jueves, 13 de diciembre de 2007

TRES HIPÓTESIS A 32 GRADOS


Una mañana soleada entro desesperada a un café del centro, intentando encontrar algo de sombra que me arranque de la agonía del ingobernable clima. Sentada, escucho la conversación de las personas que tengo en la mesa de al lado. Son tres hombres, dos son extranjeros y el tercero es de la ciudad. Los extranjeros parecen españoles por su acento. El de aquí, está alrededor de los 30 años. A pesar de la informalidad de sus vestimentas y de las risas, me parece que hablan de negocios.

Uno de los extranjeros, el más joven, dice que han estado en Bogotá y que ha observado que existe una marcada diferencia entre la forma de ser de la gente, que parecen dos países distintos, que él está interesado en conocer qué es lo típico de esta región, del Caribe.

El hombre de aquí le responde con una tremenda inocencia, pero con el desparpajo más grande “Lo típico del Caribe son muchas cosas.., verás tenemos el mote de queso, el machucao de ají, el arroz con coco, el suero, la música de acá como la champeta y el vallenato, la chicha de corozo, esos sombreros que ahora están de moda, la arepa de huevo” – cuando concluye su repertorio suelta una risa y con picardía dice “ah, y la agarradita de huevo, el hombre costeño se reconoce por la agarradita de huevo”

El español no comprendió, pero yo no pude evitar reírme. Salí del café pensando en lo que aquel curioso hombrecillo había descrito como una característica propia del hombre costeño, y mientras caminaba algunas cuadras hasta el lugar de mi destino, se reveló ante mis ojos lo que ocurre todos los días de manera inadvertida: hombres en el centro de la ciudad, bajo el sol inclemente, se llevan las manos a los genitales desprevenidamente, algunos guardando un poco más de estilo estético, otros con escupitajo al piso incluido, uno que otro con cierta propiedad para subir un pie al andén o para apoyarse en algún muro. Los más descarados estirándose simultáneamente, sin el más mínimo recato.

Un espíritu investigativo me abrazó y logré, antes de llegar a la Plaza de la Aduana, plantear algunas hipótesis. La primera, los hombres se agarran los genitales en la vía pública y de manera automática, porque les rasca…, lo considere razonable, es picazón, cruel comezón o prurito que le llaman técnicamente. De esa rasquiña que desespera, que sólo reconoce el aquí y el ahora.

La segunda hipótesis, pensé, puede ser por una cuestión de acomodamiento. Los genitales masculinos a diferencia de los femeninos son un poco…, digamos, móviles, entonces puede ser que con el movimiento normal, al caminar o sentarse, padezcan un frecuente desacomodamiento.

La tercera hipótesis se me ocurre más psicológica, puede ser sólo para recordar que sigue allí. Freud hablaba de algo que se llama la ansiedad de castración, y se explica como un temor en los hombres asociado a la posibilidad de perder el pene. Se supone que se presenta durante los primeros años, pero intuyo que en algunos esta angustia se conserva por toda la vida y se llevan constantemente la mano a los genitales en un acto inconsciente por asegurarse que su pene sigue donde debe estar.

A pesar de todos los hombres que observé esa mañana en el ritualístico acto de agarrarse públicamente los genitales, desde un vendedor de aguacates hasta un profesor universitario con guayabera, no estoy de acuerdo con el personaje que en aquel café aseguraba que esto es típico del hombre costeño. La desagradable costumbre se evidencia sólo en algunos. Muchos otros, a pesar de llevar el Caribe en sus venas, actúan con más prudencia y dejan estos movimientos para la intimidad de sus vidas, o por lo menos evitan hacerlo en plena vía pública, a 32 grados centígrados y frente a tantas miradas.

Sin embargo, de cara a mis planteadas hipótesis me pregunto ¿No es más fácil ir dónde un médico para hallar la razón de la rasquiña? ¿No sería buena idea intentar usar otra ropa interior que evite el desacomodamiento crónico? ¿Dejar atrás los rotos calzoncillos que han perdido el elástico y ponerse a la moda con boxer ajustados? Y para el caso de los que simplemente quieren confirmar la presencia del pene, es más sano resolver el conflicto de ansiedad por castración, no sea que un triste día no lo encuentre en su lugar, que se le haya caído pero de cogérselo tanto.

En todos los casos es apropiado buscar la razón y afrontarla, y evitar que se haga típico algo que no tiene porqué serlo. Hace poco en una edición de la revista SOHO, Andrés Ríos, escribió un provocador artículo en contra de los costeños. Aprovechando esta columna, le respondo con cariñosa sátira: Existe una sensualidad en el hombre del Caribe que hace que hombres como él, los quieran fuera de Bogotá, pero mujeres, que espero no la de él, los vengan a buscar acá.


viernes, 7 de diciembre de 2007

DETRÁS DE UN CUERPO QUE CANTA




“Oye Piñales la vida vale la pena Coge la pala en la mano y vamos a sacar arena César Jiménez ya la creciente bajó Vamos a sacar la arena pa`ganarnos el arroz Amil Martínez la vida vale la pena”

Petrona Martínez


Las mujeres cantaoras del Caribe tienen la fuerza de una voz ancestral, su canto se escucha desde Santa Ana hasta San Martín de Loba, y conversa con otros cantos de aquellas voces de cantaoras del pacífico colombiano.

Etelvina Maldonado, Martina Camargo y Petrona Martínez, son una muestra de sublimes maestras bullerengueras y son representación de muchas mujeres que encontraron en el canto la manera de expresar la sensualidad del Caribe, en la firmeza de sus voces y en la pasión de años dedicadas a los bailes cantados, a la tambora y a las palmas.

Son mujeres que parecen haber nacido viejas, sin miedo a las canas, ni a las arrugas, cuya muerte como lo dice Etelvina, sólo ocurrirá cuando dejen de cantar. Y aún así, son voces tan memorables, que retarán el olvido cuando llegue el último día de sus vidas y detengan su respiración, porque seguirán cantando desde algún lugar lejano y su fuerza se seguirá sintiendo en el monte, en los patios de Gamero, en San Cayetano y en Palenque.

En entrevista con el periodista David Lara Ramos, Martina Camargo refiere como acompañó a su padre, Cayetano Camargo, a morir: “le cogía la mano y le preguntaba, papá, ¿le canto tambora?, y él me decía sí, con la cabeza. Yo me le acercaba al oído y le susurraba: ‘papá. le voy a cantar unos temas y usted me dice cuál le gusta” Alguna vez él le había pedido a su hija que nunca dejara de cantar, como si intuyera en ese momento, que era ese mismo canto el que lo iba a conectar con la vida cuando estaba cercano a la muerte. En la misma entrevista, Martina le confiesa a David Lara que ese había sido un momento triste y alegre a la vez “…a veces no podía seguir, me daba dolor verlo así”

Aunque es posible que algunas personas se sintieran complacidas al escuchar en la ceremonia de coronación del Reinado Nacional de la Belleza, la voz de la santandereana Diana Hernández, líder del grupo María Mulata, me pregunto con cierta sospecha las razones que motivan a los organizadores del concurso para traer personajes que imitan pobremente a nuestras cantaoras, teniéndolas a ellas tan cerca, aquí mismo en el Caribe. El cierre de la semana de las fiestas de independencia de Cartagena, se hizo con el mal remedo de nuestras bullerengueras, como si ellas ya estuvieran muertas.

El haberse ganado un premio en un festival en Viña del Mar, no significa que sea representante de nuestra cultura. Aprenderse un bullerengue y cantarlo bonito, no convierte a nadie en bullerenguera, ni debe ser suficiente para confundir a un auditorio, que incauto cree que se está haciendo un reconocimiento de lo propio, cuando en realidad se aprovecha el grito de una cultura para transformarlo en un mercado, en el que todo se vende.
Bastante molesto resulta ver a las presentadoras de RCN comentando películas del Festival de Cine, con esa fachada del séptimo arte que convence muy poco, como para además tener que soportar la incapacidad de diferenciar entre un bullerengue o un chandé, espero que por lo menos la cantante de María Mulata si supiera lo que estaba cantando.

El erotismo de las voces de nuestras cantaoras va mucho más allá de una voz bonita para el canto, es el erotismo de un estilo de vida, de la tradición oral, lo que ocurre mientras se lava la ropa, cuando se busca el agua y se reconoce lo cotidiano de cada día. Alguna vez escuché que Etelvina Maldonado cambió varios premios para que sus hijos pudieran ir a la escuela, entonces tal vez el bullerengue sea sólo un pretexto para mostrar todo lo que se lleva dentro.

Para sacar la voz del cuerpo de una mujer cantaora, se debe recordar lo que ese cuerpo vive. La sensualidad de sus voces viene desde adentro navegando por lo ríos, de la mujer que se escapa en las noches para cantar, de la que deja los oficios a un lado, que enreda al marido con dulces engañitos para poder cantar, que levanta a sus hijos y les da primero de mamar con sus tetas y luego les da de mamar con su canto.

Es cautivante el papel de la mujer en la conservación de la cultura popular, de aquello que se aprende de la boca de la abuela y se regala a la boca de la nieta, de las historias cantadas a sus hijos en las piernas, sembrados en una mecedora, justo antes que el anochecer despunta.

El reconocimiento de nuestra identidad es lo que nos recuerda el sujeto que somos, de dónde venimos es el único punto de partida que nos permite imaginarnos y soñar hacia dónde vamos. Las mujeres cantaoras del Caribe colombiano llevan a cuesta nuestra cultura y nos susurran al oído de qué estamos hechos. Si olvidamos esto, olvidaremos quiénes somos y dejaremos de ser, para convertirnos en nada, en la desgraciada nada.
*Etelvina Maldonado desde el lente de Lisette Urquijo

viernes, 30 de noviembre de 2007

MASCULINIDAD Y ZONAS RESTRINGIDAS

Una vez supe de un hombre que le solicitaba a su pareja que le acariciara la región anal cuando estaban haciendo el amor. Así como suena, un hombre que le pedía a la mujer que ella le acariciara la región anal a él. A pesar de los pensamientos prejuiciosos que en algunos lectores puedan aparecer, lo conmovedor de la historia es que ella lo hacía, pero se llenaba de dudas sobre la masculinidad de su amante, y se preguntaba si animarse a solicitar tales caricias, se relacionaba con la posibilidad de que él fuera homosexual.

