domingo, 28 de octubre de 2007

LO QUE MARCA EL CORAZÓN


Mi abuela me dijo un día “uno ve tanto en esta vida…, tanto ha visto uno, que llega el día que uno siente que ha visto demasiado y ese día uno está listo para la muerte, uno hasta se quiere morir, para no ver más” Sospecho que el mundo es un lugar más grande que lo que un día mi abuela y yo pensamos.

En nuestra cultura son aceptadas las relaciones amorosas de dos personas, parejas conformadas por un hombre y una mujer, existe el concepto de fidelidad, aunque muchos no lo sean, de exclusividad del amor y de la constancia, permanencia y estabilidad que significa decir “hasta que la muerte nos separe”. En muchas ocasiones, el hombre, sostiene una o más relaciones extramatrimoniales, lo que es criticado, pero posible, aunque es condenado cuando la infiel es la mujer.

En contraposición a esas estructuras rígidas de configuración de la pareja, hacen algunos años tomaron fuerza experiencias innovadoras que se describen por el intercambio de parejas, o parejas swingers. La gente empezó a criticar y a cuestionar, pero más de uno en el fondo lo que quería era probar. Por un lado se consideraban inadmisibles, y por otro lado se esperaba estar de viaje con la pareja en un lugar en el que nadie los conociera para animarse a entrar a un bar swingers.

La vida me ha enseñado, que en el tema de la sexualidad como en otros, siempre hay que tener bajo sospecha a aquellas personas que son los primeros en lanzar la piedra, en el fondo parece que lo que quieren es ser los primeros en lanzarse ellos mismos a aquello que precisamente juzgan. En muchas ciudades del mundo existen clubes swingers permanentes, a los que asisten parejas estables, muchas de ellas casadas, para buscar diversión en la posibilidad de intercambiar parejas y relacionarse eróticamente con otros dispuesta a entrar en el juego.

Los bares swingers se empezaron a mirar como el signo de exceso profano, de un desbordado libertinaje sexual. Pero alrededor del mundo el movimiento swingers se posiciona como una sana alternativa para jugar sexualmente entre adultos. Hombres y mujeres que participan en este intercambio reconocen reglas como el uso del preservativo, la equidad en las decisiones de la mujer y del hombre, el consentimiento de todos los participantes y la comprensión absoluta de la palabra No. Práctica desbordada o no, existe.

Muchas parejas empezaron a preguntarse por esta alternativa y muchos hicieron parte como una forma de cumplir sus fantasías sexuales. Un juego peligroso para aquellos que no están preparados ni seguros, los celos, la inseguridad y la posesión, combinado con un ambiente de alcohol, puede resultar en una mezcla peligrosa.

Sin embargo, más allá del juego erótico, existe un concepto que toma fuerza por su organización en algunas sociedades, este es el concepto de Poliamor. El poliamor no es definido como una moda, sino como un estilo de vida. Los activistas que lo respaldan, defienden la alternativa de formar relaciones abiertas con características similares a las parejas swingers, con dos particularidades: no son sólo una búsqueda de placer y diversión, son relaciones amorosas con vinculación afectiva entre sus participantes. No son relaciones de una noche de sexo, tienen la pretensión de permanencia, estabilidad y constancia.

Los poliamor conforman una comunidad afectiva, no creen en la exclusividad del amor y consideran a los celos como un sentimiento natural, pero peligroso para las relaciones entre los seres humanos.

No pretendo convencer a mis lectores de que esta sea una buena idea, ni más faltaba, pero la ineludible reflexión es que el mundo es un lugar mucho más grande de lo que muchos sospechamos. No es ni bueno ni malo, la cultura y las costumbres con las que hemos sido criados determinan con gran fuerza la concepción que se tenga de la realidad, y ya Albert Einstein intuía que era mucho más fácil modificar la estructura de un átomo que una idea o pensamiento arraigado.

A veces creemos que existe una sola forma de asumirnos, pero en realidad los seres humanos nos podemos asumir en innumerables posibilidades. Por convicción me quedo con la siguiente idea: poliamor, monógamos, en abstinencia declarada, como quiera que sea, la única lógica que debemos seguir es la que nuestro corazón marca, la lógica que nos acerque un poquito más a la felicidad, con pasión y un profundo respeto por nosotros mismos y por las personas que amamos. A veces es más fácil de lo que creemos, a veces no tanto, a veces para ser feliz sólo basta abrir los ojos.

miércoles, 17 de octubre de 2007

LA PALABRA Y EL SEXO


Para aquel hombre que cuando habla no necesita tocar.

