viernes, 11 de abril de 2008
ENTRE LA OSCURIDAD Y LA TRANSPARENCIA
“Un hombre y una mujer que no se mintieran nunca y se confesaran inmediatamente todas sus traiciones no se engañarían nunca”
Michel Tournier
Para aquellos amores valientes
que intentan amarse tal como son,
esos que no se venden simulacros.
Es la primera vez que tengo decidido mi epígrafe antes de empezar a escribir. Lo encontré en un libro maravilloso, que fue un hallazgo sorprendente, de esos que se presentan cuando no los estamos buscando.
El personaje de la novela de Tournier, Yves Oudalle, le pregunta a Nadège, su mujer, si cree que es necesario mentir. Ella le responde diciéndole que “entre la oscuridad de la mentira y el cinismo de la transparencia hay lugar para toda una gama de claroscuros en que la verdad es conocida, pero callada, o voluntariamente ignorada”. Para Nadège, la buena intimidad debe estar en la luz crepuscular, no debe ser total transparencia, no debe ser total oscuridad, y agrega “Tú me engañas, yo te engaño, pero no queremos saberlo”
Mentir es casi un arte. La mentira perfecta es aquella que ocurre en medio de verdades, que le roba la dignidad a la verdad y se viste de ella, sólo de esta manera se vuelve creíble. Es pecado y hasta delito. Pero todos mentimos alguna vez…, todos. Como aquel que roba para comer es un ladrón, aquel que miente piadosamente es un mentiroso.
Las relaciones de pareja son el terreno de las mentiras. Existe una diferencia entre lo discursivo y lo real. El primer gran engaño de una pareja es el enamoramiento inicial que se da en el cortejo. Dos personas que se muestran con su mejor máscara, velados, con el mejor vestido para cautivarse mutuamente.
Jamás verán a un par de enamorados, durante sus primeras citas, hurgándose la nariz. Cómo pueden saber si en realidad aman lo que son, si no se muestran como son. La primera tragedia comienza cuando se evidencian humanos, entonces la doncella tiene mal aliento y el príncipe encantado muy mal humor. Se encuentran con sus malos olores, sus malos hábitos y sus neurosis. Se han mentido ambos. Sus vestidos principescos se vienen abajo y quedan al descubierto los vasallos que somos. Si para entonces, el amor se ha sembrado realmente, se seguirán amando a pesar de encontrase mortales, vulgares, humanos.
Las otras mentiras vienen después. La construcción de la pareja no sólo idealiza a los personajes, sino que también idealiza lo que se edifica entre ellos. Cualquier error es motivo suficiente para convertirnos en ángeles caídos frente a los ojos de aquella persona con quien compartimos la vida.
El juicio y la condena deben venir sobre el mentiroso, pero de la mentira también hace parte aquel que no puede con las verdades. Nadie quiere ser engañado. ¿Será eso cierto? ¿No queremos ser engañados? Cuántas veces no nos hacemos los tontos frente al engaño, por un lado tratando de descubrirlo, revisando llamadas telefónicas, abriendo sobres ajenos, invadiendo la privacidad del otro, pero por otro lado, petrificados, sin saber qué hacer con las verdades, actuando como si nada ocurriera, jugando al equilibrio patológico.
Conocí a una mujer que literalmente usaba mecanismos de tortura para que su pareja le confesara su infidelidad, harto de tantas presiones, un día él terminó admitiéndolo. Ella en medio de sentimientos de humillación, le reclamó el no haber “hecho bien las cosas”. “Haz lo que quieras, pero que yo no me entere”, ¿será este el claroscuro al que se refiere el personaje de Tournier?, hombres que dicen “En tantos años de casado, mi esposa jamás puede quejarse de que he tenido otra mujer” Y puede que haya tenido todas las del mundo, pero su orgullo no es la fidelidad, su orgullo es tener 20 años de inmaculada mentira.
Sufre el engañado y se engaña también aquel que crea la mentira. Pero podríamos rechazar ese sórdido panorama y abrirle paso a la luz de la transparencia de las verdades, de la crueldad de la verdad…, sólo si en realidad pudiéramos resistirlo. El que miente puede que sueñe con aquel día en el que se sepan todas las verdades y se haga libre, y el engañado puede que le tema a aquel día en que por fin deje de ser víctima de engaño y que la verdad se le ponga al frente de sus ojos y ya no sepa que hacer con ella.
De repente, prefiera el claroscuro, porque pueda que demasiada luz le deje ciego después de tanta oscuridad. Pero si en su relación quiere apostarle a la verdad, tendrán que redefinirlo todo, incluso dejar de mentirse a sí mismo. Tendrán que aceptarse humanos, amarse aún cuando sean ángeles caídos, quererse aún en las sombras, y preguntar sólo aquello que somos capaces de comprender. Difícil, imposible para muchos. En ocasiones, es mucho más cómodo quedarse en el discurso de la sinceridad y la confianza, mintiéndonos mutuamente y sobre todo mintiéndonos a nosotros mismos, exigiendo la verdad cuando no podemos con ella.
Michel Tournier
Para aquellos amores valientes
que intentan amarse tal como son,
esos que no se venden simulacros.