Algunas personas consideran que las sensaciones placenteras de la región anal son posibilidades únicamente femeninas y sólo las mujeres o los hombres homosexuales pueden encontrar placer frente a este tipo de caricias. Al parecer un concepto cultural se refiere al hombre como aquel que mantiene intacto su ano, de tal manera que se cree que un hombre que penetra a otro hombre no es un homosexual, porque su rol de penetrador incluso lo hace mucho más macho.

Este sistema de creencias al que pertenecemos, manifiesta dudas sobre si la masculinidad puede perderse frente a la penetración anal, así sea en un examen clínico de la próstata, que de hecho todos los hombres mayores de 40 años deben hacerse, pero el temor es tan exagerado que algunos deciden prescindir de esta evaluación médica. Casi se prefiere elegir el cáncer de próstata, antes de exponerse a la mano de un profesional.

A través del tiempo se ha identificado lo masculino con lo fálico que rompe, que penetra, y la simbología de lo femenino se ha representado con el receptáculo, la cavidad capaz de recibir y de ser penetrada. Así, se ha interpretado que el ano de un hombre no deba ser partícipe de la sexualidad heterosexual, entre un hombre y una mujer, por la estrecha similitud con la identificación de lo femenino. Como si el ano recordara el lado femenino de lo masculino.

Frente a la posibilidad de que en el intercurso sexual, una mujer acaricie o incluso estimule penetrando el ano de su pareja con sus dedos, o que lo haga parte del sexo oral, es simplemente la muestra de una sexualidad que llega hasta donde esta pareja lo permite, hasta el lugar en el que este hombre y esta mujer se sienten satisfechos y seguros con las caricias, pero no debe ser interpretado como determinante sobre las preferencias sexuales de este hombre.

El temor a la homosexualidad no sólo le ha hecho daño a los homosexuales, también le ha hecho daño a hombres y mujeres heterosexuales que se han condenado a sí mismos a vivir una sexualidad limitada, desconfiada y prevenida. Una sexualidad que se oculta de sus propios miedos y tabúes.

Algunos hombres definitivamente no sienten interés alguno en que su pareja estimule esta zona de su cuerpo, pero esto no quiere decir que sean más masculinos o que exista menos probabilidad de que algún día se interesen por alguien de su mismo sexo.

Muchos de aquellos que aseguran que un hombre es homosexual al permitir este tipo de caricias, en la privacidad secreta de sus relaciones sexuales conocen el placer de esta región, sólo que prefieren guardar silencio y distraer la mirada juzgando a otros con comentarios carentes de sentido. Hace parte del matiz paradójico de la vida.

La mujer cumple un papel fundamental en el descubrimiento del cuerpo del hombre y de sus posibilidades, es ella quien puede amarlo, y hacerlo libre de sus propias zonas restringidas. El límite de una caricia amorosa es la vulneración de un ser humano, es frente a la vulneración cuando la caricia deja de ser caricia para convertirse en instrumento de violencia. Pero en una pareja adulta, mientras exista la felicidad de ser acariciado, cualquier rincón del cuerpo, por condenado a la marginación que esté, será el lugar perfecto para susurrarnos palabras de amor.

martes, 27 de noviembre de 2007

ESTRELLA PORNO POR UNA NOCHE



Detrás del mercado de la pornografía se gesta todo un mundo paralelo relacionado con la explotación sexual, las drogas, la violencia, la delincuencia y el abuso sexual. Más allá de la moralidad, la pornografía requiere un análisis crítico de todo lo que se encuentra velado bajo la sombra de unos labios ardientes que evidencian el sexo de la manera más escueta.

El sexo que se muestra en la pornografía es absolutamente estereotipado, sobre dimensiona situaciones que se distancian de la vida sexual de una pareja normal, de aquellas parejas que toman café en la mañana y tienen malos días. A diferencia de personajes como la rubia Ginger Lee, las mujeres de comunes tienen vellos en las piernas, estornudan haciendo el amor y quedan embarazadas. A diferencia de Dick Ho, un actor porno asiático del los 70, los hombres de todos los días llegan del trabajo oliendo a sudor, no consiguen siempre la erección que quisieran y se les cae el cabello.

Si se concibe que lo erótico sólo está determinado por lo que lo mediático nos muestra, corremos el riesgo de sentirnos frustrados frente a nuestra propia sexualidad, a pesar de que siempre puede ser mucho más excitante que la que vive cualquier actor en un set de actuación. La pornografía puede ayudarnos a crear imágenes erróneas y distorsionadas de lo qué es la sexualidad humana.

Sin embargo, un tema que se ha hecho polémico, es la posibilidad de hacer videos íntimos caseros, con contenido sexual, en el que los actores son la misma pareja y ellos mismos son su único público. Una situación es la pornografía como un mercado y otra es lo que una pareja construye desde el ejercicio de sus juegos eróticos.

A través de lo audiovisual podemos emplear técnicas para capturar los momentos placenteros. La sexualidad produce un enorme goce estético, no sólo porque produce placer, sino porque el erotismo produce un caudal de sensaciones incontenibles. Lo que hace una pareja que decide fotografiarse o video grabarse haciendo el amor, es justamente capturar simbólicamente ese goce, y digo simbólicamente porque el goce sólo se sentirá en el momento mismo, pero la imagen no sólo permitirá la evocación y el recuerdo, sino que dará la sensación de tener en nuestras manos un pedacito de ese maravilloso momento que vivimos juntos.

Nuestro cuerpo sexual es un cuerpo que desconocemos, sobre todo las mujeres. Los hombres de alguna manera exploran ese cuerpo sexual a través de autoerotismo, pero el cuerpo femenino ha sido tan velado que incluso algunas mujeres no conocen su propio clítoris. Cuando una pareja decide grabar ese momento erótico de su sexualidad, les permite a ambos un reconocimiento de un cuerpo que resultaba ajeno. La vista y la audición, entonces, participan y responden generosas con la posibilidad de adornar con sensaciones innombrables el placer que se descubre a través de nuestra piel.

Una pareja que decide filmarse haciendo el amor y una tarde cualquiera deciden ver juntos aquellas imágenes, es una pareja que busca alternativas creativas para transformarse cada día. Sin embargo, el asunto peligroso es la idea de que uno de los dos, cuando las circunstancias cambien, se atreva a hacer uso indebido de este material, lo que pone en evidencia la intimidad frente a un mercado inescrupuloso que lo transforma en pornografía.

Los casos son numerosos y constituyen una vulneración de los derechos sexuales. Algunas veces lo que comienza como un juego sexual inocente, nos puede llevar a la desgracia, sobre todo cuando no respetamos unos mínimos códigos éticos para no hacernos más daño que aquel que el desamor ya nos trae.

La idea no es mala, ser estrella porno por una noche en la intimidad de la pareja, dos adultos que toman decisiones adultas y con el amor bendiciendo al placer, suena como un juego erótico apasionante. Siempre y cuando se cuente con la certeza absoluta de que la misma pareja se convierta en los mejores custodios para proteger aquello que han compartido y cuya evidencia trasciende los límites de la propia piel.




jueves, 8 de noviembre de 2007

DEVORADORES DE CARNE HUMANA

Dedicado al par de buitres que han revoloteado en el último año

Los devoradores de carne humana viven por allí, muy cerca de su casa. Con precaución, asómese y de manera inadvertida los verá moverse con su sombría alma, con la sonrisa sardónica, y lo saludarán amables, aparentando cierta sinceridad que resultará confusa.

Están por todas partes…, mire con detenimiento a la señora de la tienda, concéntrese en el vecino de al frente, mire a su compañero de oficina, a ese que tiene su escritorio cerca al suyo, a veces pueden hacerse pasar por el vigilante, la mujer que hace el aseo en su casa, pero sobre todo y con frecuencia, los devoradores de carne humana se esconden detrás de personas que tiene muy cerca de usted, algunas veces se hacen pasar por amigos, tienen acceso a la información, le prestan un hombro para llorar y conocen sus más profundos temores.

Los devoradores de carne humana son aquellas personas que viven de la crisis entre las parejas, son aquellas que avivan el fuego de los conflictos. Se deleitan llevando y trayendo información, haciendo comentarios sutilmente destructivos y envenenando su corazón para que tome las peores decisiones.

Generalmente no tienen vida propia o cuando la tienen, se sienten tan frustrados con ella, que de alguna manera tratarán de arrastrar al purgatorio cualquier otra relación sobre la que puedan influir negativamente. Si usted quiere descubrir a un devorador de carne humana cerca de usted, tenga en cuenta lo siguiente:

Son aquellos que siempre dicen que lo están haciendo por usted, pero cada vez que tienen la posibilidad de entregarle una información sobre el comportamiento de su pareja lo harán, dirán algo así como: “Qué raro, estaba acompañado de una mujer muy bonita” o “La vimos bajarse de una camioneta a las 10, ¿acaso ella no está en la oficina a esa hora?”, de una delicadeza magistral siembran la desconfianza, les fascina poner tierra fértil para que crezca la incertidumbre.

Algunos devoradores, son más descarados, de frente podrán decir algo así como “No quiero alarmarte, pero abre el ojo” Si uno analiza el discurso, todo es una farsa, por supuesto que quieren alarmar, quieren que la gente agonice, que sufra, porque no ayudan a resolver el conflicto, sólo ayudan a crearlo.

Esconden sus oscuras pretensiones detrás del consejo, ellos aconsejan…, sólo que siempre aconsejan algo venenoso. Son grandes escuchas, pero sólo para poder luego hacer sugerencias que harán que usted acabe con su relación de pareja o que termine distanciándose de manera irremediable.

De vez en cuando acuden a otras técnicas más elaboradas, como por ejemplo hacer llamadas anónimas para dar información, usar el terrorismo telefónico, correos electrónicos con nombres inventados, fotografías y cualquier evidencia que le indique a usted que algo malo ocurre con su pareja.

Los más perversos pueden tener influencia sobre las dos partes, lo que hace mucho más efectivo su trabajo como devoradores. Por eso hay que cuidarse de figuras como padrinos y madrinas de los hijos, amigos en común y suegras, porque si tenemos la mala suerte de que alguno de estos personajes sea un devorador de carne humana, lo más probable es que nuestra relación de pareja se vuelva un infierno.