Recuerdo siempre a una simpática amiga -por obvias razones su nombre mantendré en reserva- que se quejaba porque su novio no hablaba mientras hacían el amor. Ella explicaba que él se limitaba a hacer unos ligeros ruidillos, guturales algunos, inocentes todos. Muy ofuscada por esta situación, decidió pedirle que intentara hablarle al oído, él accedió. Unos días después, bastante desesperada, le pidió que se callara. Él hombre volvió a guardar silencio y ella recién, se casó con otro.

Si hay algo absolutamente sin sentido es tratar de seguir un libreto cuando hacemos el amor. La sexualidad tiene tanta influencia por la sociedad de consumo, que en ocasiones es difícil saber qué debemos esperar de nosotros mismos. Una mujer me contó que estuvo con un hombre que le decía palabras que copiaba del cine, expresiones como “Oh, yeah, sí, esa es mi chica”, lo hacían parecer como poseído por un mal doblaje al español. Ella no pudo contener la risa y después de esa noche ninguno quiso saber nada del otro.

Lo que las mujeres y los hombres decimos en medio de la naturalidad de una relación sexual debe ser tan auténtico como es cada ser humano sobre la tierra. No tiene que parecerse a lo que antes alguien haya dicho, no existen guiones, no hay un libreto para los amantes. Aquella vieja amiga odiaba los sonidos que emitía su pareja y él por complacerla, empezó a decir palabras que jamás diría, frases que no sentía, lo que resultó ser un verdadero fiasco para los dos.

De lo obsceno hasta lo romántico, la palabra es capaz de recorrer cada una de nuestras emociones y cada uno de nuestros sentimientos, la palabra enseña lo que quiere, inventa y vuelve luz a la oscuridad. Se compromete, se transforma en verso y promesa. La palabra erótica reconoce los silencios con reverencia y se atreve a romperlos sólo cuando su musicalidad es mejor que ellos, sólo cuando la voz que susurra acaricia más que la boca que calla y besa.

El pueblo Dogón de África occidental, cree en el poder de la palabra para crear niños y niñas. Aseguran que cada vez que un hombre pronuncia una palabra al oído de una mujer aumenta la fertilidad de esta. Para fecundar el óvulo, para que ocurra la magia, un hombre debe susurrarle las antiguas historias de los antepasados, así, las palabras son capaces de formar el germen celestial de agua, que envuelve el útero para recibir la semilla del hombre.

La palabra se vuelve caricia y es capaz de excitar más allá de las posibilidades de nuestros propios genitales. Abre el camino que, como para el pueblo Dogón, nos guía a la entrega más profunda. Es entonces, cuando la palabra se hace sexo que vibra, gemido, voz que perturba, cuando solicita y no reclama, cuando en ilimitados fonemas se busca en un rincón de nuestras bocas y atraviesa un beso para poder clavarse en nuestra carne.

En medio del acto sexual podemos decir lo que se nos ocurra. Podemos pasar de lo grotesco y vulgar hasta lo dulce y tierno, todo lo que estimule eróticamente nuestros sentidos funcionará, lo sucio, lo mojigato, lo atrevido, lo amoroso..., lo único realmente importante es decir lo que se siente, ni más ni menos. Una palabra no sentida nos llevará al peor de los ridículos, ese en el que nos convertimos cuando no somos nosotros mismos.

Ni mi amiga, ni el hombre que hablaba como doblado al español, sabían que la palabra se vuelve caricia sexual cuando sale del lado íntimo de nuestra alma. Cuando no se parece a nada que se haya dicho antes, cuando reta al silencio porque sabe que es más sensual que el silbido del viento, cuando se arroja y se entrega, cuando se retuerce primero en los deseos de nuestro amante para recoger cada temblor de nuestras manos con la absoluta confianza de saber que dos personas están en el lugar que nadie ha estado, que estamos sólo donde podemos estar cuando los dos estamos abrazados…, uno en los brazos del otro.

