sábado, 20 de septiembre de 2008

ENTRE LO REPULSIVO Y LO DIVINO

“Sobre el piso discreto como dos ángeles desnudos
Lo recuerdo todo”
Iniciación, de José Ramón Mercado


Saliva, sudor, transpiración, lágrimas, más sudor. Humedad, grasa, flujos. Todo esto hace parte de una relación sexual coital, por no ser más explícitos al describir otro tipo de sustancias que pueden sumarse a los elementos viscosos del asqueroso ambiente. Todos los olores genitales, oscuros, agrios, fermentados, salitrosos y hasta marinos, pueden concentrarse en esa maraña que hace la unión de dos cuerpos desnudos que desean tocarse en medio de la noche.

Más allá de todas las perversiones que los seres aparentemente normales puedan tener, decidir tener sexo con alguien significa decidir compartir una cantidad importante de secreciones corporales de diferente origen. No hay nada que el perfume, los pétalos de rosas y las lociones importadas puedan hacer, por mucho que intentemos evitarlo, cuando se calienta la noche y el sudor recorre la piel, aquel aire perfecto de ángel recién bañado desaparecerá y nos convertiremos en simples seres humanos con cuerpos hediondos, vulgares y ordinarios.
El ser humano se ha esforzado por esconder sus imperfecciones y ha hecho esfuerzos insospechados por parecer una divinidad. En ocasiones algunos hombres y mujeres lo logran, por lo menos en apariencia, van caminando por allí en medio de una temperatura implacable y no sudan, el cabello no se les despeina y jamás les brilla el rostro, pero incluso estos falsos ángeles se pervierten y a la hora del sexo se saturan de olores cavernícolas, de loco callejero, detrás de su Chanel.
El uso del preservativo, que ha significado indudablemente un salvavidas en su sentido literal, también proporciona una connotación estéril en lo sexual. Dos sexos que se tocan a través de una membrana artificial, no se someten a compartir directamente sus fluidos. Sin embargo, cualquier nueva cercanía sexual implica, aún con preservativo, compartir centímetros cuadrados de babas, sudor y algunas otras secreciones.
Tan solo un beso, significa abrir una puerta nueva a todo un mundo de posibilidades para compartir saliva, restos de alimentos fermentados, bacterias, mocos, sarro y virus de nombre extraño como el Epstein Barr.
En realidad el sexo puede ser absolutamente asqueroso. Tal vez lo fascinante de todo esto, es que con la persona precisa y en el momento preciso, esta misma avalancha de estímulos repulsivos, puede significar justo lo más diáfano.
El sexo es fuente de placer e instrumento de expresión del amor. Una bola de carne con sudor acariciándose es lo que más nos acerca a nuestra propia divinidad, a la posibilidad de escuchar cantos paradisiacos, a olvidarnos del tiempo y el espacio y a sentirnos tan bellos como jamás podríamos ser, casi perfectos.
Nuestra verdadera esencia se deja ver en este momento en el que podemos ser tan libres, infinitamente libres, que nos damos el permiso de ser tan humanos como podemos ser. Es la revolución de dos personas que deciden apartarse de la civilización, que dejamos de ser una copia de un modelo construido, para ser subjetividades inalienables.
El neurótico difícilmente se libera con el sexo, sigue atrapado en una compulsión por la limpieza. Alguien que observo de cerca suele decir “es posible que para ser un buen amante, se deba ser un poco sucio y a veces un poco más”
Tal vez sea una de las magias más hermosas del Dios Eros, justamente cuando nos baja a nuestro estado más mundano, más vulgar, es cuando nos da la posibilidad de ser dioses en los brazos que nos aman, con la boca que nos canta y frente a los ojos que nos ruegan más de aquello que le damos.