En el Otelo de Shakespeare, el papel de los devoradores de carne humana, lleva a la desgracia de la pareja. La influencia de Yago sobre el moro de Venecia, hace que éste le de muerte a Desdémona. En sus obras, Shakespeare es capaz de plasmar la naturaleza humana y muestra como bestias como estas se convierten en un factor de riesgo para la violencia. Los devoradores de carne humana se alimentan de la carroña de las relaciones. Son animales carroñeros que se posan cerca de las relaciones de pareja en crisis, ellos mismos ponen el detonante, y si la pareja no es capaz de advertir su presencia, sólo faltará esperar, en poco tiempo de aquella relación sólo quedarán despojos.

No quiero sembrar pánico en la audiencia, no quiero generar una sensación paranoide…, guarde la calma. Existe una manera ancestral de protegerse de estos depredadores…, simplemente no los escuche. Tenemos que aprender a descifrar nosotros mismos lo que pasa en nuestra relación de pareja, y tenemos que aprender a comunicarnos mejor y a confiar más. Si usted cree que su pareja le engaña, créalo por usted mismo, pero no se deje llevar por un engendro que se hace pasar por amigo, pero que en el fondo guarda las peores intenciones.

Nota: usted mismo puede ser un devorador de carne humana…, sí, usted, de aquellos que viven de la carroña de las relaciones y ni siquiera así es feliz. Puede mirarse al espejo e intentar descubrirlo, es posible que el deterioro de ser un alma en desgracia se le empiece a notar en el semblante.

lunes, 5 de noviembre de 2007

PARA LAS MENTES DE CORTO ÁNIMO


Una brisa suave y fresca entra por mi ventana como anunciando que el año está llegando a su final, que hace poco era enero y padecíamos la resaca de las celebraciones, y en menos de lo que sospechamos pasó con todos sus meses juntos, como abrazados.

Llevo más de tres años escribiendo cada semana esta columna, Manuel Lozano era quien coordinaba Revista Viernes en aquel entonces, y pienso que cualquier frase que tenga la expresión “aquel entonces” nos dice que alguien o algo se está volviendo viejo. Espero que sea Manuel Lozano. No siento que sea yo.

Empecé a escribir desde la desconfianza y la ignorancia. Desconfiaba de la libertad que gozaría para escribir lo largo y lo ancho de un tema tan controvertido como la sexualidad. Sin embargo, debo decirlo, el periódico no le ha quitado jamás ni una sola letra a alguna de las entregas que he realizado. La desconfianza se me quitó pronto. Escribir o hablar de un tema como la sexualidad, por más uso de la estética o de la lúdica que se haga, siempre debe estar enmarcado dentro de los derechos sexuales y reproductivos como parte vital de los derechos humanos, ese es el soporte técnico y conceptual que cada escrito sobre sexualidad debe tener.

La ignorancia es algo que ahora agradezco, si no hubiese sido por ella, nunca hubiese aceptado empezar a escribir. Al principio no era conciente de todas las personas que me leerían y eso me hizo atreverme. Un par de años más tarde, un periodista amigo me hizo la cuenta de cuántas personas podían estar leyéndome, ya era tarde para sentir pánico escénico.

He revisado algunos otros medios y es frecuente que las mujeres sean las que se toman la palabra para hablar de temas como la sexualidad, pisoteadas por años, las mujeres no éramos capaces ni de desear un orgasmo en voz alta. Ahora, son mujeres las que se aferran a la pluma para escribir palabras sexuales.

Creo que el silencio ancestral ha permitido que ahora las mujeres tengamos mucho por decir. Creo que hemos escuchado mucho, callamos y escuchamos, y ahora que somos capaces de hablar las palabras se atragantan en nuestras gargantas, mucho por preguntar, mucho por cuestionar.

Algunas mentes de corto ánimo, sin embargo, se confunden. Veo transformarse la mirada de algunos hombres cuando me conocen y saben que soy yo, la misma mujer que se atreve a hablar de sexo anal, la misma que escribe sobre el orgasmo y sobre la posición del misionero. Mujeres prejuiciosas y hombres lujuriosos, a ellos les dedico esta columna de hoy con una información de paso:

Para escribir sobre sexualidad no se necesita una recorrida experiencia sexual, lo que se necesita es la franqueza para usar las palabras que nadie quiere nombrar, para hablar de los miedos de muchos y las pasiones de todos. Escribir sobre sexo no es directamente proporcional a buscar sexo. En ocasiones, cuando más fluyen las palabras es cuando más tranquilo se está con respecto a nuestras propias búsquedas. No se equivoquen, una mujer que escribe sobre sexo no está buscando un hombre, guarden sus ideas morbosas, fantasiosas y lujuriosas para sus poluciones nocturnas.

Mientras más se reflexiona sobre sexualidad, la vida sexual se hace un poco más selectiva. Lo sexual no está únicamente en el encuentro con otro ser humano, existe una dimensión que lo precede, lo sexual se gesta dentro de nosotros mismos. Antes de salir como animales en celo, debemos indagar en nuestras propias razones, porque es imposible adherirse al alma ajena, cuando se desconoce la propia.

Ser mujer y escribir sobre sexo en una cultura como la nuestra, equivale a enfrentar la hostilidad de una falsa imagen. A esas mentes de corto ánimo les diré, a veces no hay mayor erotismo que el que se puede sentir cuando veo el color verde brillante de las hojas del palo de caucho que se posa majestuoso frente a mi ventana, el sonido de las gotas de lluvia cayendo sobre él, mojado, victorioso, acompañando cada texto que he escrito. Si hay algo sexual en mi vida personal que acompañe cada palabra que escribo, son momentos como estos, con la suave brisa de un aguacero que no se detiene y la pregunta sobre el paradero de los periquitos que frecuentemente danzan en cada rama.

La sexualidad no solo se vive en la cama, la sexualidad se vive en cada momento erótico de la existencia humana, del palo de caucho mojado por este domingo, del agua corriendo por mi calle, de un tímido pedacito de patilla que estoy saboreando y del recuerdo de la sonora risa de aquel que amo. Lo demás sólo se gesta en cada cabeza, y cada cabeza es un mundo de posibilidades.


domingo, 28 de octubre de 2007

LO QUE MARCA EL CORAZÓN


Mi abuela me dijo un día “uno ve tanto en esta vida…, tanto ha visto uno, que llega el día que uno siente que ha visto demasiado y ese día uno está listo para la muerte, uno hasta se quiere morir, para no ver más” Sospecho que el mundo es un lugar más grande que lo que un día mi abuela y yo pensamos.

En nuestra cultura son aceptadas las relaciones amorosas de dos personas, parejas conformadas por un hombre y una mujer, existe el concepto de fidelidad, aunque muchos no lo sean, de exclusividad del amor y de la constancia, permanencia y estabilidad que significa decir “hasta que la muerte nos separe”. En muchas ocasiones, el hombre, sostiene una o más relaciones extramatrimoniales, lo que es criticado, pero posible, aunque es condenado cuando la infiel es la mujer.

En contraposición a esas estructuras rígidas de configuración de la pareja, hacen algunos años tomaron fuerza experiencias innovadoras que se describen por el intercambio de parejas, o parejas swingers. La gente empezó a criticar y a cuestionar, pero más de uno en el fondo lo que quería era probar. Por un lado se consideraban inadmisibles, y por otro lado se esperaba estar de viaje con la pareja en un lugar en el que nadie los conociera para animarse a entrar a un bar swingers.

La vida me ha enseñado, que en el tema de la sexualidad como en otros, siempre hay que tener bajo sospecha a aquellas personas que son los primeros en lanzar la piedra, en el fondo parece que lo que quieren es ser los primeros en lanzarse ellos mismos a aquello que precisamente juzgan. En muchas ciudades del mundo existen clubes swingers permanentes, a los que asisten parejas estables, muchas de ellas casadas, para buscar diversión en la posibilidad de intercambiar parejas y relacionarse eróticamente con otros dispuesta a entrar en el juego.

Los bares swingers se empezaron a mirar como el signo de exceso profano, de un desbordado libertinaje sexual. Pero alrededor del mundo el movimiento swingers se posiciona como una sana alternativa para jugar sexualmente entre adultos. Hombres y mujeres que participan en este intercambio reconocen reglas como el uso del preservativo, la equidad en las decisiones de la mujer y del hombre, el consentimiento de todos los participantes y la comprensión absoluta de la palabra No. Práctica desbordada o no, existe.

Muchas parejas empezaron a preguntarse por esta alternativa y muchos hicieron parte como una forma de cumplir sus fantasías sexuales. Un juego peligroso para aquellos que no están preparados ni seguros, los celos, la inseguridad y la posesión, combinado con un ambiente de alcohol, puede resultar en una mezcla peligrosa.

Sin embargo, más allá del juego erótico, existe un concepto que toma fuerza por su organización en algunas sociedades, este es el concepto de Poliamor. El poliamor no es definido como una moda, sino como un estilo de vida. Los activistas que lo respaldan, defienden la alternativa de formar relaciones abiertas con características similares a las parejas swingers, con dos particularidades: no son sólo una búsqueda de placer y diversión, son relaciones amorosas con vinculación afectiva entre sus participantes. No son relaciones de una noche de sexo, tienen la pretensión de permanencia, estabilidad y constancia.

Los poliamor conforman una comunidad afectiva, no creen en la exclusividad del amor y consideran a los celos como un sentimiento natural, pero peligroso para las relaciones entre los seres humanos.

No pretendo convencer a mis lectores de que esta sea una buena idea, ni más faltaba, pero la ineludible reflexión es que el mundo es un lugar mucho más grande de lo que muchos sospechamos. No es ni bueno ni malo, la cultura y las costumbres con las que hemos sido criados determinan con gran fuerza la concepción que se tenga de la realidad, y ya Albert Einstein intuía que era mucho más fácil modificar la estructura de un átomo que una idea o pensamiento arraigado.

A veces creemos que existe una sola forma de asumirnos, pero en realidad los seres humanos nos podemos asumir en innumerables posibilidades. Por convicción me quedo con la siguiente idea: poliamor, monógamos, en abstinencia declarada, como quiera que sea, la única lógica que debemos seguir es la que nuestro corazón marca, la lógica que nos acerque un poquito más a la felicidad, con pasión y un profundo respeto por nosotros mismos y por las personas que amamos. A veces es más fácil de lo que creemos, a veces no tanto, a veces para ser feliz sólo basta abrir los ojos.

miércoles, 17 de octubre de 2007

LA PALABRA Y EL SEXO


Para aquel hombre que cuando habla no necesita tocar.

