“Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomo de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella”
Génesis 3, 6
La subjetividad femenina se construye a partir de relaciones con la sociedad, la cultura, la familia y la historia. Nos configuramos como mujeres de acuerdo a una constante conversación entre nuestro legado cultural, nuestro momento actual como sociedad y las expectativas que desde allí se generan. Somos mujeres de acuerdo a la crianza que hemos recibido y la inevitable historia de sometimiento que tenemos en la espalda.
El marco de la cultura Judea-hebreo-cristiana ha proporcionado insumos interesantes en los que se considera debe o no debe ser una mujer. Desde aquí vale la pena revisar dos importantes personajes en esta historia que responden a íconos polarizados de la subjetividad femenina.
El más importante es María, quien representa todo lo que se espera de una mujer dentro del imaginario de nuestra cultura. María, mujer abnegada, buena, prudente, fiel, la virgen. Y el segundo personaje, al parecer menos importante, Eva, mujer desobediente, mala, ambiciosa, pecadora, la puta.
La María, la madre. Eva, la hembra. La visión cristiana patriarcal condena la relación mujer-sexualidad, la teología cristiana medieval consideraba un pecado contra natura la posibilidad de que la mujer sintiera placer en sus relaciones sexuales y estas sólo podían justificarse por propósitos reproductivos, única y exclusivamente para tener hijos.
La mujer buena es imagen de la madre abnegada y virtuosa que sufre. Incluso en el Libro de Génesis, se descubre el castigo impuesto a Eva por su desobediencia que implica parir los hijos con dolor. De esta manera la representación social de la mujer lleva a cuestas un legado de sufrimientos relacionados con la condición de ser mujer: Los dolores del parto y los menstruales, y toda una carga de dolores asociados a sentimientos de culpa.
La María, la virgen, la madre. Eva, la puta, la hembra. Son dos polaridades que sin duda muestran un deber ser deseable en la configuración de cada subjetividad femenina. Una virtuosa, la otra sexual. También, sin duda alguna, le restan a cada subjetividad femenina la posibilidad de descubrirse a sí misma en su total complejidad.
En el trasfondo de esta dicotomía se gesta el sistema de contrarios aprendido como constitutivo de la identidad social femenina. Buena/mala, luz/oscuridad, respetable/prostituta, esposa/amante, virtud/pecado, vida/muerte.
Lo cierto es que pesar de todas las formas limitadas de comprensión de la realidad que se evidencian en rótulos, estereotipos y prejuicios, ser mujer hace parte de un sinnúmero de posibilidades, en el que bien podemos tener un poco de María y un poco de Eva, cada quien en la dosis que considere necesario, o en la que le corresponda. Incluso, no sólo de dos personajes tan polarizados, si no de muchos otros arquetipos válidos.
Sin duda alguna, en la historia de la humanidad, las mujeres que se han atrevido a formular otras representaciones menos virtuosas, pero menos reprimidas, han tenido que pagar el duro precio de la censura y la estigmatización. Sin embargo, siempre será un desafío que cada mujer podrá asumir en el intento por no negarse a sí misma.
1 comentario:
Intentar vivir como Marias, pero morirnos de ganas de ser Evas...ser o no ser. esa es la cuestión.
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