Las mujeres cantaoras del Caribe tienen la fuerza de una voz ancestral, su canto se escucha desde Santa Ana hasta San Martín de Loba, y conversa con otros cantos de aquellas voces de cantaoras del pacífico colombiano.
Etelvina Maldonado, Martina Camargo y Petrona Martínez, son una muestra de sublimes maestras bullerengueras y son representación de muchas mujeres que encontraron en el canto la manera de expresar la sensualidad del Caribe, en la firmeza de sus voces y en la pasión de años dedicadas a los bailes cantados, a la tambora y a las palmas.
Son mujeres que parecen haber nacido viejas, sin miedo a las canas, ni a las arrugas, cuya muerte como lo dice Etelvina, sólo ocurrirá cuando dejen de cantar. Y aún así, son voces tan memorables, que retarán el olvido cuando llegue el último día de sus vidas y detengan su respiración, porque seguirán cantando desde algún lugar lejano y su fuerza se seguirá sintiendo en el monte, en los patios de Gamero, en San Cayetano y en Palenque.
En entrevista con el periodista David Lara Ramos, Martina Camargo refiere como acompañó a su padre, Cayetano Camargo, a morir: “le cogía la mano y le preguntaba, papá, ¿le canto tambora?, y él me decía sí, con la cabeza. Yo me le acercaba al oído y le susurraba: ‘papá. le voy a cantar unos temas y usted me dice cuál le gusta” Alguna vez él le había pedido a su hija que nunca dejara de cantar, como si intuyera en ese momento, que era ese mismo canto el que lo iba a conectar con la vida cuando estaba cercano a la muerte. En la misma entrevista, Martina le confiesa a David Lara que ese había sido un momento triste y alegre a la vez “…a veces no podía seguir, me daba dolor verlo así”
Aunque es posible que algunas personas se sintieran complacidas al escuchar en la ceremonia de coronación del Reinado Nacional de la Belleza, la voz de la santandereana Diana Hernández, líder del grupo María Mulata, me pregunto con cierta sospecha las razones que motivan a los organizadores del concurso para traer personajes que imitan pobremente a nuestras cantaoras, teniéndolas a ellas tan cerca, aquí mismo en el Caribe. El cierre de la semana de las fiestas de independencia de Cartagena, se hizo con el mal remedo de nuestras bullerengueras, como si ellas ya estuvieran muertas.
El haberse ganado un premio en un festival en Viña del Mar, no significa que sea representante de nuestra cultura. Aprenderse un bullerengue y cantarlo bonito, no convierte a nadie en bullerenguera, ni debe ser suficiente para confundir a un auditorio, que incauto cree que se está haciendo un reconocimiento de lo propio, cuando en realidad se aprovecha el grito de una cultura para transformarlo en un mercado, en el que todo se vende.
Bastante molesto resulta ver a las presentadoras de RCN comentando películas del Festival de Cine, con esa fachada del séptimo arte que convence muy poco, como para además tener que soportar la incapacidad de diferenciar entre un bullerengue o un chandé, espero que por lo menos la cantante de María Mulata si supiera lo que estaba cantando.
El erotismo de las voces de nuestras cantaoras va mucho más allá de una voz bonita para el canto, es el erotismo de un estilo de vida, de la tradición oral, lo que ocurre mientras se lava la ropa, cuando se busca el agua y se reconoce lo cotidiano de cada día. Alguna vez escuché que Etelvina Maldonado cambió varios premios para que sus hijos pudieran ir a la escuela, entonces tal vez el bullerengue sea sólo un pretexto para mostrar todo lo que se lleva dentro.
Para sacar la voz del cuerpo de una mujer cantaora, se debe recordar lo que ese cuerpo vive. La sensualidad de sus voces viene desde adentro navegando por lo ríos, de la mujer que se escapa en las noches para cantar, de la que deja los oficios a un lado, que enreda al marido con dulces engañitos para poder cantar, que levanta a sus hijos y les da primero de mamar con sus tetas y luego les da de mamar con su canto.
Es cautivante el papel de la mujer en la conservación de la cultura popular, de aquello que se aprende de la boca de la abuela y se regala a la boca de la nieta, de las historias cantadas a sus hijos en las piernas, sembrados en una mecedora, justo antes que el anochecer despunta.
El reconocimiento de nuestra identidad es lo que nos recuerda el sujeto que somos, de dónde venimos es el único punto de partida que nos permite imaginarnos y soñar hacia dónde vamos. Las mujeres cantaoras del Caribe colombiano llevan a cuesta nuestra cultura y nos susurran al oído de qué estamos hechos. Si olvidamos esto, olvidaremos quiénes somos y dejaremos de ser, para convertirnos en nada, en la desgraciada nada.
2 comentarios:
Felicitaciones por el articulo,atravez de el pude con firmar el dicho q dice nadie es profeta en su tierra ,como traer personas de otras regiones a que nos imiten nuestras conciones estando redeodos de maestras q por sus venas corre bullerengue y q lo trasmiten en cada una de sus cancines escritas y cantadas por ellas donde comparten con nosotros el dia dia de sus laboriosas vidas
Aquí criticamos más a una persona hace folclor al lado de tantas jovencitas costeñas que sólo saben cantar pop, reguetón, vallenato de la nueva ola, tropipop y todas las variantes de la basura comercial. ¿Cuantas hijas de cantaoras a la edad que tiene Diana Hernández se han interesado por sus tradiciones?, ¿No sería mejor tomarla como ejemplo a seguir? Vale la pena leer el artículo que hoy publica Ernesto MacAusland en El Tiempo http://www.eltiempo.com/tiempoimpreso/edicionimpresa/opinion/2007-12-10/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-3852091.html
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