Recuerdo siempre a una simpática amiga -por obvias razones su nombre mantendré en reserva- que se quejaba porque su novio no hablaba mientras hacían el amor. Ella explicaba que él se limitaba a hacer unos ligeros ruidillos, guturales algunos, inocentes todos. Muy ofuscada por esta situación, decidió pedirle que intentara hablarle al oído, él accedió. Unos días después, bastante desesperada, le pidió que se callara. Él hombre volvió a guardar silencio y ella recién, se casó con otro.

Si hay algo absolutamente sin sentido es tratar de seguir un libreto cuando hacemos el amor. La sexualidad tiene tanta influencia por la sociedad de consumo, que en ocasiones es difícil saber qué debemos esperar de nosotros mismos. Una mujer me contó que estuvo con un hombre que le decía palabras que copiaba del cine, expresiones como “Oh, yeah, sí, esa es mi chica”, lo hacían parecer como poseído por un mal doblaje al español. Ella no pudo contener la risa y después de esa noche ninguno quiso saber nada del otro.

Lo que las mujeres y los hombres decimos en medio de la naturalidad de una relación sexual debe ser tan auténtico como es cada ser humano sobre la tierra. No tiene que parecerse a lo que antes alguien haya dicho, no existen guiones, no hay un libreto para los amantes. Aquella vieja amiga odiaba los sonidos que emitía su pareja y él por complacerla, empezó a decir palabras que jamás diría, frases que no sentía, lo que resultó ser un verdadero fiasco para los dos.

De lo obsceno hasta lo romántico, la palabra es capaz de recorrer cada una de nuestras emociones y cada uno de nuestros sentimientos, la palabra enseña lo que quiere, inventa y vuelve luz a la oscuridad. Se compromete, se transforma en verso y promesa. La palabra erótica reconoce los silencios con reverencia y se atreve a romperlos sólo cuando su musicalidad es mejor que ellos, sólo cuando la voz que susurra acaricia más que la boca que calla y besa.

El pueblo Dogón de África occidental, cree en el poder de la palabra para crear niños y niñas. Aseguran que cada vez que un hombre pronuncia una palabra al oído de una mujer aumenta la fertilidad de esta. Para fecundar el óvulo, para que ocurra la magia, un hombre debe susurrarle las antiguas historias de los antepasados, así, las palabras son capaces de formar el germen celestial de agua, que envuelve el útero para recibir la semilla del hombre.

La palabra se vuelve caricia y es capaz de excitar más allá de las posibilidades de nuestros propios genitales. Abre el camino que, como para el pueblo Dogón, nos guía a la entrega más profunda. Es entonces, cuando la palabra se hace sexo que vibra, gemido, voz que perturba, cuando solicita y no reclama, cuando en ilimitados fonemas se busca en un rincón de nuestras bocas y atraviesa un beso para poder clavarse en nuestra carne.

En medio del acto sexual podemos decir lo que se nos ocurra. Podemos pasar de lo grotesco y vulgar hasta lo dulce y tierno, todo lo que estimule eróticamente nuestros sentidos funcionará, lo sucio, lo mojigato, lo atrevido, lo amoroso..., lo único realmente importante es decir lo que se siente, ni más ni menos. Una palabra no sentida nos llevará al peor de los ridículos, ese en el que nos convertimos cuando no somos nosotros mismos.

Ni mi amiga, ni el hombre que hablaba como doblado al español, sabían que la palabra se vuelve caricia sexual cuando sale del lado íntimo de nuestra alma. Cuando no se parece a nada que se haya dicho antes, cuando reta al silencio porque sabe que es más sensual que el silbido del viento, cuando se arroja y se entrega, cuando se retuerce primero en los deseos de nuestro amante para recoger cada temblor de nuestras manos con la absoluta confianza de saber que dos personas están en el lugar que nadie ha estado, que estamos sólo donde podemos estar cuando los dos estamos abrazados…, uno en los brazos del otro.

CUERPOS NEGADOS, QUE CAMINAN TRISTES


“Cada noche, sin falta, ella rezaba para tener los ojos azules. Había rezado con fervor un año entero. Aunque un poco descorazonada, no había perdido la esperanza del todo. Lograr que ocurriese algo tan maravilloso requería mucho tiempo, muchísimo”
Ojos azules, de Toni Morrison


12 de octubre, día de la raza. Cuando era niña siempre me enseñaron a celebrarlo. Recuerdo que en el colegio de monjas en el que estudiaba, participé en un baile con un ridículo taparrabo de fique. Estaba orgullosa por la fidelidad de mi vestimenta, me sentía como una auténtica indígena, pero ahora me doy cuenta de que las religiosas no estaban muy felices con mi vestimenta. Creo que se hubieran sentido más complacidas, con una india más conservadora y discreta.

De eso me di cuenta muchos años después, como también me di cuenta de que aquel día de 1492 en que el marinero Rodrigo de Triana avistó tierra después de dos meses de navegación, no era precisamente una fecha para celebrar. Por más que hicieron fuerza por hacerme creer que era el día de las razas, se parece más a la conmemoración del día en que inició el tiempo de la masacre a pueblos indígenas y en que se sometieron a negros condenándolos al desarraigo.

Pasé de la inocente felicidad pueril que celebraba la fecha en que los valientes españoles nos conquistaron, a la dolorosa idea de un grupo de salvajes delincuentes de una sociedad ambiciosa, que se arrojaron al mar buscando poder, frente a una vida en la que habían perdido todo valor, incluso el valor por ellos mismos. Que encontraron sin darse cuenta un mundo que no sabían como nombrar, porque jamás habían visto tanta belleza, y sin embargo bastaron pocos años para que sembraran ríos de sangre y de odio.

Pasé del agradecimiento por la llegada de la Iglesia, que había sido generosa al darle un Dios a los errados indios, a los sentimientos de indignación frente a pueblos enteros que fueron sometidos para que dejaran lo único que tenían, su cultura, su cosmovisión, su forma de ver el mundo.

Crecer duele porque pasé de desear disfrazarme de India Catalina, a preguntarme por ella, y por qué en una ciudad como esta se tiene un monumento de una india que traicionó a su pueblo.

Porque un día como hoy seguimos maldiciendo por no tener la piel de otro color, nos alisamos el cabello por parecernos a alguien que no somos, nos lo pintamos de rubio y somos felices porque nuestro apellido vino de España. Casi todos los apellidos vinieron de España, fue el grupo étnico dominante, pero nadie se pregunta dónde está en nuestro nombre la parte que represente a la india que alguien violó, al negro que alguien golpeó, esa historia está negada.

Quieren que hable de sexualidad en esta columna, me permito aclarar algo: Uno no puede disfrutar de otro cuerpo desnudo, cuando no somos capaces de aceptar el nuestro, nuestra historia y saber lo que somos. Eso se llama identidad, si yo no soy, no puedo ser con otro, ni puedo entregarme al espacio sublime del abrazo, porque niego lo que soy. Ni puedo amar infinitamente al hijo que nace de ese abrazo, porque su cuerpo me recordará el cuerpo negado de mi propio cuerpo, y el cuerpo negado de nuestra historia.

Es el día de la raza. Se supone que celebremos la diversidad, el mestizaje, pero en una ciudad de negros no admiten la entrada de negros. Aquí la gente tiene que acudir a la acción de tutela después de haber sido rechazada por un portero negro por ser una mujer negra que intenta entrar a un lugar. El portero negro sigue instrucciones de un jefe que es blanco, o que cree que es blanco. Qué es lo que celebramos.

Cuerpos que no se aceptan, que caminan tristes. Una vez conocí a un hombre en un lugar lejano, me explicó el motivo de su distancia “ser negro y ser homosexual es como una maldición en mi tierra”, y ser mujer y ser negra, y ser indio. El desprecio sobre el cuerpo por la condición racial no sólo desprecia lo que somos, desprecia de dónde venimos. Cuerpos condenados al desprecio centenario, al desarraigo, deseando parecer lo que no son, víctimas de la discriminación más perversa, la discriminación por sí mismos.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

¿EL TAMAÑO SÍ IMPORTA?

Dedicado a los espectadores de aquella noche
y a la insospechada tripulación de la gigantesca nave.


Desde un muelle, veíamos un enorme buque entrar a la bahía en medio de la noche. Todos quedamos perplejos ante la inmensidad de la máquina cargada de contenedores que hacía parecer a la ciudad como algo ínfimo. En la oscuridad del agua, el gran buque era guiado por una pequeña embarcación que le dirigía su camino hasta el puerto. Todos absortos guardábamos silencio, hasta que alguien preguntó con vivaz inocencia ¿Será que el tamaño sí importa?

Unos de los más grandes dilemas de un macho humano es el tamaño de su pene. Parece que toda una constelación de mitos y creencias suceden alrededor de un tema polémico, responsable de dichas, angustias, vergüenzas y gozos. Desde tiempos remotos el pene ha cobrado una significativa importancia para muchas culturas. En tierras colombianas, muy cerca de la ciudad de Villa de Leiva, un ejemplo se evidencia, antiguas figuras precolombinas se levantan en forma de erguidos penes de más de dos metros de altura. Inmensos falos son la representación de la fecundidad, de la fortaleza y la fertilidad de la tierra en muchos pueblos primitivos.

Alrededor del pene, en la historia de la humanidad, surgen creencias mitológicas que asocian su tamaño con un significado divino. Sin embargo, fuera de este mundo mágico, es importante dejar claro que no es más hombre, ni más fértil, ni más feliz, ni mejor amante quien lo tiene más grande.

Cuando un niño nace, sus padres no dudarán en mostrarle el pene a sus amigos y parientes más cercanos, y sonreirán orgullosos por lo bien dotado que se encuentra su hijo. Parte de los hombres que leen este artículo, recordarán que en el álbum familiar todavía conservan una exhibicionista foto en la que se revelaban desnudos en su primera infancia, y la insoportable vergüenza que sintieron cuando su madre la mostraba a sus tías mientras comían galletitas y tomaban café.

Durante la adolescencia muchos participan en el cruel juego de medirse el pene y de hacer competencias masturbatorias en las que el ganador era aquel que al eyacular llegara más lejos. Los jovencitos que creían tener un pene pequeño, sufrían y hacían lo posible por evitar estos juegos, cualquier cosa por evadir la burla de sus amigos.

Un hombre que considera que su pene es pequeño puede llevar sus relaciones de pareja con mucha inseguridad e incluso puede intentar evitar los encuentros sexuales. La poca confianza que se percibe sobre sí mismo puede influir en el desempeño sexual y en la posibilidad de explorar su sexualidad con tranquilidad.