CUERPOS NEGADOS, QUE CAMINAN TRISTES


“Cada noche, sin falta, ella rezaba para tener los ojos azules. Había rezado con fervor un año entero. Aunque un poco descorazonada, no había perdido la esperanza del todo. Lograr que ocurriese algo tan maravilloso requería mucho tiempo, muchísimo”
Ojos azules, de Toni Morrison


12 de octubre, día de la raza. Cuando era niña siempre me enseñaron a celebrarlo. Recuerdo que en el colegio de monjas en el que estudiaba, participé en un baile con un ridículo taparrabo de fique. Estaba orgullosa por la fidelidad de mi vestimenta, me sentía como una auténtica indígena, pero ahora me doy cuenta de que las religiosas no estaban muy felices con mi vestimenta. Creo que se hubieran sentido más complacidas, con una india más conservadora y discreta.

De eso me di cuenta muchos años después, como también me di cuenta de que aquel día de 1492 en que el marinero Rodrigo de Triana avistó tierra después de dos meses de navegación, no era precisamente una fecha para celebrar. Por más que hicieron fuerza por hacerme creer que era el día de las razas, se parece más a la conmemoración del día en que inició el tiempo de la masacre a pueblos indígenas y en que se sometieron a negros condenándolos al desarraigo.

Pasé de la inocente felicidad pueril que celebraba la fecha en que los valientes españoles nos conquistaron, a la dolorosa idea de un grupo de salvajes delincuentes de una sociedad ambiciosa, que se arrojaron al mar buscando poder, frente a una vida en la que habían perdido todo valor, incluso el valor por ellos mismos. Que encontraron sin darse cuenta un mundo que no sabían como nombrar, porque jamás habían visto tanta belleza, y sin embargo bastaron pocos años para que sembraran ríos de sangre y de odio.

Pasé del agradecimiento por la llegada de la Iglesia, que había sido generosa al darle un Dios a los errados indios, a los sentimientos de indignación frente a pueblos enteros que fueron sometidos para que dejaran lo único que tenían, su cultura, su cosmovisión, su forma de ver el mundo.

Crecer duele porque pasé de desear disfrazarme de India Catalina, a preguntarme por ella, y por qué en una ciudad como esta se tiene un monumento de una india que traicionó a su pueblo.

Porque un día como hoy seguimos maldiciendo por no tener la piel de otro color, nos alisamos el cabello por parecernos a alguien que no somos, nos lo pintamos de rubio y somos felices porque nuestro apellido vino de España. Casi todos los apellidos vinieron de España, fue el grupo étnico dominante, pero nadie se pregunta dónde está en nuestro nombre la parte que represente a la india que alguien violó, al negro que alguien golpeó, esa historia está negada.

Quieren que hable de sexualidad en esta columna, me permito aclarar algo: Uno no puede disfrutar de otro cuerpo desnudo, cuando no somos capaces de aceptar el nuestro, nuestra historia y saber lo que somos. Eso se llama identidad, si yo no soy, no puedo ser con otro, ni puedo entregarme al espacio sublime del abrazo, porque niego lo que soy. Ni puedo amar infinitamente al hijo que nace de ese abrazo, porque su cuerpo me recordará el cuerpo negado de mi propio cuerpo, y el cuerpo negado de nuestra historia.

Es el día de la raza. Se supone que celebremos la diversidad, el mestizaje, pero en una ciudad de negros no admiten la entrada de negros. Aquí la gente tiene que acudir a la acción de tutela después de haber sido rechazada por un portero negro por ser una mujer negra que intenta entrar a un lugar. El portero negro sigue instrucciones de un jefe que es blanco, o que cree que es blanco. Qué es lo que celebramos.

Cuerpos que no se aceptan, que caminan tristes. Una vez conocí a un hombre en un lugar lejano, me explicó el motivo de su distancia “ser negro y ser homosexual es como una maldición en mi tierra”, y ser mujer y ser negra, y ser indio. El desprecio sobre el cuerpo por la condición racial no sólo desprecia lo que somos, desprecia de dónde venimos. Cuerpos condenados al desprecio centenario, al desarraigo, deseando parecer lo que no son, víctimas de la discriminación más perversa, la discriminación por sí mismos.