Cuando era niña, estudiaba en un colegio de religiosas. Recuerdo los amplios salones siempre limpios. Los bonches, los palos de tamarindo y guayaba. Era feliz. Las monjas con sus vestidos bien planchados, cariñosas. Las amigas, las convivencias, la banda de guerra, la tuna, la infancia misionera, la barra de animación y las clases de baloncesto, mecanografía y costura.
Con cierta regularidad, debíamos asistir a una misa obligatoria. De manera tan ordenada, disciplinadas, bien peinadas. Un día, en medio de la sagrada eucaristía, me dio un ataque de tos, y como ya me habían dicho que bostezar, comer chicle y toser estaba prohibido en la misa, empecé a hacer todos los movimientos posibles para aguantarme, contuve la respiración, carraspeé, respiré profundo, traté de toser suavemente, pero finalmente la tos estalló con toda la resonancia que aquel catarro que padecía me lo permitió…, quedé expuesta a la vista de todos, apenada, avergonzada.
No se espere que una niña que vive tan traumática situación a los 9 años de edad, sea una mujer que visite mucho la iglesia. Aquella represión exagerada que percibí, provocó posteriormente la risa de algunos adultos a los que les conté mi sufrida historia. Tan inocente era en pensar que en “la casa de Dios” se pudieran enfrentar semejantes prohibiciones.
Ahora vivo muy cerca de una iglesia. Me encanta escuchar sus campanadas de la misa de la tarde anunciando los tiznes anaranjados que se forman en el cielo. He vuelto a ella y he encontrado que en su puerta tiene un anuncio que reza “Tu forma de vestir al venir a la iglesia muestra el grado de tu fé”. En el espaldar de sus bancas dice “No caminar ni colocar los pies en el reclinatorio”, también dice: “Apagar el celular” y por último: “No consumir alimentos, agua, ni chicle” “…ni chicles”, vuelve aquella desesperada imagen de mi infancia, y me pregunto si debo esperar encontrar algún anuncio que diga “Prohibido toser”
Entendía que los pecados capitales señalados por el Papa Gregorio I en el siglo VI, son: la soberbia, la envidia, la gula, la lujuria, la ira, la avaricia y la pereza. Todas son palabras graves, con acento en la penúltima sílaba, y son pecados graves. Quince siglos más tarde, no podíamos terminar de aprendernos esta lista, cuando El Vaticano saca una nueva lista de pecados “sociales” que son: las violaciones bioéticas, como la anticoncepción; los experimentos moralmente dudosos, como la investigación con células madres; la drogadicción, contaminar el medio ambiente, contribuir a ampliar la brecha entre los ricos y los pobres, la riqueza excesiva y generar pobreza.
Creía que eran suficientes los 10 mandamientos, pero el Papa consideró que necesitábamos más prohibiciones. Sin embargo, ahora parece que con tantos pecados, cada vez nos está quedando más fácil el ingreso al infierno.
El Vaticano coincide con la Conferencia Internacional sobre Población y desarrollo, realizada en El cairo en 1994, que tiene como prioridad la reducción de la pobreza. Supongo que por algún lado, en letra menudita, se justificará que en ciudad de El Vaticano exista tanta riqueza.
Pero al parecer, La Iglesia, en su esfuerzo por hacer una lectura sobre los nuevos pecados que abaten nuestra sociedad, no es conciente de la necesidad de promocionar la salud sexual y reproductiva. Tener acceso a métodos de anticoncepción hace parte de nuestros derechos sexuales y reproductivos, nos permite planificar nuestros embarazos y disfrutar de nuestra sexualidad sin temor.
Sin embargo, somos las mujeres las que debemos decidir. Somos nosotras las que llevamos embarazos que no deseamos, con hombres que huyen. Somos nosotras las que somos víctimas de violencia sexual hasta por parte de nuestra propia pareja, las que morimos en las salas de parto y las que tenemos que dejar todos nuestros sueños cuando quedamos embarazadas en la adolescencia, y además tenemos que cargar con la mirada de censura. Somos nosotras las que tenemos que casarnos con el primer borracho para no llevar el estigma de ser madres solteras. Somos nosotras las que criamos hasta el cansancio a tres niños cuando llevamos otro en el vientre y aún así tenemos que traer los huesitos para las sopas.
Con una lista tan larga de pecados, que sumando entre los capitales, los sociales, los 10 mandamientos y cualquier otro que se inventa el párroco de mi barrio, lo fácil será pecar. La píldora anticonceptiva ha evitado que muchas mujeres vivamos infiernos en esta vida y que traigamos al mundo a niños y niñas a vivir vidas infernales al no ser deseados, ni amados, ni planeados. Usemos o no anticonceptivos, después de todo estaremos en pecado por no reciclar. De cualquier manera ya lo dice el refrán, el que peca y reza…