Al parecer un pene pequeño es una desventaja bastante sufrible, pero aquella noche me atreví a preguntarles a las mujeres presentes lo que pensaban al respecto. Los resultados obtenidos fueron interesantes:

Hombres con pene grande pueden ser poco esmerados, lo que es una verdadera lástima. Una mujer aseguró que pueden ser muy confiados por el tamaño de su pene y dejar mucho que desear con respecto a otras características de las artes amatorias. Otra mujer afirmó que los penes grandes pueden generar desconfianza en la mujer, por el temor a ser lastimada.

Pero todas estuvieron de acuerdo que lo mejor para que un hombre confiara en sí mismo era decirle que su pene era grande…, aunque a veces tocara mentir. Consideran que son mentiras piadosas y necesarias para el futuro de la relación. Al parecer un ego masculino no soportaría una crítica de esta índole.

No estoy segura que mentir sea una estrategia muy honorable, pero aún en los casos de sinceridad extrema, es bueno recordar que existen formas piadosas de decir la verdad. Los comentarios destructivos y malintencionados en la vida sexual, crean un distanciamiento en la pareja y una pérdida de la confianza difícil de recuperar.

Sin embargo, el punto de mayor placer en la mujer, está apenas a unos pocos centímetros de la entrada de la vagina, y para ello no es necesario un pene de gran tamaño. La sexualidad humana tiene unas dimensiones amplias, un hombre que se centre sólo en las posibilidades de su pene, limitará su sexualidad a la genitalidad, y esto sería condenarla. No hay pequeñez más grande que aferrarse a unos cuantos centímetros de más.

Por supuesto que el tamaño importa, siempre importa. Un enorme buque de carga entrando a la bahía siempre será algo para sentarse a ver en una noche como aquella, pero sería un error creer que la maravilla está en su tamaño, y no en las cautivadoras manos que lo conducen, en la maestría de quien lo guía, en el misterio de la carga que lleva a dentro y en todo el universo de posibilidades que produce en la gente que se sienta en la orilla a verlo.

sábado, 15 de septiembre de 2007

MI MEJOR ESFUERZO

A pesar de mi resistencia contra las alienantes celebraciones, como un delicado detalle para todos aquellos lectores y lectoras que celebran con pasión el día del amor y la amistad, haré lo posible por renunciar a mi sarcasmo de cada año con el que siempre desprecio las largas filas en los almacenes para comprar un oso de peluche, unas flores y una caja de chocolates.

No cabe la más mínima posibilidad de que alguien conquiste mi corazón regalándome este tipo de cosas cuando cientos de personas están haciendo de manera autómata lo mismo. No espero que nadie me felicite en este día, ni que nadie me invite a salir a ningún lado, si hay una noche de antemano fracasada para ir a cenar, será una como esta, en la que todos los restaurantes están llenos y conseguir una mesa es un acto heroico.

En mi considerable esfuerzo por escribir algo positivo sobre esta fecha, he escarbado en las ideas de mi mejor amigo, y le he preguntado qué es lo bueno de esta celebración. Él coincidió conmigo, me dijo “nada”. Luego pensé que por algo somos tan amigos, jamás nos llamaríamos a desearnos un feliz día del amor y la amistad, no puedo evitar la satisfacción que me genera esta coincidencia. Pero luego veo a una niña de 13 años, emocionada llevando una manzana para su amiga secreta y me entusiasmo nuevamente en la búsqueda del sentido de esta fecha.

Así que por primera vez, intentaré que este texto combine con las tarjetas rojas con corazones, con el “interesantísimo” y “divertidísimo” juego del amigo secreto y con osos de peluche que me dan alergia. Pero pienso en el nombre de la celebración y en el sentido implícito, y comienzo a encontrar una maravillosa razón para escribir.

Lamento tanto que cuando llega el amor, ese amor romántico y erótico, desaparezca la amistad. Muchas veces cuando nos metemos en la cama, si teníamos la fortuna de ser amigos, lo dejamos de ser, y si nunca lo habíamos sido, ya jamás lo seremos. Las relaciones de pareja son tan condicionales que es difícil ser amigos, y dejamos de ser dos personas que se acompañan amorosamente por la vida, para volvernos en los dueños de los sueños ajenos. La amistad, en cambio, es casi incondicional, y eso es precisamente lo que la hace tan fuerte.

El amor y la amistad deberían ser dos condiciones indisolubles en las relaciones de pareja, pero como parece ser más importante reclamar la posesión de la pareja, exigirle, celarle, dominarle y poseerle, se destruye la amistad, la complicidad y la confianza. La única forma para que un amo se vuelva amigo de su esclavo, es dejándolo en libertad. No se puede ser amigo de quien establece una relación de poder y nos pretende dominar.

Ojalá en un día como hoy la gente pensara más en estas cosas, pero los que tienen pareja están pensando en el regalo y la palabra bonita, y los que no la tienen se desesperan en una desconsolada soledad septembrina. Me doy por vencida, juro que he hecho mi mejor esfuerzo, me rindo. Es todo lo bueno que podré decir al respecto, tal vez lo haga mejor el próximo año. Si cualquier otro día uno se viste de rojo, no faltará el cretino que dirá “cuidado con el toro”, pero el día del amor y la amistad, la gente se viste de rojo y nadie piensa en ningún toro, todos creen que van de rojo corazón, nadie va de rojo toro. Es el símbolo de una aburrida alienación.

Por educación, les desearé un feliz día y les daré unas sugerencias prácticas: A las mujeres que se sientan solas, no terminen aceptando a alguien que no aceptarían en circunstancias normales, que no se note la necesidad. A los hombres que no tienen pareja, piensen que se están ahorrando un dinerito. A la gente que tiene pareja, recuerden que los restaurantes y los moteles se infartan y el servicio suele ser bastante regular.

No hay por qué llorar a los ex novios, deprimirse, tener sexo o emborracharse. Si mi mensaje no logró persuadirle y hacerle desistir de participar de esta fecha, entonces celebre, pero hágalo de la manera más genuina posible, de la manera más íntima. Hagan lo que en realidad les gusta y dejen de estar haciendo lo que el resto de la gente está haciendo sin saber por qué.

La niña de 13 años que menciono, es mi hija, y debo admitirlo como una confesión, yo financio conejos de peluche. Encenderé una vela por mi amigo Rolando Pérez, hoy está muerto y a veces me da miedo que se quede en el olvido. Algunos años nos reuníamos en su casa a celebrar y cocinaba una pasta al pesto de albahaca inmejorable, la acompañaba con un puré de tomates marca Vitanova que traía de Cuba. Siempre cualquier excusa será buena para dar un abrazo a los amigos muertos y también a aquellos amigos que seguimos vivos. Sólo que es triste tener que esperar una fecha como estas para hacerlo, cuando el mejor momento es la vida de todos los días.

domingo, 9 de septiembre de 2007

ME RIO PARA NO LLORAR



¿Quién los ve andar por la ciudad, si todos están ciegos?
Los amantes, Julio Cortazar


En días pasados sacudió a la opinión pública una noticia que se mezclaba entre un matiz legislativo y otro farandulero. Con un sentido gracioso y hasta humorístico, el periodista anunciaba el proyecto de ley del Senador Edgar Espíndola que pretende una sanción económica para los infieles y otro tanto para el compañero o compañera de aventura.

El señor Espíndola, congresista por el partido Convergencia Ciudadana, como que olvidó la consigna de su propio partido que, entre otras cosas, se asume como pluralista. También olvidó, creo, el señor Espíndola, que no todos los colombianos y colombianas pertenecemos a la Iglesia Pentecostal Unida de Colombia, que por supuesto lo reconoce como líder.

Tal vez si hacemos una consulta popular respecto al tema, la mayoría estemos en desacuerdo con la infidelidad y aquellos que hayamos sufrido en carne propia las desavenencias de este fenómeno, seguramente hasta pediremos sanciones más crueles como cadena perpetua, pena de muerte, y algunos hasta estemos pensando en reactivar aquellos castigos que hacen parte del museo del Palacio de la Inquisición, porque no hay engañado al que no se le haya pasado por la cabeza solicitar el potro para el traidor.

Pero si en la misma consulta popular, se analizara, por alguna técnica de ficción, por medio de un programa que detectara los recuerdos libidinales y lujuriosos a través de la cornea, como sacados de una de esas malas películas que se estrenan en las carteleras de cine, tal vez un poco más de la mayoría de los consultados se tendría que poner bajo sospecha.

Y es que si algo tiene nuestro país, más grande que la riqueza cultural y las maravillas de la fauna y la flora, es un enorme capital de doble moralismo. Los comentarios que he escuchado por allí, aumentan mi risa, por ejemplo, de un taxista escuché que la idea pretende subsanar, con las pasiones de los infieles, el robo de las arcas vacías de un Estado corrupto. Yo no sé ustedes, pero cuando quiero saber de un tema, siempre le pregunto a un taxista.

La propuesta parece inofensiva, pero después del despropósito que hundió el proyecto de ley patrimonial para parejas homosexuales, está visto que en la viña del Señor todo es posible. Mejor me río para no llorar.

El tema de la infidelidad, que tanto preocupa, tiene raíces profundas en la manera como insistimos en configurar nuestras relaciones de pareja. La fidelidad debe ser una posibilidad que se construye, pero no una imposición. Si las prohibiciones fueran suficientes para que el ser humano dejara de actuar, aún seguiríamos estancados en el medioevo o unos cuantos siglos antes.

Colombia es un país multiétnico y pluricultural, la poliandria descrita en comunidades negras del Pacífico no va a desaparecer por las ocurrencias de un Senador. Si la intención es prevenir la violencia intrafamiliar, sería bueno revisar qué pasa con los recursos destinados para los programas de política social. El Senador Espíndola había sido conocido antes por el proyecto de ley que buscaba el subsidio para los cultivadores de papa, si está preocupado por lo que hacen los señores cultivadores de papa en su vida íntima, quitarles platica por cada infidelidad no va a ser buena idea, no sólo se les puede ir lo del subsidio, sino que algunos van a tener que hipotecar la casa para pagar.

