en realidad es Héctor Abad Faciolince. Dije que era un libro del padre, cuando en realidad es obra del hijo.

Pensé que debía disculparme con Héctor Abad, cualquiera de los dos, pero luego comprendí que la culpa la tiene el mismo autor, no yo. En el análisis de mi error fui conciente del impacto que me ha causado leer su último libro El olvido que seremos, que no es otra cosa que la exaltación de la vida de su padre, y el dolor, que se convirtió en nostalgia, de su insoportable muerte.

Hoy está por acabarse el año, en esta fecha la gente anda con una marcha pre-apocalíptica, como comiéndose lo que no ha alcanzado en esta vida y como bebiéndose lo que no alcanzaría si tuviera otra. Hoy, gracias a los dos Héctor Abad y a este final de año, escribiré sobre el olvido, sobre el olvido que seremos.

Uno de los temores más grandes que enfrenta el amor, es el desamor. Después de tanto reconocimiento de un Yo a través del Otro Yo, por las palabras que nos dibujan, por la mirada que construye, por los besos que se detienen a confirmar nuestra existencia, siempre es posible la imagen desoladora del aterrador día en que ya no seamos lo que somos, y no podamos ser ni recuerdo por habernos convertido en olvido.

El temor de dejar de ser, de convertirnos en la nada. De que ese otro desde la distancia ya no piense en nosotros, que construya su mundo ajeno sin nuestros rastros, que no nos recuerde en una canción, que no evoque con melancolía la tarde que recogimos caracoles o aquella noche que hicimos el amor en un faro. El temor a recordar sin ser recordados, a vivir con la presencia de otro ser humano que no se detiene a constatar nuestra ausencia, porque ya no somos, porque simplemente dejamos de ser.

Si algo mata es ser olvidados. Quien en las cuentas de la media noche recuerde con dolor que ha sido olvidado, sentirá el despecho agónico de un año viejo que se va y que parece arrancarlo todo. Unos están en la distancia geográfica, otros murieron este año y unos cuantos en la cercanía y con las pulsaciones al día, se han convertido en difuntos antes de tiempo. Muchos en el exilio, en un país cuya lengua no se conoce, en el monte guerreando, secuestrados o detenidos en prisión, que son casi lo mismo siendo diferente. Unos al lado de otra persona que no somos nosotros. Están los locos que perdieron el contacto con la realidad, los que perdieron la conciencia y los que nunca la tuvieron. Y todos se preguntan por el olvido, anhelando ser recordados entre los primeros pensamientos del 2007.

Leyendo la historia de Funes el memorioso, un desdichado personaje que lo recordaba todo, entendí porqué es necesario también olvidar. Pero en este mundo que anda tan rápido, como queriendo llegar a un lugar con prisa, sin darse cuenta de que finalmente llegaremos todos al mismo, la gente ha aprendido a olvidarse y poco a recordarse.

Yo no sé usted qué hizo durante este año, qué tipo de relaciones construyó, si amó o no, si alguien lo extrañó o no, pero para el próximo año puede intentar construir ese tipo de relaciones que son para siempre y que dan la misma tranquilidad del mar cuando está calmado. Ese siempre que significa que dos seres humanos se encuentran y deciden existirse mutuamente y reconocer esa existencia como un hermoso regalo de la vida. De nada sirve ir a la cama con una persona distinta cada semana, si en las tardes enfrenta la más dolorosa soledad de no tener otro ser humano que extrañar, alguien a quien recordar. En cambio, de nada sirve ir a la cama todas las semanas con la misma persona, si no asume el desafío de construir una relación de incondicionalidad, en la que no se niegue la existencia del otro ser humano por la posesión y el dominio.

No importa lo que somos, no importa el nombre que tenga nuestra relación, si hoy somos esposos, novios, amantes o amigos, el amor no necesita de esas condiciones para ser para siempre, el amor sólo es capaz de reconocer el amor, y una vez llega el amor, el desamor sólo es una amarga e ínfima posibilidad, porque una vez llega el amor nunca más seremos olvido.

Un dulce mensaje de feliz año para todas y todos aquellos que me leyeron con pasión y me impulsaron en esta tarea, para quien ha sido mi maestro en la lectura y en la escritura, y para aquellos que representan la franca oposición y que se niegan a reflexionar sobre la sexualidad humana. Para la familia y los amigos que siempre me dieron ideas, para mi hija que es mi mejor editora y para la gente del periódico. Para todos y para mí, los mejores deseos para el 2007, que recordemos los dolores para no repetir innecesarias historias de sufrimiento y que aprendamos a ser presencia, cálido beso y un abrazo que dura siempre, para jamás ser olvido.