Es la primera vez que tengo decidido mi epígrafe antes de empezar a escribir. Lo encontré en un libro maravilloso, que fue un hallazgo sorprendente, de esos que se presentan cuando no los estamos buscando.
El personaje de la novela de Tournier, Yves Oudalle, le pregunta a Nadège, su mujer, si cree que es necesario mentir. Ella le responde diciéndole que “entre la oscuridad de la mentira y el cinismo de la transparencia hay lugar para toda una gama de claroscuros en que la verdad es conocida, pero callada, o voluntariamente ignorada”. Para Nadège, la buena intimidad debe estar en la luz crepuscular, no debe ser total transparencia, no debe ser total oscuridad, y agrega “Tú me engañas, yo te engaño, pero no queremos saberlo”
Mentir es casi un arte. La mentira perfecta es aquella que ocurre en medio de verdades, que le roba la dignidad a la verdad y se viste de ella, sólo de esta manera se vuelve creíble. Es pecado y hasta delito. Pero todos mentimos alguna vez…, todos. Como aquel que roba para comer es un ladrón, aquel que miente piadosamente es un mentiroso.
Las relaciones de pareja son el terreno de las mentiras. Existe una diferencia entre lo discursivo y lo real. El primer gran engaño de una pareja es el enamoramiento inicial que se da en el cortejo. Dos personas que se muestran con su mejor máscara, velados, con el mejor vestido para cautivarse mutuamente.
Jamás verán a un par de enamorados, durante sus primeras citas, hurgándose la nariz. Cómo pueden saber si en realidad aman lo que son, si no se muestran como son. La primera tragedia comienza cuando se evidencian humanos, entonces la doncella tiene mal aliento y el príncipe encantado muy mal humor. Se encuentran con sus malos olores, sus malos hábitos y sus neurosis. Se han mentido ambos. Sus vestidos principescos se vienen abajo y quedan al descubierto los vasallos que somos. Si para entonces, el amor se ha sembrado realmente, se seguirán amando a pesar de encontrase mortales, vulgares, humanos.
Las otras mentiras vienen después. La construcción de la pareja no sólo idealiza a los personajes, sino que también idealiza lo que se edifica entre ellos. Cualquier error es motivo suficiente para convertirnos en ángeles caídos frente a los ojos de aquella persona con quien compartimos la vida.
El juicio y la condena deben venir sobre el mentiroso, pero de la mentira también hace parte aquel que no puede con las verdades. Nadie quiere ser engañado. ¿Será eso cierto? ¿No queremos ser engañados? Cuántas veces no nos hacemos los tontos frente al engaño, por un lado tratando de descubrirlo, revisando llamadas telefónicas, abriendo sobres ajenos, invadiendo la privacidad del otro, pero por otro lado, petrificados, sin saber qué hacer con las verdades, actuando como si nada ocurriera, jugando al equilibrio patológico.
Conocí a una mujer que literalmente usaba mecanismos de tortura para que su pareja le confesara su infidelidad, harto de tantas presiones, un día él terminó admitiéndolo. Ella en medio de sentimientos de humillación, le reclamó el no haber “hecho bien las cosas”. “Haz lo que quieras, pero que yo no me entere”, ¿será este el claroscuro al que se refiere el personaje de Tournier?, hombres que dicen “En tantos años de casado, mi esposa jamás puede quejarse de que he tenido otra mujer” Y puede que haya tenido todas las del mundo, pero su orgullo no es la fidelidad, su orgullo es tener 20 años de inmaculada mentira.
Sufre el engañado y se engaña también aquel que crea la mentira. Pero podríamos rechazar ese sórdido panorama y abrirle paso a la luz de la transparencia de las verdades, de la crueldad de la verdad…, sólo si en realidad pudiéramos resistirlo. El que miente puede que sueñe con aquel día en el que se sepan todas las verdades y se haga libre, y el engañado puede que le tema a aquel día en que por fin deje de ser víctima de engaño y que la verdad se le ponga al frente de sus ojos y ya no sepa que hacer con ella.
De repente, prefiera el claroscuro, porque pueda que demasiada luz le deje ciego después de tanta oscuridad. Pero si en su relación quiere apostarle a la verdad, tendrán que redefinirlo todo, incluso dejar de mentirse a sí mismo. Tendrán que aceptarse humanos, amarse aún cuando sean ángeles caídos, quererse aún en las sombras, y preguntar sólo aquello que somos capaces de comprender. Difícil, imposible para muchos. En ocasiones, es mucho más cómodo quedarse en el discurso de la sinceridad y la confianza, mintiéndonos mutuamente y sobre todo mintiéndonos a nosotros mismos, exigiendo la verdad cuando no podemos con ella.
Etiquetas:
comunicación,
pareja,
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1 comentario:
Decidir entre mentir o decir la verdad hay que colocarlo en una balanza. Que daña menos a otros? Pecar por omision no es mentir si se ahorra el sufrimiento del otro.
Creo que Ricardo Arjona lo deja muy claro en su canción, desde mi punto de vista por supuesto, "Mentiroso".
Lo que importa es saber que se tiene honestidad y honradez en los actos y tranquilidad de conciencia. No hay mejor almohada que una conciencia tranquila.
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