Por supuesto no se trata de estar de acuerdo con la fidelidad, presiento que nadie lo está. Incluso algunos infieles estarán en contra, porque es en la piel de ellos que se vive la incertidumbre y reina la confusión y la culpa. Lo preocupante son las medidas que se proponen y los temas que se discuten, el que no conozca a Colombia creerá que al Congreso de este país le sobra el tiempo y que no tenemos problemas más estructurales.

Ahora, si el Senador nos garantiza que el dinero recaudado de la sanción se va a usar para sacar a los niños y las niñas de la desnutrición que los está matando, hasta se puede considerar promocionar la infidelidad para conseguir rubros más grandes. No faltará el infiel por altruismo, como un minero que algún día me dijo que consumía alcohol para colaborar con los fondos que las licoreras le dejaban a los hospitales.

Por allá en 1840, Nathaniel Hawthorne, había escrito un revelador libro titulado “La letra escarlata”, ojalá que el Senador no lo lea, porque se le puede venir alguna otra exótica idea. Entonces se dirá que se atacará el desempleo con la mano de obra que se necesitará para bordar la letra escarlata en la camiseta de los infieles estigmatizados. A lo mejor el país sale de pobre.

sábado, 18 de agosto de 2007

EL SUBLIME PLACER DE LO INNOMBRABLE

“Recorre la nariz, los labios, el cuello, los hombros. Contornea la espalda y desciende hasta las nalgas. Luego roza el pubis y, con lentitud, uno de los dedos inquieta la cálida humedad. Entonces, antes del súbito vacío, una voz, en algún rincón de la casa, comienza a decir un poema”
El rito, Pablo Montoya



Leyendo un texto de la lacaniana Susana Bercovich, me encontré con un interesante análisis del sexo en la modernidad: Al parecer Foucault advertía que la represión no se expresaba únicamente en la restricción, también una forma de represión se expresa en la distorsión que hipertrofia, que es justamente lo que ocurre con la sexualidad en la vida moderna. Pasó de ser el terreno de acceso denegado, a lo que Bercovich se ha atrevido a llamar “la superproducción de sexo”.

Sexo que se vende, que se agencia, la lengua dentro de la boca del otro, el encuentro de una noche, el placer, la propuesta ágil, la diversión, el placer…, sexo que no se involucra, que no se enreda, que no vincula, sólo la supuesta búsqueda del deleite, del frívolo hedonismo del placer, otra vez del placer por el placer.

Risas, alcohol, dos cuerpos que se encuentran, voces jadeantes que a veces ni conocen sus nombres, pechos desnudos que se tocan, que se muerden, que sienten el calor, la música, la respiración agitada, las palabras obscenas, pero pechos que no se comprometen, almas desconocidas en un purgatorio de lo intrascendente. Y a la mañana siguiente se enciende la luz y la función ha acabado, sólo quedan ecos que se borran con el tiempo. Se visten los cuerpos y queda el recuerdo que al paso del reloj se vuelve borroso, porque existe un vínculo entre la memoria y el afecto, y lo que no se ama o no se odia, ni siquiera se recuerda.

En estos tiempos, en los que existe una búsqueda desesperada por el placer sexual, en la que parece no ser necesario ni el romanticismo, ni el amor, ni nada, se súper produce sexo. Sin embargo, lo único que se tiene es una visión limitada de lo que significa el placer, porque no hay placer sexual más bello y más sublime, usando las palabras de Burke, que aquel que se siente por la persona que se ama, aquella persona que aún cuando no nos toca sigue impregnada en nuestra piel.

En los últimos años aprendimos a nombrar con palabras lo innombrable, conocemos qué es un orgasmo y nos sentimos con derecho a sentirlo, e incluso a exigirlo. Hablamos de la erección y promocionamos productos para mejorarla. Aquello que sonrojaba a las abuelas, se ha convertido en programa de televisión. Dejamos de lado muchos de nuestros prejuicios, pero le dimos apertura a la creencia de que la libertad sexual estaba determinada por la posibilidad de tener sexo de la misma manera como se pide un domicilio de comida rápida, sin la más mínima trascendencia.

Una propuesta o incluso sin ella, vamos a la cama como ir a la mesa, y algunos, como Tomás en La Insoportable levedad del ser de Kundera, le ponen más problema en dormir con una persona que en tener sexo con ella.

En búsqueda de la tan anhelada libertad, no nos hemos dado cuenta de que no existe mayor prisión esclavizante que aquella que nos atrapa en los brazos de alguien que no amamos, que no hay soledad más devastadora que aquella se siente cuando nos acompaña en la cama alguien que no nos ama.

Camino a la liberación sexual, en las puertas agobiantes del siglo que apenas comienza, el orgasmo, la erección y todo ese conjunto de sensaciones placenteras, no son otra cosa que un manojo fisiológico de la respuesta de nuestros cuerpos a la caricia, que nos somete cuando no nos ama y que nos hace infinitamente felices cuando nos vincula y nos reconoce amorosamente.

A pesar de haberlo dicho todo y de haber sido capaces de llamar cada parte del cuerpo por su nombre, cada fluido, y llenarnos de palabras de lo prohibido, volvemos a quedarnos mudos, porque cuando nos encontramos con esos ojos que amamos, que nos enseñan a mirarlos de frente cuando nos aman, y que aún cuando cerramos los nuestros siguen allí, descubrimos que no hay orgasmo más eterno que aquel que nos sale desde el pecho, que nos llena de vida en la pequeña muerte, y que nos pone con el alma desnuda frente lo que es absolutamente innombrable.


martes, 14 de agosto de 2007

EL CUERPO DE LA INFANCIA

Con el tiempo hemos descubierto que la mejor manera de hacer prevención de abuso sexual es permitiéndole a los niños y niñas el reconocimiento de su cuerpo como su territorio, como un territorio de paz que nadie puede someter.
Antes se les decía que no hablaran con extraños, pero la realidad nos muestra que el abuso sexual también ocurre dentro del medio familiar. No es extraño el padrastro, no es extraño el abuelo, ni el primo, ni el nuevo novio de mamá.

Después de ensayar enseñándole a los niños y niñas hasta defensa personal, parece ser que lo único que en realidad incide de manera contundente en la prevención del abuso, es un estilo de crianza democrático, en el que exista un reconocimiento importante de la autoridad, pero se eviten todas esas formas de sometimiento y servilismo de la infancia.

A veces decimos que dejamos que nuestro niño vaya solo a la tienda o se quede solo en casa, para que aprenda a ser autónomo. Pero no somos capaces de permitirle que escoja su propia ropa y que decida como vestirse. La autonomía se gana en las pequeñas decisiones cotidianas, no en situaciones que expongan su seguridad.

El cuerpo es el lugar donde sucedemos cada uno de nosotros y en el que se desarrolla nuestra subjetividad, no como un cuerpo que nos contiene sino como un cuerpo que somos. Cada vez que golpeamos el cuerpo de un niño le estamos comunicando que ese cuerpo se puede someter, es un cuerpo dominado, sobre el cual se impone la fuerza de las personas que justamente deberían protegerlo.

Si un niño rompe algo y le damos una palmada, puede que el trauma físico sea menor, pero le estamos enseñando que su cuerpo vale menos que aquello que rompió. Vale menos que el jarrón, que la vajilla de la abuela o que la ventana de la vecina. El valor del cuerpo se reduce y si es un cuerpo que no vale, entonces para qué cuidarlo.

Supe de un niño de 6 años al que la mamá le decía “tesorito”, en esa forma empachosa que tenemos ocasionalmente las madres de expresar nuestro afecto. Pero el niño, muy crítico, decía que él no podía ser ningún tesoro de la mamá, porque hasta donde él sabía los tesoros no se dañaban.

Queremos que nuestros hijos e hijas sean capaces de afrontar los riesgos del abuso sexual, sean capaces de prevenir el VIH, las enfermedades de transmisión sexual y los embarazos, pero cómo podrán hacerlo si ni siquiera reconocen ese valor por su propio cuerpo, cómo se afronta la sexualidad con un cuerpo que no nos pertenece.

Llega la tía María a visitar el domingo y el mismo niño de 6 años no quiere saludarla de beso, justamente el sagrado derecho a no desear un beso de una boca que se percibe con el mismo efecto de los agujeros negros en el espacio. Pero frente a la negativa del beso, la madre insiste, “no seas grosero, dale un besito a la tía María” No importa que sea la tía María la misma que nos prestó para la hipoteca, nuestros hijos deben tener la posibilidad de decidir, en lo posible, aquello que ocurre sobre su cuerpo.

Aunque sea difícil admitirlo, a muchos de nosotros nos lastimaron en nuestra infancia. Reproducimos el mismo modelo tirano porque es el único que conocemos. Creemos que a pesar de los golpes físicos y psicológicos, hemos quedado bien, y hasta agradecemos a nuestros padres por el dolor aparentemente necesario.

Si en realidad quedamos bien, no sería gracias a los golpes, es gracias a los abrazos, a las historias antes de dormir y a las elevadas de cometa. En cambio, todos aquellos complejos e inseguridades con las que cargamos, incluso todos aquellos rasgos neuróticos, se derivan de todos esos actos despreciables que nuestros padres cometieron creyendo que hacían un buen trabajo. Nos sacrificaron a nosotros y ahora nosotros sacrificamos a nuestros propios hijos.

Pegarle a un niño o una niña, es un acto de cobardía. Sé que a muchos no les gustará lo que digo, porque sienten la crítica sobre el único modelo de crianza que conocen. Pero debo decirlo, la próxima vez que ponga su despreciable mano sobre el cuerpo de un niño para golpearlo, recuerde que lo único que está representando son las limitaciones que tiene como padre o madre para criar a sus hijos, y que cada vez que lo violenta, le está enseñando que su cuerpo es un territorio miserable en el que crece el dolor.


SOBRE LAS PUTAS

“Entre dos curvas redentoras, la más prohibida de las frutas te espera hasta la aurora, la más señora de todas las putas, la más puta de todas las señoras. Con ese corazón, tan cinco estrellas, que, hasta el hijo de un Dios, una vez que la vio, se fue con ella, Y nunca le cobró la Magdalena”

Una canción para la Magdalena, Joaquín Sabina

Aunque se señala de origen incierto, la palabra “Puta” está dentro del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, que en la vigésimo primera edición dice así: Puta, prostituta, ramera, mujer pública. Y en su siguiente edición, se vuelve más preciso y dice simplemente: Prostituta. Posiblemente por evitar crear confusiones sobre la honorable reputación de mujeres dedicadas a la vida pública, que según mi texto de hoy, muchas estarán dentro de la definición, pero muchas otras no.