REFLEXIONES SOBRE LAS MUJERES Y LA GUERRA

Sólo le pido a diosQue la guerra no me sea indiferenteEs un monstruo grande y pisa fuerteToda la pobre inocencia de la gente
León Gieco

El 11 de septiembre de 2001 las Torres Gemelas cayeron en el más escalofriante caos. Estaba frente al televisor cuando CNN presentó las primeras imágenes de lo que fue una desmedida catástrofe. Ese mismo día miles de niños y niñas murieron de hambre según reporte de la FAO. Así parece ser la guerra, hechos trágicos se visibilizan ocasionando un desgraciado dolor en la memoria y otros hechos igual de trágicos no se reportan y sólo le duelen a las víctimas directas.
Mi abuelo estuvo en la guerra de Corea y aunque muestra con orgullo sus viejas medallas, reconoce con firmeza que la guerra es un brutal absurdo. Nadie gana, dice.
Aunque la historia parece indicar una vez tras otra que la guerra sigue siendo inevitable, no es otra cosa que la más vívida muestra de las limitaciones de la humanidad para llegar a acuerdos y construir alternativas. La guerra, en palabras de la investigadora social Juanita Barreto, aparece como la legitimación de la apropiación o destrucción de los cuerpos de quienes combaten y de los cuerpos de quienes habitan los escenarios en los que se libran las batallas.
Una de las más crueles estrategias de guerra ha sido la apropiación simbólica del cuerpo de las mujeres de los enemigos o incluso de las mujeres de la población civil. Por tanto, nos vemos obligados a propiciar profundas reflexiones sobre el papel de la mujer en una sociedad vulnerada por la violencia, a generar la pregunta por las mujeres en la guerra.
La pureza y la castidad han sido consideradas un valor en la mujer. En la historia de la humanidad se ha insistido en la imagen de la mujer desprovista de sexo como una virtud. Una cultura patriarcal que desexualiza a las mujeres que considera propia, pero un sentido deseo por poseer a las mujeres ajenas. En las guerras, esta visión se traduce como la percepción de la sexualidad de la mujer como un trofeo para el ganador o como la deshonra más grande para el enemigo.
Así, históricamente, el cuerpo de la mujer no ha escapado de las atrocidades. Ya en los remotos relatos de La Iliada, las mujeres se citaban como premios entre mulos y caballos. El 8 de marzo de 1994, grupos feministas fomentaban una movilización para que el Tribunal Internacional creado por las Naciones Unidas juzgara crímenes cometidos en el territorio de la ex-Yugoslavia, alertando sobre la existencia de 45 campos en lo cuales las mujeres eran sistemáticamente torturadas, violadas y embarazadas. En 1936, en Nanking, en menos de un mes, veinte mil mujeres fueron violadas por soldados japoneses. En 1971, en Bangladesh, se reportaron más de doscientas mil violaciones a mujeres durante nueve meses de terror.
No podemos dejar de lado las mujeres judías que fueron esterilizadas en campos de concentración nazis, o los testimonios de mujeres violadas y torturadas a finales de los 70 durante la dictadura militar argentina.
El cuerpo de la mujer como objeto se concibe en la guerra como un ataque instrumental, en el que la violencia sexual aparece como una estrategia más contra el enemigo. Las torturas evidencian su simbolismo en actos aberrantes. Los estudios de la antropóloga Donny Meertens mencionan esta misma manifestación de la violencia en nuestro país, en el que se conocen actos como violaciones a las mujeres delante de los hombres de su familia o agresiones físicas particularmente a mujeres embarazadas, a quienes sus agresores ven únicamente como procreadoras del enemigo odiado.
La guerra no sólo se ha limitado a utilizar el cuerpo de la mujer como estrategia letal, sino que además las ha sometido al desplazamiento forzado y a condiciones extremas en las que vulneran todos sus derechos sexuales y reproductivos.
El 11 de Septiembre no es un documental del sarcástico Michael Moore, ni es sólo un motivo para llorar por las dolorosas e inesperadas muertes en Nueva York, ni sólo para recordar el desastre posterior sobre la población civil en Afganistán, ni el inicio del silencioso pánico cotidiano de las respuestas extremistas. Más que eso debe ser un día para reflexionar sobre la guerra, sobre lo que mi abuelo, un excombatiente de Corea ha nombrado como el más grande absurdo de la humanidad.