martes, 14 de agosto de 2007

SOBRE LAS PUTAS

“Entre dos curvas redentoras, la más prohibida de las frutas te espera hasta la aurora, la más señora de todas las putas, la más puta de todas las señoras. Con ese corazón, tan cinco estrellas, que, hasta el hijo de un Dios, una vez que la vio, se fue con ella, Y nunca le cobró la Magdalena”

Una canción para la Magdalena, Joaquín Sabina

Aunque se señala de origen incierto, la palabra “Puta” está dentro del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, que en la vigésimo primera edición dice así: Puta, prostituta, ramera, mujer pública. Y en su siguiente edición, se vuelve más preciso y dice simplemente: Prostituta. Posiblemente por evitar crear confusiones sobre la honorable reputación de mujeres dedicadas a la vida pública, que según mi texto de hoy, muchas estarán dentro de la definición, pero muchas otras no.

Me preocupo por escribir esta introducción, para que no se interprete como grotesco lo que simplemente quiero llamar por su nombre. Ya sabemos todos que el moralismo errante nos puede conducir a caminos oscuros en los que nos rasgamos las vestiduras frente lo que es obvio y humano.

Más allá de la definición de mi manoseado diccionario, qué es una puta. Una mujer que se vende, esa que se monta en unos tacones y se oferta, le pone precio a su cuerpo y a lo que se hace con él, para entrar a regularse por las leyes de intercambio del mercado, en el que quien tiene algo puede ofrecerlo, y quien lo quiere pagará por ello. La puta ofrece sexo a cambio de dinero o de algo material que lo represente. Entonces, ustedes me dirán, existen de todos los tipos de putas, las que por 30 mil pesos lo dan todo, y si se les ofrece el doble, se arriesgarán a no usar preservativo, hasta aquellas que se administran tan exhaustivamente como administrarían una empresa, y dejan algo para invertir en el mantenimiento del negocio, y una nueva prótesis de silicona les implica posicionarse mejor como se posiciona una marca de detergentes.

No estoy diciendo nada nuevo, todas se vuelven objeto de consumo, un producto que cuesta adquirirlo. Unas cobran miles en una esquina de un parque en el centro de la ciudad y otras se ofrecen en finos catálogos a cambio de millones. Unas para poder comer, para poder sobrevivir, otras para poder morirse poco a poco. Pero todas son putas de calle, que se acuestan con hombres a cambio de algo.

Sólo que además de las putas de calle, tan reconocidas a través de la historia, tan juzgadas y amadas, hay unas putas que quiero mencionar y son las putas de casa. Una mujer que se acuesta con un hombre para obtener algo, utiliza el mismo mecanismo de la puta de calle, aunque ese hombre sea su esposo.

Aquella mujer que no sale de casa, pero que se acuesta con un hombre, que es su pareja, para conseguir unas cortinas nuevas, el viaje a Miami que tanto quiere, o que le cambie el modelo del carro, entrará en la definición que amable y jocosamente he llamado “la puta de casa”

Cuando en mis primeros párrafos fui tan dura con las putas de calle, muchas mujeres estarían moviendo afirmativamente sus cabezas y cómo me estarán odiando cuando trágicamente se han encontrado con mi nueva definición. Para ellas, una nota aclaratoria, no pretendo ofenderlas, sólo quiero posibilitar una reflexión sobre la manera tan perversa como hemos convertido el sexo en objeto de intercambio, aún dentro de nuestras propias casas.

Es tan evidente lo que aquí digo, que ya lo hemos hecho parte de nuestro lenguaje coloquial: “Ahora no se lo doy”, “Si haces tal cosa, esta noche te lo doy”, “De malas, le suspendo los servicios”…, le suspendo los servicios, y pienso en la energía, el agua, el gas, el teléfono, que si no pago por ellos, el recibo me llega con la ilustración de unas tijeras, y si sigo sin pagar, aparecen en la puerta de mi casa unos hombres que me quitan los servicios. A menos que pague por ellos. Debo pagar por ellos.

Las putas de casa no tienen mala fama, no deterioran su reputación, no se arriesgan a ser golpeadas por un grupo de limpieza social, porque las putas de casa, se visten dignamente para comercializar dentro de sus casas aquello a lo que también le han puesto precio, y que para que su pareja tenga acceso, tendrá que pagar su cuota.

Es más o menos fácil saber si hemos sido putas de calle, la mayoría de las mujeres levantarían a piedras a María Magdalena si pudieran, pero cuántas de las que levantarían su mano para tirar la primera piedra, no son otra cosa que putas de casa.

Aún en la vigésimo tercera edición del diccionario no he encontrado una connotación positiva de la palabra “puta”. Me crea malestar ese ánimo acusatorio de decir que una mujer es puta por aquello o por lo otro, que a la final es un intento malintencionado de denigrarla, y ¿quiénes somos para el juicio? Pero saber que además de las putas de calle, existen las putas de casa, nos invita a cuestionarnos en silencio y a atrevernos a preguntar cuántas veces nos hemos vuelto un producto de intercambio.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy acertada.
Hay nivbeles y niveles en esto de la prostitución.
Digamos: prostitutas. Prostitutas. PROSTITUTAS.
Yo soy Kedesheth.
Ya hay una apertura a experiencias que deben ir subiendo de nivel como las que promueven en colsexy.com
kedesheth@hotmail.com

Buy Cialis dijo...

En lo personal, yo amo las putas! Son demasiado tiernas, mi novia es una gran PUTA que le gusta que le hagan de todo, pero ella no se involucra sentimentalmente con otros hombres, solo conmigo... y eso dice mucho de su capacidad para amar. me gusta mucho cuando la gente la llama "trabajadora del sexo" porque eso implica respeto hacia ella. No les digas rameras por favor, que ellas son dignas tambien. Arriba las putas carajo!

Cialis dijo...

Cada quien puede hacer lo que quiera con su vida, a mi no me interesa si son o no son a mi me da igual.