Me preocupo por escribir esta introducción, para que no se interprete como grotesco lo que simplemente quiero llamar por su nombre. Ya sabemos todos que el moralismo errante nos puede conducir a caminos oscuros en los que nos rasgamos las vestiduras frente lo que es obvio y humano.

Más allá de la definición de mi manoseado diccionario, qué es una puta. Una mujer que se vende, esa que se monta en unos tacones y se oferta, le pone precio a su cuerpo y a lo que se hace con él, para entrar a regularse por las leyes de intercambio del mercado, en el que quien tiene algo puede ofrecerlo, y quien lo quiere pagará por ello. La puta ofrece sexo a cambio de dinero o de algo material que lo represente. Entonces, ustedes me dirán, existen de todos los tipos de putas, las que por 30 mil pesos lo dan todo, y si se les ofrece el doble, se arriesgarán a no usar preservativo, hasta aquellas que se administran tan exhaustivamente como administrarían una empresa, y dejan algo para invertir en el mantenimiento del negocio, y una nueva prótesis de silicona les implica posicionarse mejor como se posiciona una marca de detergentes.

No estoy diciendo nada nuevo, todas se vuelven objeto de consumo, un producto que cuesta adquirirlo. Unas cobran miles en una esquina de un parque en el centro de la ciudad y otras se ofrecen en finos catálogos a cambio de millones. Unas para poder comer, para poder sobrevivir, otras para poder morirse poco a poco. Pero todas son putas de calle, que se acuestan con hombres a cambio de algo.

Sólo que además de las putas de calle, tan reconocidas a través de la historia, tan juzgadas y amadas, hay unas putas que quiero mencionar y son las putas de casa. Una mujer que se acuesta con un hombre para obtener algo, utiliza el mismo mecanismo de la puta de calle, aunque ese hombre sea su esposo.

Aquella mujer que no sale de casa, pero que se acuesta con un hombre, que es su pareja, para conseguir unas cortinas nuevas, el viaje a Miami que tanto quiere, o que le cambie el modelo del carro, entrará en la definición que amable y jocosamente he llamado “la puta de casa”

Cuando en mis primeros párrafos fui tan dura con las putas de calle, muchas mujeres estarían moviendo afirmativamente sus cabezas y cómo me estarán odiando cuando trágicamente se han encontrado con mi nueva definición. Para ellas, una nota aclaratoria, no pretendo ofenderlas, sólo quiero posibilitar una reflexión sobre la manera tan perversa como hemos convertido el sexo en objeto de intercambio, aún dentro de nuestras propias casas.

Es tan evidente lo que aquí digo, que ya lo hemos hecho parte de nuestro lenguaje coloquial: “Ahora no se lo doy”, “Si haces tal cosa, esta noche te lo doy”, “De malas, le suspendo los servicios”…, le suspendo los servicios, y pienso en la energía, el agua, el gas, el teléfono, que si no pago por ellos, el recibo me llega con la ilustración de unas tijeras, y si sigo sin pagar, aparecen en la puerta de mi casa unos hombres que me quitan los servicios. A menos que pague por ellos. Debo pagar por ellos.

Las putas de casa no tienen mala fama, no deterioran su reputación, no se arriesgan a ser golpeadas por un grupo de limpieza social, porque las putas de casa, se visten dignamente para comercializar dentro de sus casas aquello a lo que también le han puesto precio, y que para que su pareja tenga acceso, tendrá que pagar su cuota.

Es más o menos fácil saber si hemos sido putas de calle, la mayoría de las mujeres levantarían a piedras a María Magdalena si pudieran, pero cuántas de las que levantarían su mano para tirar la primera piedra, no son otra cosa que putas de casa.

Aún en la vigésimo tercera edición del diccionario no he encontrado una connotación positiva de la palabra “puta”. Me crea malestar ese ánimo acusatorio de decir que una mujer es puta por aquello o por lo otro, que a la final es un intento malintencionado de denigrarla, y ¿quiénes somos para el juicio? Pero saber que además de las putas de calle, existen las putas de casa, nos invita a cuestionarnos en silencio y a atrevernos a preguntar cuántas veces nos hemos vuelto un producto de intercambio.

martes, 24 de julio de 2007

COMO UNA MUJER MANOSEADA

Para el hombre de ojos bellos que tomó mi mano mientras escribía

“Fuera, en el zaguán, en el cercado, se arrastraban los ciegos desamparados, doloridos por los golpes unos, pisoteados otros, eran sobre todo los ancianos, las mujeres y los niños de siempre, seres en general aún o ya con pocas defensas, milagro que no resultaran de este trance muchos más muertos por enterrar”
José Saramago, fragmento de Ensayo sobre la ceguera

Tengo una inquietud. Me pregunto qué hicieron con los habitantes de la calle que merodean el centro de la ciudad para que José Saramago no los viera y qué hicieron con las niñas víctimas de explotación sexual que se venden en el sector. La prensa anunciaba la llegada del novel a Cartagena y la celebraba con sincera emoción, pero cuántos cartageneros tuvieron la posibilidad de escucharlo. A muchos ni les interesaba, porque ni siquiera sabían de quién se trataba. Estaban ocupados en el rebusque diario, en ver como resolvían el día a día.

Saramago es ateo, marxista y absolutamente crítico de la realidad social. Cuestiona su apariencia burguesa, pero se presenta abiertamente como un campesino. No cree que las religiones unan a los seres humanos, porque es capaz de analizar tantos odios ancestrales en nombre de un dios, tan a la mano, cuando el Santo Papa expresa ambiguas declaraciones que ofenden al mundo Musulmán.

Se pregunta sin miedo por la democracia, en un mundo en el que aquellos que lideran las políticas sociales y económicas no son elegidos por nosotros. Ese es José Saramago, el autor de Ensayo sobre la ceguera, El evangelio según Jesucristo y de tantos otros textos más que lo han llevado a ser uno de los escritores más reconocidos de los últimos años.

Nacido en 1922, no le teme a la muerte, y en medio de una Cartagena militarizada entre las murallas, garantizando su seguridad y la de otros ilustres invitados, menciona un iluminante discurso, pero peligrosamente estéril si su voz no llega a aquellos que más necesitan escucharlo.

Es una muestra más de una ciudad que tiene las mismas condiciones de aquella mujer manoseada por todos, que por algo que perdió en el camino, no ha sido capaz de evitar perder la dignidad que le queda.

Aquella mujer que se apuesta en la esquina, que se oferta, como he visto a muchas haciéndolo en la calle para que algún turista le compre un tinte para el cabello o le de unos cuantos pesos que a cambio del euro no significan nada. Que si le doblan la oferta acepta no usar preservativo y que aún embarazada sigue en el oficio. Mientras llegan visitantes ilustres, los tambores siguen sonando cada noche en la que a cambio de tan poco se pierde todo.

Media ciudad tiene los pies en el barro, los niños mueren en un hospital esperando una unidad de cuidados intensivos que nunca se construyó, niñas ofrecen su cuerpo en el mercado, se discrimina a los negros en una ciudad de negros, en la que muchos desean otro color del piel y celebran el signo de “la bandera” en el color amarillento del cabello de sus hijos desnutridos como la esperanza de que algún día se vuelvan blancos, y se siguen eligiendo gobernantes a cambio de una teja que la brisa de agosto se lleva.

Cuando se le pone precio al cuerpo se ha perdido el valor del cuerpo. Dicen que las propiedades del centro de Cartagena se están valorizando…, lo dudo mucho, estarán subiendo de precio, que es otra cosa. Difícilmente se aumentará el valor de una ciudad que se disfraza con maquillaje para salir de noche y parecer digna de aprecio, cuando en el fondo de su alma vive en la agonía de saber que si no muere de hambre es porque la desidia la está matando.

Nos vendemos al mejor postor, perdemos la inocencia a cambio de unos cuantos pesos. Nos corrompemos, nos abandonamos, nos regalamos, nos dejamos usar, tocar y manosear. Somos una ciudad que acude silenciosa a la cita, sumisa, y se embriaga para olvidar los años de olvido en el que estamos. Lápiz de labios que nos esconda el hambre de la boca, unas gafas de sol que oculte el dolor de los ojos y un cigarrillo que nos ayude a mentir con ese mismo aíre desolador de un burdel.

La metáfora de la mujer manoseada es insuficiente. Muchas mujeres que ejercen la prostitución están en el lugar que su propia historia las ha puesto, la desgracia es dejar de soñar estar en otro lugar y abandonarse a su suerte. La misma desgracia que hoy destila la ciudad en un olor que confundimos con las alcantarillas, pero en realidad es el olor de la inequidad, del abandono y la desesperanza.

Señor Saramago, aquí también estamos en la ceguera, marginándonos a nosotros mismos, matándonos entre nosotros mismos y actuando como si nada pasara, perdiendo lo que usted ha dicho que es lo último que se debe perder: la dignidad.

jueves, 28 de junio de 2007

ESPOSAS, COMPAÑERAS Y AMANTES

En un programa radial, se referían a mí, como la columnista que defiende el papel de las amantes en la sociedad. Me maravillo con el ingenio periodístico, pero les expliqué que no es una defensa por las amantes, es una defensa por la mujer, es una lucha en contra de los prejuicios que desconocen todos los matices que tiene la vida. No somos polarizados blancos y negros perfectos, justamente lo sublime es toda esa exuberante gama de grises.

Es una posición de defensa por la reivindicación de la mujer en todo el sentido de sus posibilidades: La mujer madre, la mujer homosexual, la mujer abuela, la mujer madre soltera, la separada, la viuda, la casada, la cabeza de familia, la mujer en medio del conflicto armado, la mujer negra, simplemente la mujer.

Siempre supe que ese tema de las amantes alarmaría a más de uno, pero nunca imaginé tanta polémica visceral al respecto. En mi artículo mencionaba que las esposas engañadas tienen un odio gremial que califico de patético, porque de hecho todo odio generalizado parte del desconocimiento del ser humano como individuo único y desestima el maravilloso papel que tiene cada historia de vida.

No estoy en contra de las esposas. Mi abuela, mi madre y yo, hemos sido esposas, y es probable que mi hija lo sea algún día. Sólo que en mi escrito hay un manifiesto sentido de la duda sobre la idea de que todas las esposas sean buenas y abnegadas. Me resisto a creer que lo bueno sea únicamente lo que legitima el estatus quo. En ocasiones lo es, en otras no.

Este imaginario de la esposa como la buena mujer, resulta tan intocable porque se fundamenta en el ícono de la cultura judeo-hebreo-cristiana, de María la esposa de José, la madre de Dios. Nadie dudaría nunca de su reputación, pero bajo el mismo principio se cree que determinado papel en la sociedad ineludiblemente signifique la evocación de tan inescrutable imagen de mujer.

Como estado polarizado de ese ícono perfecto que es la María, surge la Eva, que simboliza con facilidad el rol de la amante por su desobediencia e incitación al pecado. Por tanto, es fácil pensar que toda amante es mala. Limitada visión de la realidad. Muchas son malas, como muchas esposas también lo son. Muchas son buenas, como muchas esposas también lo son.

La bondad de una persona no se puede determinar única y exclusivamente por el tipo de relación de pareja que tenga, depende de su actitud con la vida y esto es mucho más complejo.

Las amantes no tienen un papel determinado en la sociedad, porque de hecho el gremio de las amantes no existe. Son etiquetas que están hechas para dividir a la humanidad. Una mujer puede ser al mismo tiempo esposa engañada y amante de otro fulano, en ese caso ¿En qué gremio la ubicamos?
En los casos reales nos damos cuenta que todas estas divisiones prejuiciosas del mundo son absurdas, y sólo caben en nuestras cabezas, porque tenemos la posibilidad de ser absurdos.

La amante es simplemente la que ama, y para esto no se necesita estar casada con nadie, ni de la bendición de ningún mortal, se necesita sólo amar, amar infinitamente y ser inmensamente feliz con ese amor. Qué maravilla si al mismo tiempo se es la esposa, pero también que maravilla si no. La única idea que defiendo es que el amor está muy por encima de cualquier etiqueta social que tenga una relación.

Juan Obregón, el reconocido pintor, me decía “esposas, son las que llevan los policías, quitan la libertad. Compañera, es la que acompaña. Amante, la que ama” Una tipología bastante ingeniosa y categórica,

Mientras en nuestra generación soñamos con ir vestidas de blanco hacia el altar a alcanzar un posición social que sólo se obtiene con el matrimonio al pasar a ser la señora de tal, aún se tiene la esperanza de que las generaciones venideras sean mujeres que sueñen menos con posiciones inmutables, y que se permitan ser compañeras y amantes de sus propios esposos o sencillamente del hombre o la mujer que decidan amar.

Sería maravilloso que, siguiendo las palabras del artista, quitáramos menos la libertad, fuéramos mejores compañeras y amáramos más. Comprendiéramos que el amor no se gesta sobre un rol social y se posa allí para siempre, el amor necesita reencontrarlo cada día, reinventarlo mientras nos reímos juntos con desparpajo, mientras nos seducimos frenéticamente, mientras seguimos soñándonos en el encuentro de nuestros brazos.

miércoles, 6 de junio de 2007

DE SIDA O INDIFERENCIA

En la década de los 80 se empezó a tener noticia de una enfermedad que estaba matando a los hombres homosexuales en Estados Unidos, y por aquella indiferencia prejuiciosa, aquí en Colombia pensábamos que no era con nosotros la cosa. Aún más la gente de mi generación, que por esos años no se enteraba aún si era gay o no.

Después se empezó a decir que la misma enfermedad estaba matando a las prostitutas, lo que aumentó las expresiones fascistas. No faltaba la abuelita moralista que se persignaba y aseguraba que todo era un castigo que mandaba Dios para ponerle orden a sus ovejas descarriadas. Como si Dios fuese capaz de la infamia de los seres humanos.

En poco tiempo se empezó a mencionar que entre las víctimas estaban los adictos a las drogas que usaban agujas contaminadas. La gente seguía creyendo que no era problema suyo, la enfermedad estaba cobrando víctimas en grupos sociales determinados. Por último se dijo que otra población de riesgo eran los profesionales de salud expuestos al virus, y en ese entonces médico que trabajara con un paciente infectado con VIH, se vestía como si acudiera a una cita con un alienígena, vestido de astronauta.

Desde aquella época hasta ahora la realidad del VIH ha cambiado desfavorablemente. Estados Unidos que en los años 80 era un país lejano, ahora está más cerca por la globalización y los avances tecnológicos. Ahora Colombia es el tercer país latinoamericano infectado con VIH después de México y Brasil.

El crecimiento de la enfermedad ha sido evidente en las poblaciones mencionadas, pero ha crecido de manera devastadora en otros grupos poblacionales: Los adolescentes, mujeres heterosexuales monógamas y los bebés.

La infección se ha hecho frecuente en adolescentes que apenas inician su vida sexual, algunos casos están asociados a la primera relación. Así mismo, ha crecido en mujeres con pareja estable, que en los últimos años han sido contagiadas con una incidencia tan alta que se ha empezado a hablar de la feminización de la epidemia. Y como muchas de estas mujeres están en edad reproductiva, la transmisión vertical de la enfermedad aumentó. Es lo que se llama transmisión madre – hijo, bebés que nacen infectados.

En el país es obligatorio realizar prueba de VIH a toda mujer durante el primer trimestre de embarazo, esto permite tomar algunas decisiones médicas que reduzcan el riesgo de contagio al bebé. Sin embargo todo el tiempo nacen niños y niñas infectados con VIH, hijos e hijas de madres que también tienen el virus.

Desde hace algún tiempo dejó de hablarse de grupos de riesgo. Poco importa si una persona es del grupo de los homosexuales, de las amas de casa monógamas, de las amas de casa bígamas, de las prostitutas, de adictos a la heroína o a la nicotina. Pertenezca al grupo al que pertenezca, las conductas de riesgo son las que determinan la posibilidad de infectarse.

Las condiciones de desplazamiento, el machismo y la inequidad de género, y el uso de alcohol y drogas son variables que alimentan el caldo de cultivo en el que crece la epidemia en Colombia. Se estima que para el 2010 en número de personas infectadas en el país podría estar en 800.000, cifra lamentable si se considera la tibieza con que el Estado sigue actuando para la prevención del VIH.

En el 2002, tres millones de personas en el mundo murieron de Sida y otras 42 millones están infectadas. Sin embargo, sigo pensando que nuestra peor enfermedad no es esta. La peor enfermedad que enfrenta el ser humano es peor que cualquier bomba de destrucción masiva. Nuestra peor enfermedad es la indiferencia. La indiferencia nos está matando. No está matando de guerra, de hambre, de soledad, de odio, de sangre, de discriminación. Nos mata de injusticia, de ganas de matarnos, de desesperanza, y también de Sida. También de Sida, mientras seguimos allí sentados con los brazos cruzados.


martes, 1 de mayo de 2007

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LA AMANTE: LA QUE AMA

¿Quién es la amante? Al parecer es una figura propia de las culturas monogámicas, la perfecta ruptura del paradigma que insiste en la exclusividad del amor. Parece un juego de contrarios, justo donde se cree que el orden es la fidelidad, aparece la evidencia de una realidad contradictoria.

De la mujer que encarna el personaje de la amante se ha dicho de todo, que es una mujer fácil, sin escrúpulos, cuya misión es destruir matrimonios como si se tratase de un objetivo militar. Fría de sentimientos, manipuladora y absolutamente pecaminosa en la cama. Sus artimañas sexuales son capaces de enredar al más fiel de los hombres, quita maridos, embruja, hace llamadas a media noche y tiene los efectos devastadores de una bomba nuclear sobre la desprevenida familia de la víctima.

Nunca dice que no y siempre está dispuesta a complacer al hombre casado, porque si algo tiene de particular una amante es que se enamora de hombres casados. No se enamora de un hombre…, ella se enamora de un hombre casado.

Hay mujeres buenas y mujeres malas, eso es claro. Incluso, a veces, en una misma mujer, las dos polaridades están latentes. La amante es una mujer absolutamente satanizada, representada por la maldad, la lujuria y el egoísmo. La esposa, absolutamente sacralizada, aparece como sinónimo de abnegación, sacrificio y buenas costumbres. Un papel virtuoso, pero casi rayando con la estupidez y el aburrimiento.

La noticia es que ni todas las amantes son tan malas, ni todas las esposas son tan buenas. Ni las una son tan perversas, ni las otras tan tontas. Ni unas son las víctimas, ni las otras las victimarias. La realidad afortunadamente es más compleja, y más allá del tele novelesco asunto del libreto antagónico, ambas son simplemente mujeres en circunstancias distintas de la vida.

Una máxima que he escuchado en algunas mujeres, es: Yo no me meto con hombres casados. Y en realidad procuran evitarlo, pero he tenido a varias al frente confesándome lo inmanejable que fue la situación una vez se enamoraron y su máxima de poco les sirvió.

Ahora, las esposas engañadas se asumen a veces como un gremio, y eso es tan patético como decir que existe el gremio de las mozas. Como si fueran las víctimas del engaño y como si odiaran con pasión a todas las mujeres que se meten con sus maridos. Odian en conjunto. Como si olvidaran que cada historia es un mundo aparte y cada historia tiene sus propios matices.

En realidad intento recordar el hermoso sentido de la palabra “amante”. Amante: quien ama. Y si es así, todas las mujeres, independiente a nuestro estado civil, deberíamos ser un poco amantes, no para soportar situaciones insoportables, sino para amar.

De los hombres, ni que decir. Un hombre que engaña a su esposa merece la condena, lo que pasa es que no sé que más condena que aquella que estar enamorado de una mujer que tiene que esconder, que tener miedo de perder su familia y tener que ingeniarse cada llamada oculta con el miedo de ser descubierto.

Puede que merezca más que eso, que merezca el repudio de sus hijos, la mala cara de la suegra y una úlcera por estrés. Hay hombres de hombres, unos infelices que son infieles naturales, otros que se sancionan más ellos mismos que cualquier otra persona. Lo único que sé, es que no todos los hombres son infieles, ni todos los infieles son tan felices, el mundo es un lugar difícil de comprender.

Mi recomendación: evite enamorarse de un hombre casado…, huya, corra mientras pueda…, aunque después tenga que vivir con la incertidumbre de que probablemente ese era el amor de su vida. Entonces, jamás lo sabrá. Definitivamente en temas tan complejos como estos, no hay recomendaciones válidas. Mida las consecuencias de sus actos, la decisión que tome hágala desde la más profunda convicción, responsabilidad, y con el más sublime amor por ese hombre y sobre todo por usted misma.